Un año antes.
Elizabeth.
El aroma de su piel aún era persistente en su camisa. La apretaba contra mi rostro todas las noches antes de dormir. La había tomado de su armario en el cuarto de invitados dónde mi padre lo había alojado después de recibirlo en su casa.
Esto era una tortura.
Saberlo tan cerca y saber también que no sería mío sin importar lo que hiciera me estaba matando. No recordaba exactamente en qué momento comenzó mi obsesión, solo sabía que había ido aumentando con cada encuentro y cada momento que tenía cerca de él, mirarlo ya no era suficiente, era tan adicta a él que era doloroso.
Recordaba sin embargo uno de los momentos decisivos que hicieron que mi corazón se llenara solo de su nombre. Era uno de los pesados días de cena familiar con mis padres, estaba siguiendo una dieta estricta para evitar que mi cuerpo se desarrollara demasiado y afectara mi desempeño en el ballet, eso, sin embargo, había terminado por cobrarme factura y me había desmayado en medio del ensayo de esa tarde, me habían obligado a volver a su casa a descansar.
Por supuesto, mi madre estaba furiosa.
–Eres débil para el ballet– dijo tan pronto como intenté llevarme un bocado de ensalada a la boca– no tienes lo necesario.
Sus palabras eran frías, ni siquiera estaba gritándome... o mirándome. Era como si solo estuviera haciendo una mera observación obvia.
–Anna, no creo que sea el momento de...
–Es el momento correcto– interrumpió mi madre a mi padre– ¿Sabes lo débil que debiste verte en ese ensayo? – esta vez si me levantó la voz, y como las otras veces me vi forzada a escuchar sin ninguna queja y ninguna expresión en mi rostro que no fuera el arrepentimiento, pero incluso después de lo practicada que tenía mi expresión facial fue difícil mantenerse imperturbable en ese momento especialmente porque Alexander estaba sentado justo a mi lado– eso es lo que las otras están esperando, verte débil para apuñalarte. Ahora van a verte como una presa fácil, porque eso es lo que eres. Débil y patética.
–Anna, es suficiente– la cortó mi padre, pero no porque estuviera preocupado por mi si no porque su mejor socio estaba sentado en la mesa y él luchaba por mantener esta inutil fachada de familia ideal.
En otras circunstancias él se habría retirado de la mesa y habría dejado que mi madre me destrozara.
Mi madre no dijo nada más el resto de la comida y se retiró primero. Mi padre, cual perro faldero, corrió detrás de ella para consolarla.
¿Consolarla respecto a qué? no tenía idea, no era ella la que había sido arrinconada en la mesa frente a un invitado, ni a la que no se le permitía decir ni una palabra sin ser devorada.
Tardé en darme cuenta que Alexander y yo nos habíamos quedado solos en la mesa. Hubo un silencio largo mientras los cubiertos de plata chocaban contra la cerámica de los platos. Vi de reojo como él se limpió la boca con la servilleta de tela con sumo cuidado, todos sus movimientos eran elegantes y limpios.
Traté de no sonrojarme.
Pensé que simplemente se levantaría y se iría, pero en su lugar, aún mirando su plato habló.
–No eres débil– dijo de pronto– ni patética.
Entonces se levantó y se fué dejándome sola. Fueron palabras simples, no mucho más, cinco palabras, las cinco palabras más afectuosas que alguien me había dicho en toda mi vida. Fue vergonzoso sentir como los ojos se me llenaron de lágrimas cuando me quedé sola, pero la calidez en mi corazón solo comenzó a crecer a partir de esa noche.
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¿Quién es la presa?
RomanceIsabella: Sabía lo que comía, cuantas horas dormía, que ropa elegía cada día y con cuantas mujeres había estado, pero ninguna era yo. Requirió un plan de muchos años, pero lo había logrado, secuestré a Alexander Sergeev y ahora era mío, mío y de ni...