3 La delicadeza de la brisa

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Estar encerrado en un ascensor es de las peores sensaciones que puede haber: es un espacio muy limitado, el cual se gestiona eléctricamente, por lo que no sólo no dependes de ti mismo para salir de ahí, sino que además, un tercero tiene que poder arreglar lo que sea que ha hecho que se atasque. Es un espacio frío en invierno y caluroso en verano, hecho de láminas de metal y suelo de baldosas. No hay ápice de comodidad en su concepto, y, desde luego, no está hecho para ratos más largos que de un par de minutos como mucho. Es agobiante e incómodo a más no poder.

La oscuridad es otro factor que a Martin en realidad no le importaría demasiado, si no estuviera encerrado con una persona desconocida. Ser consciente de que otro cuerpo habita el mismo lugar que ya es de por sí extraño y limitado lo limita aún más, y la sensación de extrañeza se aumenta, ya que no puedes moverte orgánicamente. 

Su naturaleza calmada a la par que caótica le limitaban cuando le tocaba tomar decisiones en momentos así de tensos. Normalmente hacía las cosas sobre la marcha, sin darle muchas vueltas y según su deseo del momento. Le habían llamado la atención alguna vez de su grupo político por ello, ya que, al ser un grupo extraoficial, sin licencias ni papeles legales, y con objetivos políticos algo controversiales, tenían que andar siempre muy al margen y sin meter la pata. Debía ser pragmático si quería tomar parte en papeles fundamentales del funcionamiento, ya que cuanto más fundamental eres, más información recibes, y dicha información, al no ser legal, se debe mantener en secreto, o limitar a quién llega, al menos. Lo habían pillado mandando un audio en una reunión cuando estaban organizando las jornadas del mes que viene cuando lo tuvieron que apartar del grupo y hacérselo saber. Se había enfadado un poco al principio, pero Rus lo ayudó a entrar en razón, haciéndole ver que había que poner los objetivos políticos por encima de la comodidad, y que si eso suponía un trabajo por parte suya, lo tendría que hacer por el bien de la comunidad.

Estaba aprendiendo, por ende, a ser algo más pragmático en cuanto a política se refería, pero había decidido limitarse a ello, para poder seguir con su vida y sus hábitos tranquilamente. Había empezado a pensar que quizás eso era lo que había vuelto su vida un poco desastrosa, dejando de lado los estudios y olvidándose un tanto de atender a su familia.

Se empezó a agobiar en cuanto la luz se apagó. Tardo unos segundos en pasar tras el inicial fallo del ascensor. Muchos pensamientos y muchas emociones le vinieron a la vez, y no supo ordenarlos para decidir hacer algo. Se olvidó totalmente de que estaba a punto de tener una improvisada semi-cita-no-cita con un chico al que había conocido en la frutería hacía unos días, y del que ni se sabía su nombre. Se agobió, y no pudo hacer más que quedarse quieto en su sitio, mientras su cabeza daba mil vueltas y no llegaba a ningún lado a su vez.

Una voz tranquila y apaciguada, junto a una leve presión en el hombro lo despertaron de sus abarrotados pensamientos. El otro chico le había apoyado la mano en el hombro, se sentía cálido en un ambiente tan frío y vacío.

-Espera, -escuchó, mientras notaba su mano en el hombro- ¿estas aquí no?

-Eh... sí, sí -titubeó, intentando volver un poco a la realidad que lo rodeaba-.

-Vale, a ver... -una pequeña luz se encendió, y Martin pudo ver al chico al que tenía en frente, con la linterna del móvil encendida entre sus manos. Odió su mente cuando lo primero que se le vino a la cabeza en ese momento fue lo guapo que era el otro-, aquí debe haber un botón para poder llamar a emergencias o a algún técnico o algo -decía, mientras señalaba los números de las plantas con la luz, su nariz se veía a contraluz, era preciosa de perfil-... ¡justo!

Notó que se había quedado embobado por un momento. Como si de repente no le importara quedarse encerrado en un ascensor con ese desconocido tan guapo y resolutivo. Ya no era tan incómodo ni tan frío, ni siquiera tan pequeño... se le escapó una sonrisa cuando se pilló a sí mismo fantaseando, la cual fue respondida por otra sonrisa por parte del joven que lo acompañaba, seguramente porque, dado el momento, parecía más de agradecimiento por la gestión de la situación que por otra cosa.

Una moneda que cae de cantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora