Yo invito

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Estaba de vuelta otra vez. Los primeros días en Magallón se le escurren a Juanjo como arena entre los dedos. Las horas pasan divididas en abrazos de reencuentro con amigos y familia, risas por anécdotas pasadas y perdidas y propuestas de planes que, seguramente nunca lleguen a hacerse realidad.

Juanjo Bona amó su pueblo desde el día que nació. Amaba levantarse cada mañana con el piar de los pájaros y el canto del gallo. Le encantaba salir a dar largos paseos entre los árboles o por los mismos caminos de gravilla que había recorrido en bicicleta cuando era pequeño. Adoraba salir a la calle, sentarse en el bar del pueblo, respirando aire puro y, simplemente, esperar. Esperar a que apareciera alguien, daba igual quién: un vecino, un primo, la madre o abuela de cualquier amigo. Sentarse a su lado y hablar. Hablar del tiempo, de lo caro que estaba todo, de los planes de futuro, del sentido de la vida. Porque así se vivía en comunidad en su pueblo, sin barreras ni generaciones ni de ningún tipo. Allí se abrazaban entre todos y se apoyaban como si, más que vecinos, fueran una gran familia.

Lo echaba de menos en Madrid. Conocer a Álvaro y Bea le había salvado de ahogarse en la miseria de la soledad, pero, aún así, le había costado acostumbrarse al individualismo de la gran ciudad. A salir a dar una vuelta y no saludar a cualquiera que se le cruzara por el camino. A ir a su bar de confianza y no poder sacarle conversación al dueño, que, seguramente, ni siquiera estuviera allí, y los camareros rotaban a tal velocidad que ninguno llegaba a quedarse con la cara de Juanjo.

Sus días en casa se sucedieron con total normalidad hasta la cena de Nochebuena. Salió con todos sus amigos, saludó a todas las abuelas a las que tanto había echado de menos y disfrutó del tiempo con su familia. Volver a Magallón era un amargo recordatorio de lo mucho que los echaba de menos, pensamiento al que el ritmo frenético de la capital le impedía darle la importancia necesaria. Sobre todo, a su madre. Siempre su madre.

Su madre, que lo recibía con el abrazo más grande que existía en el mundo. Su madre, que le hacía de comer su comida favorita, aunque tardara horas en prepararla. Su madre, que le preguntaba cómo estaban todos sus amigos. Su madre, que todavía le miraba con preocupación, como si no hubiera podido olvidar esa llamada, la del día en el que sintió que el mundo le ahogaba y había acudido, como un niño, a ella.

Su madre, a la que le escondía un secreto.

En las dos noches que pasó en casa antes de Nochebuena había notado como ella intentaba acercarse a él e iniciar una conversación un poco más seria. Le había preguntado cómo se encontraba en Madrid, si todo iba bien con sus amigos, si todavía le encantaba la ingeniería naval y si seguía siendo el mejor de su clase. Juanjo había respondido con muchas medias verdades y alguna mentirijilla. Se encontraba de maravilla en Madrid (aunque no había encontrado las palabras para decirle el nombre de la persona que había transformado sus días en pequeñas aventuras), con sus amigos estaba de genial (pero quiso ocultar que, en realidad, estaban mejor que nunca tras los acontecimientos de las últimas semanas), por supuesto que le flipaba estudiar ingeniería naval (eso era directamente mentira, pero llevaba tantos años manteniéndola que ni pestañeó al responder) y claro que seguía siendo el mejor de la clase (eso era directamente verdad).

Y su madre asentía en cada una de las respuestas, con una media sonrisa que nunca le llegaba a los ojos. Cada vez que la veía, a Juanjo los remordimientos le carcomían el corazón. Sabía que tenía que hablar con ella, al menos. Y, cuanto antes, mejor.

Que Martin no le presionara en absoluto y comprendiera sus miedos incluso sin necesidad de pronunciarlos en voz alta no mejoraba la situación.

Habían hablado por videollamada las dos noches que habían estado separados. Las dos veces había sido tarde, con las luces del resto de la casa ya apagadas. Al menos, las de Juanjo, que se había preocupado por que nadie pudiera intentar cotillear. A Martin eso solo le había sacado una sonrisa, pero no había comentado nada. Y Juanjo, aunque le dolía, lo prefería así.

Cuando no sé quién soy - Juantin OT2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora