Todos estos años

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Juanjo regresa a casa arrastrando los pies y con el corazón en un puño. Siente que algo en él ha cambiado esa tarde, entre las cuatro paredes de esa aula destartalada, solamente acompañado de una profesora a la que acaba de conocer y del chico al que lleva evitando obsesivamente el último año y medio.

Todavía no comprende qué es lo diferente. Pero hay algo. En las sonrisas tímidas que se dirigieron Martin y él al despedirse. En la promesa de volver a verse pronto, aunque no fueran a tener más ensayos en pareja hasta el viernes. En el latir de su corazón, que no llegó a relajarse en ningún momento, ni siquiera ahora, en el camino de vuelta al piso.

Y, por primera vez, Juanjo no siente miedo de adentrarse en ello. Lo que le aterroriza es tener que hacerlo solo. En otras circunstancias sabe que podría contar con amigos. Que tanto Bea como Álvaro estarían encantados de escucharle. Pero es tarde y Bea estará cenando con su novia, y Álvaro y él están poco menos que dramáticamente peleados.

Ese es uno de los motivos por los que no tiene especial prisa en llegar a casa. Está seguro de que Álvaro estará allí, seguramente muy enfadado con él y con pocas, sino ningunas, ganas de hablar.

Y con toda la razón del mundo, piensa Juanjo, dolido por sí mismo.

Introduce las llaves en la cerradura de la puerta, rezando sin saber muy bien por qué. ¿Por que Álvaro no esté en casa o ya se haya ido a dormir? ¿Por retrasar una conversación y unas disculpas que sabe que son inminentes? ¿O, quizás, por todo lo contrario?

En cualquiera de los casos, es Álvaro el que decide por él, porque lleva esperándole al menos una hora sentado en el sofá del salón, bebiendo un refresco y con la tele tan baja que casi ni la escucha. Se levanta de un salto cuando ve entrar a Juanjo por la puerta, pero, antes de poder abrir la boca, el maño toma la palabra.

—Espera. No digas nada. Déjame hablar a mí, por favor.

Álvaro se lo concede con un movimiento de cabeza, volviendo a tomar asiento en el sofá. Juanjo se quita la chaqueta a toda velocidad y deja la mochila en el suelo de la entrada. Toma asiento frente a su amigo y coge aire.

—Lo siento muchísimo, Álvaro. Ya sé que nada de lo que pueda decir excusa mi comportamiento de ayer, pero me gustaría explicarme... si me dejas.

Álvaro suspira. Conoce lo suficientemente bien a su amigo como para saber que se avecinaba una disculpa, pero no sabe si esa vez será suficiente.

—Claro que te dejo, Juanjo, pero... Me gustaría que entendieras lo mucho que me ha afectado. Que para mí Pablo no es cualquiera, es... Es importante. No soy capaz de entender de dónde ha salido tu reacción de ayer, de verdad. Ni siquiera le conoces.

—Ya lo sé. Y sé que la he cagado muchísimo —responde, y Álvaro se da cuenta de que su arrepentimiento es sincero. — No tengo nada en contra de Pablo, de verdad. Estoy seguro de que es un tío estupendo y... me encantaría conocerlo. Si me dejas, claro.

Juanjo esconde la mirada y la clava en el suelo. No quiere verle la cara a Álvaro. Ver su semblante de decepción le partiría el alma. Así que sigue hablando sin atreverse a alzar la vista.

—Es que... estaba esperando a que volvieras, ¿sabes? Por eso te había escrito antes. Necesitaba hablar contigo de algo importante, urgente... Estaba mal, estaba muy mal. Y me molestó muchísimo verte entrar con él por la puerta. Me recordó a otras cosas... que me descentraron muchísimo. Me llevó de vuelta a lo que pasó hace un año y medio.

Álvaro frunce el ceño, confuso. La conversación no está yendo hacia donde él pensaba que iría. ¿Qué había pasado hace un año y medio que hubiera perturbado tanto a Juanjo? Que el maño había pegado un cambio brutal alrededor de esa época no era una novedad, todos sus amigos se habían dado cuenta. Pero lo que Álvaro no sabía es que hubiera tenido que ver con él.

Cuando no sé quién soy - Juantin OT2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora