Más de la mitad

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—¿Juanjo? ¡Juanjo! ¿Cómo que meta bañador? ¡JUANJO!

Fue inútil. Antes de poder pedir más explicaciones, Juanjo ya había cortado la llamada. Martin se queda estático, de pie en medio de su cuarto, todavía hipando. Se seca las lágrimas de los ojos y vuelve a marcar su número. No se sorprende cuando no se lo coge.

Sabe que Juanjo es un impulsivo. Todos sus amigos lo describen así. Atolondrado. Precipitado. Enérgico. Un poquito loco a veces. Él mismo ha podido comprobarlo. Ninguna persona sin un punto de locura se habría lanzado a sus labios después de dos años evitándolo como si fuera la peste. Pero a Martin le da la sensación de que ese momento se lleva la palma.

No sabe muy bien qué hacer, pero, por si acaso, obedece. Abre el armario y saca un par de camisetas, un par de pantalones, calzoncillos, calcetines y, por supuesto, dos bañadores. Siente estar viviendo el momento más surrealista de su vida. Está cogiendo ropa para no sabe cuánto tiempo porque se va a vete tú a saber dónde con el chico con el que está... ¿liado? ¿teniendo un rollo extraño? ¿al que está ayudando a descubrir su orientación sexual? ¿Es esta su primera situationship? Y con el mismo chico con el que casi se lía hace dos años y que ¡sorpresa! al parecer no le odia tanto como le ha hecho creer durante todo este tiempo. Martin no sabe si seguir haciendo la maleta o amenazar con tirarse por la ventana hasta que alguien le explique qué está pasando. Y más vale que ese alguien sea el propio Juanjo.

Pero, por si acaso, decide obedecer, no vaya a ser que el maño sea capaz de echarle de su propia casa y de montarle en cualquier tren a las ocho y media de la tarde y aparezca sin ropa interior ni cepillo de dientes en una ciudad perdida del territorio español. Le ve perfectamente capaz de hacerlo y prefiere no tentar a la suerte.

Veintiocho minutos después, su teléfono vuelve a sonar.

—¿Dónde estás? —la voz de Juanjo le suena lejana y confundida, como si fuera él el que tiene derecho a estar confuso.

—¿Perdona?

—Estoy abajo, en tu portal. ¿Bajas?

—¿Llevo la maleta? —pregunta Martin con sorna.

—Claro. ¿No pensarás irte sin ella? Puedo prestarte los calzoncillos, pero solo llevo los de estampado de leopardo de sobra... No sé si es tu rollo.

Martin suelta una risilla y, cogiendo la bolsa que ha preparado a ciegas, sale de su habitación. De camino a la puerta del piso se topa con Chiara y Ruslana, todavía en la fiesta que han organizado con sus amigas. Al verle abrigado y con una mochila grande a sus espaldas, le dirigen una mirada de confusión. Martin simplemente se encoge de hombros y vocaliza un "volveré" a media voz. Como no sabe cuándo ni de dónde, tampoco se molesta en darles más explicaciones.

No cuelga la llamada mientras baja a toda velocidad las escaleras de su piso, demasiado impaciente como para esperar al ascensor.

—No te caigas, eh... —bromea Juanjo al escuchar el eco de sus zapatos al rebotar por los peldaños. —No me gustaría tener que cambiar los planes por una visita al hospital.

A Martin le late el corazón demasiado rápido como para molestarse en preguntar cuáles son esos planes. Se concentra en bajar las escaleras a saltitos. Al llegar al portal, abre la puerta a toda velocidad y sale a la calle. Juanjo está justo enfrente, sentado en el asiento de conductor de un coche pequeño y viejo, regalándole una de sus sonrisas perfectas que tanto le gustan y desconcentran. Martin se queda ahí plantado, medio estático, reprimiendo de nuevo las ganas de volver a echarse a llorar.

No sabe muy bien de dónde había nacido el impulso de llamar a Juanjo esa tarde. Tras la discusión con su madre, de las palabras tan duras que le dirigió, de todos los reproches... su mente no fue capaz de conjurar otra cosa que no fuera la imagen del chico a su lado. De sus palabras de ánimo, del reconfortante peso de su mano sobre la propia, del sabor dulce de sus labios y de lo desesperado que estaba por un par de caricias suyas. Así que, simplemente, se encontró marcando su número al colgar con su madre, todavía costándole respirar a causa de las lágrimas. Aún sabiendo que su relación con Juanjo no funcionaba así, aún siendo consciente de que el chico nunca le había dado permiso para llamarle en momentos de vulnerabilidad, aunque Juanjo no hubiera hecho más que regalarle palabras de afirmación para todas y cada una de sus inseguridades. Aún sabiendo que ellos lo que hacían era besarse, aunque llevaran días ya dedicándose a poco más que hablar y sincerarse a medias. Aún aceptando que quizás no le cogiera el teléfono o que no supiera qué responderle o cómo actuar cuando le escuchara.

Cuando no sé quién soy - Juantin OT2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora