Entre libros

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Whilelm

Mientras entregaba mi examen, sentí una mezcla de alivio y agotamiento. Había sido un mes intenso, y este último examen representaba el final de una maratón que parecía no tener fin. Miré a mi alrededor, viendo a mis compañeros aún concentrados, algunos con los rostros arrugados de estrés.

La campana sonó, señalando el final de la clase. Recogí mis cosas, sintiendo el peso de la tensión soltarse un poco, aunque sabía que aún no podía relajarme del todo. Todavía quedaba otra materia, y el profesor había mencionado que hoy formaríamos grupos para una exposición importante.

Entré en la siguiente aula y me acomodé en mi lugar habitual, tratando de evitar el bullicio que siempre surgía antes de que comenzara la clase. A los pocos minutos, el profesor entró, y la sala se silenció casi de inmediato.

-Bien, como mencioné la semana pasada, hoy formaremos los grupos para la exposición final -anunció el profesor mientras se sentaba en su escritorio, revisando algunas notas.

-El tema será "Los desafíos globales del siglo XXI", y espero que trabajen bien en equipo.

Comenzó a llamar a los estudiantes, formando los primeros grupos de cuatro. Nombró a cuatro compañeros que no conocía muy bien y continuó. Mi atención se intensificó cuando oí el nombre de Simón.

-Simón, Wilhelm, Nina y Erik -dijo el profesor.

Mi corazón dio un vuelco. Tragué saliva, notando cómo la tensión se volvía a instalar en mi pecho. No podía evitarlo. Trabajar con Simón, especialmente en algo que requeriría pasar tiempo juntos, me ponía en una posición complicada. Traté de mantener la compostura mientras me acercaba al grupo que ahora se estaba formando, buscando evitar cualquier gesto que delatara mi nerviosismo.

Simón ya estaba allí, su rostro calmado mientras esperaba que nos reuniéramos. A pesar de todo, no podía negar que me alegraba verlo, aunque eso también significaba enfrentar un torbellino de emociones que preferiría evitar.

La clase terminó rápidamente después de que el profesor asignara los grupos. Nos indicó que comenzáramos a trabajar de inmediato, ya que el tiempo para preparar la exposición era limitado. Nos miramos entre los miembros del grupo, y Nina fue la primera en sugerir un lugar.

-¿Qué les parece si vamos a la biblioteca? -propuso, mirando a los demás. Erik asintió, y yo simplemente asentí en silencio. Simón no dijo nada, pero noté que estaba de acuerdo.

Nos dirigimos juntos a la biblioteca, un espacio amplio y luminoso, lleno de estanterías repletas de libros que parecían más viejos que la propia escuela. Era un lugar tranquilo, ideal para concentrarse, aunque hoy esa tranquilidad solo incrementaba la tensión que sentía al estar tan cerca de Simón.

Elegimos una mesa en una esquina, alejada de la entrada, donde podríamos hablar sin molestar a los demás estudiantes. Una vez sentados, sacamos nuestros materiales. Erik y Nina comenzaron a discutir sobre los posibles enfoques que podríamos tomar para la exposición, pero mi mente estaba en otro lado. Sentía la presencia de Simón a mi lado, casi como si fuera un imán que atraía toda mi atención, y eso me dificultaba concentrarme.

Simón, por su parte, parecía estar completamente enfocado en el trabajo. Había sacado su cuaderno y un par de libros de texto, y mientras Nina hablaba, él tomaba notas con calma. Me obligué a volver al presente y a escuchar lo que los demás decían.

-Creo que deberíamos dividir el tema en subtemas más específicos -sugirió Nina. -Podemos hablar sobre el cambio climático, la desigualdad económica, la migración, y la tecnología. Cada uno podría encargarse de un subtema.

-Sí, me parece bien -respondió Erik, mirando a Simón y a mí para ver si estábamos de acuerdo.

-Estoy de acuerdo -dijo Simón, con ese tono seguro que siempre había admirado en él.

Asentí también, aunque con un poco menos de entusiasmo, pero me esforcé por sonar participativo.

-Podría encargarme del cambio climático -dije, intentando que mi voz no delatara mis nervios.

Simón levantó la mirada de sus notas y me dirigió una leve sonrisa.

-Yo puedo tomar el tema de la migración -dijo, antes de volver a sus apuntes.

Nina y Erik seleccionaron sus propios subtemas, y pronto empezamos a trabajar en silencio. A pesar de la atmósfera académica que reinaba en la biblioteca, no podía dejar de sentir que había un elefante en la habitación, un peso invisible que hacía que mi corazón latiera un poco más rápido.

Mientras revisaba algunos libros sobre el cambio climático, de vez en cuando levantaba la vista para observar a Simón. Me sorprendía lo concentrado que estaba, como si nada más existiera. Me pregunté si para él era tan difícil estar en el mismo espacio que yo como lo era para mí.

Seguimos trabajando en nuestros respectivos temas, avanzando poco a poco en la investigación y tomando notas. Aunque la situación era incómoda, de alguna manera, me sentía agradecido por poder compartir este tiempo con Simón, incluso si no podíamos hablar de lo que realmente estaba pasando entre nosotros.

Con una última mirada a nuestra mesa de trabajo, me levanté y me preparé para salir, sabiendo que, aunque no habíamos hablado de lo que realmente estaba pasando entre nosotros, el tiempo compartido en la biblioteca había sido un pequeño consuelo en medio de la confusión y el caos emocional.

Mientras salíamos juntos, una parte de mí deseaba que las cosas fueran diferentes, que pudiéramos hablar abiertamente sobre lo que sentíamos. Sin embargo, también apreciaba estos momentos de normalidad, esos en los que compartíamos una tarea común y me permitían desconectar, aunque fuera brevemente, de los sentimientos complejos que me atormentaban.

Simón se detuvo en la puerta de la biblioteca y se volvió hacia mí con una sonrisa cansada pero sincera.

-Gracias por tu ayuda. Me ha sido útil trabajar contigo.

-Igualmente. -respondí.

Nos despedimos con un gesto de la mano y nos separamos en direcciones opuestas. Mientras caminaba hacia mi siguiente clase, me di cuenta de que, a pesar de las dificultades, esos pequeños momentos de conexión eran los que más valoraba.

Al llegar a mi aula, me senté en mi lugar habitual y traté de concentrarme en la clase que estaba por comenzar. Aunque el ruido y la actividad del aula me rodeaban, mi mente seguía centrada en el encuentro con Simón, en las palabras no dichas y en la esperanza de que, algún día, podríamos encontrar una forma de expresar lo que realmente sentíamos el uno por el otro.

Finalmente, la última clase del día llegó a su fin. Recojí mis cosas y, tras decir un rápido adiós a algunos compañeros, me dirigí hacia mi cuarto. Los pasillos del internado estaban más tranquilos a esta hora, y el silencio en el aire me daba una sensación de calma.

Al llegar a mi habitación, me apoyé en la puerta por un momento, sintiendo el peso del día sobre mis hombros. Abrí la puerta y entré, cerrándola con un suspiro de alivio. El cuarto, mi pequeño refugio, estaba como siempre: ordenado y cómodo, pero familiar. Me dejé caer en la silla junto al escritorio, donde la pila de libros y notas todavía esperaba ser revisada.

Mientras miraba a mi alrededor, me di cuenta de cuán importante era este espacio para mí, no solo como lugar de estudio, sino también como un rincón donde podía reflexionar sobre mis pensamientos y sentimientos. Miré el reloj y me di cuenta de que aún había tiempo antes de la cena, así que decidí aprovechar esos momentos para organizar mis notas y tratar de enfocar mi mente en algo productivo, intentando dejar de lado las emociones que seguían dándole vueltas en mi cabeza.

Aunque me sentía cansado, la perspectiva de la noche tranquila y la posibilidad de despejar mi mente me daban algo de consuelo. Con la esperanza de que el tiempo ayudaría a aclarar mis pensamientos y sentimientos, me sumergí en mi trabajo, buscando encontrar un poco de paz en medio del caos emocional.

Es solo un amigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora