1 La playa de Hondarreta

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-Hoy no hace día de surf -comentaba el instructor mientras Martin empezaba con los calentamientos-, si quieres te devuelvo el dinero de lo de hoy y así te comes un pintxo por la parte vieja.

-¿En serio, Mikel? -se quejaba Martin- ¿no se puede ni siquiera intentar?

-No, cabezón. ¿No ves que no hay olas? Anda, quítate el neopreno que no me vas a convencer.

-Ya saldrá alguna ola... -insistía el joven- porfa. Que quiero aprender ya, y así a la siguiente no te molesto -le guiñó, no con otra intención que picarle un poco.

-Pues haber venido el lunes, -le retó, con tono de echarle la bronca, aunque sonriendo- que teníamos clase y ni apareciste. ¡No sabes las pedazo de olas que salieron! Parecían las mareas vivas de septiembre...

-Ya sabes que entre semana ando liadillo por las tardes -Martin le puso cara de pena- con lo de las reuniones y eso -intentó excusarse-...

-Todos andáis igual -negaba con la cabeza el instructor- terminaréis empapados -le señaló con el dedo, acusándolo de algo, como si tuviese algo por lo que acusarlo-.

-Qué dices -se rió Martin, sin entender muy bien la advertencia ni a quién se refería con 'todos'- que yo sepa nadie más de este grupo anda en esas movidas.

-Que no... -enarcó la ceja- no me tires de la lengua que yo me entero de todo... y mejor no decir mucho que luego meto la pata... -el instructor observaba cómo Martin lo miraba con una sonrisa irónica. Tras darle una palmada en el brazo, se colocó tras él- anda, quítate esto -le bajó la cremallera del neopreno, mientras Martin daba un saltito, como de sorpresa.

-¡Oye! -se giró de pronto para agarrarle de la muñeca, cambió su tono de voz, a uno más suave- hace mucho que no hacías eso -su mano se deslizó desde la muñeca hasta los dedos, para atraparlos entre su pulgar y el índice y llevarlos hacia sus labios, mirándole a los ojos.

Mikel se rió, y Martin, al ver que no tuvo la reacción que buscaba, le soltó la mano de inmediato. Seguidamente, se dio la vuelta y se marchó hacia el vestuario negando con la cabeza, dejando al instructor sólo recogiendo las tablas.

-Vete a la mierda, Mikel -se oyó desde la puerta.


Hacía ya un par de meses desde que Martin llegó a Donosti desde Eibar, un pueblo adentrado en Gipuzkoa, que hace frontera con Bizkaia. Llegó a la capital con dos cosas en claro: la primera, que la música era su mayor pasión y su futura profesión, y la segunda, que quería aprender surf. Y en estos tres meses se dio cuenta de que ni lo primero era cierto y casi que ni lo segundo iba a lograr, no a este paso al menos.

Se debió haber dado cuenta de ello la primera clase de surf que tuvo, ya que se interesó más por el instructor al que acababa de mandar a la mierda que por el deporte en si. 

Mikel era el prototipo de surfista más claro que había conocido nunca: moreno de piel y rubio de greñas. No lo definiría como su tipo de chico ideal, pero era innegable que era guapísimo. A decir verdad, tampoco tenía un tipo de chico definido, simplemente le gustaban más altos que él, y Mikel le quedaba unos centímetros bajito. Aun así su característica nariz vasca fue lo que le llamó más la atención, y nada más verlo se encaprichó con él. No era la primera vez que, tras fichar a un chico, sentía la necesidad de cautivarlo tan pronto como pudiera; tampoco sería la última.

Consiguió ligar con él tras la segunda clase, cuando se quedó por un tiempo innecesario en la ducha, esperando a que todos marcharan, y cuando Mikel ya recogía todo y se disponía a marchar, lo pilló desprevenido, y tras unas fichas un tanto descaradas, lo convenció de quedarse un rato más para que pudiera explicarle unos movimientos que no entendió bien

Una moneda que cae de cantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora