Dilo sin hablar

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—¿Qué tal? ¿Pudiste terminar los deberes? —pregunta Martin sin darle casi tiempo a Juanjo a sentarse frente a él.

Lleva esperando al maño unos cinco minutos, sentado bajo la sombra de un gran árbol del jardín que hay enfrente del conservatorio, sumido en sus pensamientos y reflexionando acerca de cómo afrontar el día de hoy. Ha pensado mucho en Juanjo a lo largo de la mañana, especialmente en las clases menos interesantes. En cuánto podría seguir tirando de él antes de explotara de nuevo. En cómo debería intentar acercarse para que no se cierre directamente en banda, cubriéndose con toda esa coraza que es cada vez más visible. Al menos, para él.

Pero Martin decide que se han terminado los planes y las estrategias. Como mínimo, durante el día de hoy. Está tremendamente ilusionado por su primera clase con Abril y no piensa distraerse pensando en cómo aprovecharla para cumplir sus intereses con respecto a Juanjo. El día de hoy, la suerte está echada, y lo que tenga que ser, será.

—¿Cómo? —pregunta Juanjo, despistado.

—Sí, ya sabes. Los deberes que tenías que hacer tan urgentemente. El motivo por el que me echaste ayer de tu casa. —Pero no querer estirar la situación no quiere decir que no pueda picarle un poquito. Martin esboza una irónica. Le gusta reírse un poquito de él. Sobre todo cuando ve cómo se le enrojecen las orejas y sus mejillas, permanentemente coloradas, se oscurecen un par de tonos.

Le parece mono, el Juanjo Bona este.

—Claro, sí —responde el chico, claramente azorado. —Terminé un rato después de que te fueras. Perdona por echarte así, pero... era importante.

—No hay problema. —Martin decide que, si Juanjo va a optar por fingir demencia, él hará lo mismo y no le recordará lo último que le dijo antes de que le cerrara la puerta en las narices.

Sé que me tienes en la cabeza mucho más de lo que piensas.

Juanjo, por su parte, solo evita centrar la mirada en los ojos de Martin. Todo en él le recuerda a su sueño. A los labios de Martin sobre los suyos. A las manos del vasco recorriéndole de arriba abajo. A las suyas propias haciendo lo mismo con el cuerpo de su amigo. Siente que se marea.

—Me he dado cuenta de que no terminamos la última pegunta del primer ejercicio —comenta Martin, sacando las hojas de instrucciones.

—¿La de nuestro mayor miedo? —pregunta con inquietud el maño. No le apetece demasiado volver a dar vueltas sobre el mismo tema, pero supone que no le queda otra.

—Exacto. Solo hicimos la primera parte: decir cuál era nuestro mayor miedo. Teníamos que desarrollar el motivo por el que lo tememos y cómo podríamos trabajar en él para superarlo. ¿Quieres empezar tú, para variar?

Juanjo toma aire. Preferiría morir. Pero como, por desgracia, esa no es una opción, decide armarse de valor. Después de todo, estuvo mucho tiempo pensando en esa última pregunta durante el eterno paseo que dio después de discutir con Álvaro.

En como no deja de huir de esa parte de sí mismo que se niega una y otra vez a conocer.

—Vale. He estado pensando en la respuesta que había dado... en que me daba miedo el olvido. Y lo que tú me respondiste. Que igual me daba más miedo que la gente no pudiera conocerme...

Martin asiente, frenándose las ganas de disculparse. Pensándolo bien, quizás se había pasado un poco con el chico que tenía delante, que le esquiva la mirada y parece querer morirse en cualquier momento. Él siempre ha sido defensor de respetar los tiempos de todo el mundo, faltaría más. Pero hay algo en Juanjo que, simplemente, le saca de sus casillas.

—Creo que, en parte, tienes razón. No me da miedo el olvido. Quizás me de más miedo sentir que nunca nadie va a poder recordarme de verdad. O ya no recordarme, sino... pensarme como soy. No sé de dónde viene esa sensación, supongo que al ser una persona tan abierta me da miedo diluirme un poco en la gente y sentir que solo sirvo para amenizar la fiesta...

Cuando no sé quién soy - Juantin OT2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora