Bienvenidos al show

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—Ha sido buena idea volver aquí. Tiene como significado, ¿verdad?

—¿Porque aquí fue nuestra primera cita?

—¿Fue una cita?

—No lo sé.

—Yo quería que lo fuera.

—Yo también.

Juanjo sonríe con calidez y alarga el brazo para sostener la mano de Martin en la suya, por encima de la mesa. Intercambian miradas de ojos brillantes y ojos ansiosos y ojos hambrientos, incapaces de despegarse de la figura del otro. Se sonríen con una timidez que ya deberían haber superado. Juanjo lo piensa a menudo. Que no entiende por qué, después de meses de tira y afloja, de momentos llenos de tensión, de urgencia y de besarse en cualquier momento y lugar, tanto a escondidas como delante de todo el mundo, todavía se despierta en él el mismo sentimiento de anticipación y nerviosismo cada vez que cualquier parte de su cuerpo roza la de Martin, aunque se trate de un accidente o de una casualidad.

Han vuelto a ese mismo restaurante italiano en el que Juanjo le había confesado que, para él, también era importante lo que estaba pasando entre ellos, que tampoco quería ignorarlo, evitarlo o dejarlo de lado. Que ellos eran importantes, aún sin una relación definida ni etiquetas que los explicaran. Aquella noche ambos se habían dejado soñar, y Martin no había dudado ni un segundo en decidir dónde quería cenar en su primera cita oficial en Madrid siendo pareja.

—Aunque me lo pidieses el día 1 de enero... para mí empezamos a salir antes, ¿sabes?

—¿Qué quieres decir?

Martin centra la mirada en su plato de pasta, un poquito avergonzado.

—El día que nos despedimos en la estación, en diciembre, antes de irnos a casa por Navidad...

—¿El 23?

—Sí. No sé. Para mí había algo diferente ese día. Era la primera vez que nos separábamos unos días después de haber empezado... todo. Tú estabas diferente, y yo también. Fue cuando te propuse lo de venir a visitarme, ¿te acuerdas?

—Claro que me acuerdo.

—Fue el día en el que me di cuenta de que estaba enamorado de ti —añade, alzando la vista y devolviéndola al rostro de Juanjo, el lugar al que siente que pertenece.

Sonríe al ver cómo las mejillas del chico se colorean, cómo aparta un poquito la vista por una vergüenza que ya debería haber desaparecido. Porque se lo han dicho mil veces y de mil maneras distintas. Lo han gritado en el medio de la noche, bajo las estrellas; se lo han susurrado entre las sábanas y tirados en el sofá del salón del piso de cualquiera de los dos; se lo han dicho con los ojos, con las manos, con los labios y con partes del cuerpo que ni siquiera sabían que existían. Han empleado caricias, cosquillas, roces y rasguños e incluso inventan nuevas formas de transmitírselo cada día. Y, aun así, a los dos todavía les emociona y les hace pasar por un millón de sensaciones diferentes a la vez.

Es bonito, se dicen. Ya pasará, les dicen los otros. Ojalá no se pase nunca, piensan ambos, mientras vuelven a mirarse y siguen comiendo en silencio.

—Me gusta el 23. Qué pena no habértelo pedido ese día.

—No pasa nada. Podemos casarnos un 23.

Juanjo se atraganta con lo que estaba comiendo y tose un par de veces, sus mejillas de un color rojo imposible. Martin simplemente se ríe y lo deja pasar, porque en realidad todo era una broma y ni siquiera está pensando en casarse todavía. Aún hay muchísimo que quiere hacer con Juanjo antes de pensar en otras etapas. Aún tienen que irse de viaje juntos, hacer un roadtrip en autocaravana, probar mil restaurantes y escaparse a una montaña en agosto a ver las lluvias de estrellas fugaces. Qué más daba el día, la hora o el lugar, la boda o el funeral, si total tenían toda la vida para disfrutarla juntos.

Cuando no sé quién soy - Juantin OT2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora