Así bailaba

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Se besan durante lo que les parecen horas. Primero despacio, casi con timidez, descubriéndose mutuamente poco a poco. Aprendiendo a tocar sus rostros, a acariciarse el pelo, la nuca, los brazos. A leer las respuestas de cada uno al roce de sus pieles.

Martin aprende que Juanjo suelta pequeños suspiros que amenazan con arrebatarle la cordura cada vez que le acaricia la parte posterior del cuello. Que besa mejor que cualquier otro chico con el que se haya enrollado antes, aunque no pueda acordarse de ninguno ahora mismo. No cuando la lengua de Juanjo sigue enredada en la suya y sus manos la acarician los brazos como si quisiera aprenderse su forma de memoria.

Juanjo cree que se morirá en cualquier momento. Ningún beso, nunca, se ha sentido así. Tan bien. Tan real. Los labios de Martin le saben a menta, a sal y a sueños. Se da cuenta de que le encanta pasar las manos por sus brazos y acariciar allí donde el músculo se hace notar y se endurece. Que Martin le acaricia el pelo de un modo que le vuelve absolutamente loco. Que pensaba que ya lo había probado todo en lo relativo a la intimidad entre dos personas. Al menos, todo lo que le estaba permitido. Pero besarse con Martin le está abriendo todo un mundo de posibilidades que, por primera vez, no tiene miedo a explorar.

Pronto, los besos comienzan a profundizarse y la temperatura empieza a subir. Sus labios aceleran el contacto, atreviéndose a morder, suspirar y susurrar. Martin vuelve a refugiarse al cuello de Juanjo, dejando una hilera de besos hambrientos y mordiscos suaves que al maño solo le hacen perder la cabeza. Se aferra a la cintura de Martin e introduce las manos por debajo de su camiseta. Alcanza su espalda y la acaricia con suavidad, deleitándose con el contacto de la suavidad de su piel.

Cuando Juanjo empieza a notar una tirantez en sus pantalones, un arrebato de cordura se cuela en sus pensamientos. Tiene que parar. Tiene que parar porque teme que, si continúa, ya no pueda llegar a detenerse antes de hacer algo de lo que pueda arrepentirse. O, como mínimo, algo para lo que sabe que todavía no está preparado.

—Martin... —gime bajito mientras ralentiza las caricias en su espalda.

—¿Mhhh?

—Tengo que... ah... tenemos que parar...

—¿Sí? —pregunta Martin, haciéndose el despistado. Él también necesitaría frenar la intensidad del contacto pronto. La sangre se le está acumulando en sitios que no le convienen y siente la cabeza demasiado ligera, como a punto de perder el hilo de sus pensamientos. Pero todavía es lo suficientemente consciente como para picar a Juanjo un poquito más. —Me da la sensación de que no quieres que pare...

Sigue besando el cuello de Juanjo dedicadamente, casi con devoción. Se ha dado cuenta de que el maño gime muy bajito cada vez que muerde con suavidad las zonas en las que deja besos y el sonido amenaza con volverle loco de un momento a otro. No quiere dejar de hacerlo nunca. ¿Podría dejar la universidad y dedicarse profesionalmente a esto? Presiente que se le daría extremadamente bien, incluso mejor que lo de ser actor. Y, con un poco de suerte, Juanjo estaría dispuesto a contratarle vitaliciamente.

—No, pero... —un nuevo gemido vuelve a salir de entre los labios del chico, demasiado perdido en los besos de Martin como para avergonzarse. Juanjo se descube pensando que nunca se habría podido imaginar que una simple sesión de besos y toqueteos podría convertirse en la experiencia más erótica y sexualmente satisfactoria que había tenido nunca. El pensamiento le pone un poquito más cachondo, pero también un poquito más triste. Es precisamente esa sensación la que le da la fuerza de voluntad para frenarlo todo. —No más, por favor.

Martin obedece esta vez. La firmeza en las palabras de Juanjo le provocan una mezcla entre confusión y excitación. Quizás el punto débil del maño sean los besos en el cuello y la escucha activa, pero el de Martin es, sin lugar a dudas, las órdenes. Traga grueso y se acomoda los pantalones lo más dignamente posible. Juanjo parece demasiado perdido en sus pensamientos como para darse cuenta y burlarse de él. Aunque también sería una estupidez, teniendo en cuenta que él está en sus mismas condiciones y no se esfuerza lo más mínimo por ocultarlo.

Cuando no sé quién soy - Juantin OT2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora