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Han pasado cuatro años desde que Nambi se fue, y aunque todavía llevo las cicatrices de su pérdida, la vida ha comenzado a retomar su curso de una manera que nunca imaginé posible. Me aferro a mi ritual, como si fuera una promesa que no puedo romper, pero algo dentro de mí ha cambiado. No sé exactamente cuándo sucedió, pero empecé a notar pequeños signos de que la vida continuaba, que el mundo seguía girando a pesar de mi dolor.

Las mañanas son un poco más fáciles ahora. Me despierto y el peso en mi pecho ya no es tan opresivo como solía ser. A veces, incluso me sorprendo disfrutando de un amanecer, sintiendo la calidez del sol en mi rostro sin que el recuerdo de Nambi me abrumara de inmediato. No es que la haya olvidado, nunca podría hacerlo, pero el dolor ha comenzado a desvanecerse, convirtiéndose en un eco lejano en lugar de una herida abierta.

Mi trabajo ha sido una distracción constante, algo en lo que volcarme cuando la soledad se hacía insoportable. Las personas a mi alrededor han sido pacientes, respetando el espacio que necesitaba para sanar. Pero ahora, me encuentro participando más en conversaciones, sonriendo de vez en cuando sin forzarme a hacerlo. Mis colegas han notado la diferencia; algunos incluso me han dicho que parece que estoy volviendo a ser yo mismo. Quizás, en cierto modo, lo estoy.

La verdadera sorpresa, sin embargo, vino cuando conocí a Hana.

No sé exactamente cómo empezó todo. Quizás fue la manera en que ella me miró, como si pudiera ver a través de mi dolor, o tal vez fue su risa contagiosa, que me recordó lo que era sentirse feliz, aunque fuera por un momento. La conocí en una reunión del trabajo, una de esas situaciones en las que normalmente habría estado presente en cuerpo pero no en mente. Sin embargo, había algo en ella que me hizo querer saber más, que me hizo querer estar ahí.

Hana es diferente a Nambi en muchos aspectos. Mientras que Nambi tenía una energía suave y serena, Hana es todo fuego y pasión. Es vibrante, llena de vida, y tiene una manera de ver el mundo que me recuerda a lo que solía ser antes de que todo cambiara. Con ella, empecé a sentir cosas que pensaba que estaban perdidas para siempre. Empecé a reír de nuevo, a disfrutar de las pequeñas cosas, y por primera vez en años, a pensar en el futuro de una manera que no me llenaba de dolor.

Al principio, me sentí culpable. Parte de mí pensaba que, al permitirme sentir algo por Hana, estaba traicionando la memoria de Nambi. Me resistí a la idea de avanzar, como si al hacerlo, estuviera dejando atrás lo único que me quedaba de ella. Pero Hana nunca presionó. Ella entendía, o al menos intentaba hacerlo, y me dio el tiempo y el espacio que necesitaba para reconciliarme con mis propios sentimientos.

Nos acercamos lentamente, comenzando como amigos. Salíamos a caminar, compartíamos cenas y hablábamos de todo, desde nuestras infancias hasta nuestros sueños. Con cada conversación, cada risa compartida, sentía cómo las barreras que había construido a mi alrededor empezaban a desmoronarse. Y antes de darme cuenta, me di cuenta de que quería más. Quería intentar, aunque fuera aterrador, darle una oportunidad a lo que estábamos construyendo.

La primera vez que la llevé a mi casa, fue un paso grande para mí. Hasta entonces, mi hogar había sido un santuario para los recuerdos de Nambi, un lugar donde su presencia aún se sentía en cada rincón. Estaba nervioso, inseguro de cómo me sentiría al ver a Hana en el espacio que una vez compartí con alguien más. Pero cuando la vi allí, en mi sala, riendo mientras contaba una historia sobre su día, algo se suavizó dentro de mí.

Esa noche, después de que se fue, caminé por la casa, observando cada detalle con nuevos ojos. Los recuerdos de Nambi aún estaban allí, pero ya no me atormentaban como antes. Eran parte de mí, sí, pero no me definían por completo. Al mirar las flores que había comprado ese día, las mismas que había llevado a su tumba, me di cuenta de que era posible honrar su memoria sin dejar que me consumiera.

No fue fácil, y aún hay días en los que el peso de la pérdida me golpea de manera inesperada. Pero con Hana, aprendí que está bien sentir, que está bien dejar que la vida continúe. Ella nunca intentó reemplazar a Nambi, y creo que por eso pude empezar a abrir mi corazón de nuevo.

Una tarde, después de que Hana y yo habíamos pasado el día juntos, caminando por el parque y riendo como si el mundo solo existiera para nosotros, me encontré nuevamente en el cementerio. Había llevado otro ramo de lirios, pero esta vez, algo era diferente. Mientras colocaba las flores en la tumba de Nambi, me di cuenta de que estaba listo para hablar con ella de una manera que no había podido hacer en años.

—Nambi —comencé, mi voz temblorosa pero decidida—, he conocido a alguien. Es diferente a ti, pero... pero me hace sentir bien. Espero que puedas entenderlo. Nunca te olvidaré, y siempre serás una parte de mí, pero también quiero darle una oportunidad a lo que tengo con Hana.

El viento sopló suavemente, y por un momento, sentí como si Nambi estuviera allí, escuchando, entendiendo. Sabía que avanzar no significaba dejarla atrás, sino llevarla conmigo de una manera que me permitiera vivir de nuevo.

Hana no sabía nada de mi ritual de llevar flores a la tumba de Nambi. No había querido compartirlo con ella, no porque no confiara en Hana, sino porque sentía que era algo demasiado personal, demasiado íntimo para compartir en ese momento. Pero sabía que eventualmente tendría que contarle, tendría que ser honesto con ella sobre lo que Nambi significaba para mí y lo que todavía significaba.

Sin embargo, en ese momento, mientras me alejaba del cementerio, me di cuenta de que por primera vez en mucho tiempo, estaba listo para intentar ser feliz nuevamente. Hana no era una sustituta, no era alguien que pudiera llenar el vacío que Nambi dejó, pero eso estaba bien. Porque lo que teníamos era algo nuevo, algo diferente, algo que merecía una oportunidad de florecer por sí mismo.

La vida continuaba, y aunque el dolor seguía siendo una parte de mí, ya no era lo único que definía mi existencia. Con Hana a mi lado, sentía que podía enfrentar lo que viniera, que podía construir algo nuevo sin olvidar lo que había perdido. Y mientras caminábamos juntos hacia ese futuro incierto, sentí, por primera vez en mucho tiempo, que estaba bien. Que tal vez, solo tal vez, estaba encontrando mi camino de regreso a la vida.

Over Me | JJK ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora