Capítulo Ocho: Una Rubia Histérica.
Una y un millón de teorías se formaron en mi mente, entrelazándose como hilos de una telaraña enredada. Ninguna de ellas, por más descabellada o lógica que pareciera, me ofrecía una respuesta clara. El miedo y la incertidumbre se apoderaron de mí, pero traté de mantener la calma mientras entraba al salón de historia.
El aula estaba desierta, solo la mochila de Hange descansaba sobre uno de los pupitres. Me acerqué a ella, cada paso resonando en el silencio absoluto del lugar. Tomé la mochila entre mis manos, notando su peso, y de repente, un pensamiento cruzó mi mente: ¿Dónde demonios está mi mochila?
Un fuerte golpe resonó en el aula cuando la puerta fue violentamente azotada. Me giré bruscamente y allí estaba ella: la rubia. Parecía que el aire a su alrededor chisporroteaba de rabia; su rostro estaba enrojecido, y no pude discernir si era por la vergüenza o el coraje, probablemente ambas.
Su mirada recorrió el salón hasta posarse en mí. Su sonrojo se intensificó, y el fuego en sus ojos ardía con mayor intensidad.
— ¡Tú! — me señaló con un dedo acusador, su voz cargada de odio. La miré, desconcertada. Ella continuó, implacable—. Desde que llegaste a este maldito pueblo, todo ha empeorado por tu maldita culpa.
La miré como si estuviera frente a una criatura con diez cabezas. Había llegado hace solo una semana, y hoy era mi primer día de clases. ¿Qué demonios le pasaba? Ni siquiera me conocía; apenas habíamos cruzado palabras hoy en la cafetería.
Me armé de valor y respondí con tono sarcástico:
— Me dijeron que las drogas estaban prohibidas, pero parece que aquí no es así.
Su rostro enrojeció aún más, y antes de que pudiera reaccionar, se lanzó hacia mí, tomándome del cuello y empujándome con fuerza contra la pared. Un quejido escapó de mis labios.
— No te hagas la graciosa. Sabes muy bien a lo que me refiero, ¿verdad?
Negué con dificultad, su agarre en mi cuello se volvió aún más fuerte, dificultando mi respiración.
— ¿De qué... hablas? —logré murmurar entre jadeos mientras sus uñas se clavaban en mi piel, arrancándome otro quejido.
— No querrás que te lo recuerde, ¿cierto? —sus uñas se hundieron más, causando un dolor agudo que me recorrió el cuerpo.
Intenté liberarme, pero su fuerza era abrumadora, superior a la mía.
— ¿Qué...? —Un grito ahogado escapó de mi boca cuando una patada impactó contra mi estómago, dejándome sin aliento.
— ¿A qué viniste a este pueblo? preguntó, aflojando ligeramente su agarre. ¿Tienes familia aquí?
Asentí débilmente, mi mente nublada por el dolor y la confusión.
— ¿Cuál es el apellido de tu familia?
Negué con la cabeza, negándome a darle información que no le concernía.
— No soy tan estúpida...—dije con voz entrecortada. Ella estaba a punto de responder cuando le di una patada en la pierna, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo.
Aproveché la oportunidad y corrí hacia la puerta, pero un tirón en mi cabello me detuvo en seco.
— ¡Maldita pelinegra! —gritó, jalando mi cabello con furia. Me obligó a girar para enfrentarla—. Estás muerta, no te soltaré hasta que me digas el apellido de tu familia.
Sus ojos destilaban un odio que no podía comprender. En un acto de desesperación, puse mi mano en su cuello y comencé a apretar, sintiendo cómo su cuerpo se retorcía de dolor bajo mi control. No sabía por qué lo hacía, era como si algo más estuviera manejando mis acciones. Un grito de agonía salió de sus labios.
Quería detenerme, lo deseaba con toda mi alma. No quería matar a nadie. Con la poca fuerza de voluntad que me quedaba, me obligué a parar.
Miré mi mano, cubierta de sangre, y luego a la rubia, que yacía inconsciente en el suelo. Afligida, me agaché a su lado y tomé su mano, buscando su pulso. Un suspiro de alivio escapó de mis labios al sentirlo.
Con el bolso de Hange colgado de mi hombro, salí del salón, con el corazón en la boca y la mente en caos. ¿Realmente había sido yo quien hizo eso?
{...}
— ¿Me dirás por qué llevas una bufanda en este calor? —preguntó Zeke por enésima vez. Yo, como las seis veces anteriores, volví a negar.
— No —respondí secamente, sin intención de darle explicaciones. Claramente no iba a confesarle que una rubia histérica me atacó y que yo posteriormente casi acabo con su vida.
Pasaron unos minutos antes de que volviera a hablar.
— ¿Sabes dónde está Eren?
— Ahora que lo recuerdo... dijo que iba a comprar un disfraz de maid.
— ¿Para qué? — Juro que si hace otra pregunta, le arrojaré mi refresco en la cara.
— Perdió una apuesta con Hange.
— ¿Cuándo? —El refresco que tenía en las manos ahora estaba en el rostro de Zeke.
— Lo siento —me disculpé, aunque no lo lamentaba realmente. Sus preguntas constantes me estaban volviendo loca.
— Ajá... —murmuró, limpiándose con un pañuelo que tenía a mano.— ¿Qué apostaron?
Me levanté de la silla, ignorando su presencia, y caminé hacia mi habitación.
Al girar la manija y abrir la puerta, una carta cayó al suelo. Era de color rojo, con una firma extraña y mi nombre escrito en ella.
Me agaché para recogerla, notando que era delicada y desprendía un aroma peculiar. La acerqué a mi nariz para inhalar mejor el olor. Era increíblemente agradable, casi adictivo; me hacía sentir segura, en paz.
Entré en la habitación, cerrando la puerta detrás de mí, con el sobre rojo en las manos. Varias ideas cruzaron por mi mente sobre lo que podría contener: ¿dinero? ¿Una amenaza?
Intenté abrirla, pero fue en vano. El sobre estaba herméticamente sellado, irrompible.
>> Dale la vuelta.
Obedecí la voz en mi cabeza y le di la vuelta. Una fecha grabada llamó mi atención:
Fecha de apertura: 01 de julio de 20XX.
— ¿Qué demonios es esto?
Se supone que debo abrirla exactamente ese día.
>> Sí, supones bien.
Esto es una locura. Cada día, mi vida se vuelve más extraña.
>> Será más interesante cuando descubras la verdad.
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Gracias por leer 🌷
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He Is Dangerous. (Rivamika) REMAKE y FINALIZACIÓN.
Fanfiction-¿Quién es él? -pregunté, sintiendo un nudo de curiosidad en el pecho. -Mira, mi linda azabache de tez blanca -respondió el chico rubio, inclinándose hacia mí con un susurro-. Solo tengo una cosa por decirte: él es peligroso. Mis ojos se desviaron h...