Amanecieron tal cual anochecieron: Martin entre los brazos de Juanjo, apoyado en su pecho, siguiendo el ritmo de la respiración del otro. Seguían cubiertos por el edredón, no hacía mucho frío en la habitación, pero se notaba que era invierno, tenían ambos las mejillas y la nariz fresquitas. Se acompañaban en esa cama que ambos sintieron tan suya anoche.
El viento sacudía la persiana, llamándolos a despertar. El primero en hacerlo fue Martin, confuso y sediento, entre unos brazos y una cama que de nuevo sentía ajenos. Había soñado con una especie de caballo que buscaba por un bosque unas cerezas y que le había pedido ayuda a él. Últimamente solo soñaba cosas surrealistas, al parecer, el efecto que le había causado dejar de fumar porros había sido no sólo volver a soñar sino hacerlo como si hubiese tomado algún tipo de setas.
Empezó a fumar a los 15, como cualquier adolescente que quiere ser causa de las desesperaciones de sus padres. Sentía que el mundo estaba en su contra, pero ese sentimiento luchaba con el amor que sentía cada vez que su madre lo abrazaba. Probó el tabaco en una fiesta, y si no hubiese sido por la necesidad de ir en contra de sus padres, estaba seguro que nunca hubiera seguido fumando, pero era la adrenalina que le causaba que no lo supieran, y la tensión que se generaba entre ellos cuando podían olerse que fumaba le podía. Nunca se lo dijo, porque en el fondo, muy en el fondo, no se veía capaz de decepcionarles, pero puertas afuera era el más rebelde de clase.
Del tabaco a los porros no hubo gran salto, alguien de su entorno se lo ofreció y fue lo que mejor le vino para deshacerse de las preocupaciones que tenía. No fue hasta este último año, en el que empezó a pasar la mayoría de su tiempo con Ruslana, la que, tras haber sufrido un coma etílico a los 16, había dejado de lado todo lo que se relacionase con la fiesta y los estupefacientes, que se dio cuenta del problema que le había generado fumar hierba: no se concentraba, se olvidaba de todo y había dejado de soñar, además de que se le iba el dinero y era consciente de su adicción. Llevaba unos tres meses completamente limpio, más o menos desde que había empezado el curso, y cuando soñaba así, todavía se le hacía demasiado raro.
Tardó un par de minutos en aterrizar. Olió un ligero aroma a perfume, mezclado con sudor, y cuando se intentó mover un poco, se dio cuenta de que el calor de aquella habitación que no conocía venía por parte de Jon. ¿Jon o Juanjo?
El corazón le dio un golpe fuerte en la garganta.
Ahora sí, aterrizó. Recordó lo de anoche, y lo confuso que fue todo aquello. ¿Juanjo? En su cabeza resonaba ese nombre, como si alguien lo gritara entre montañas y hubiese un eco del que no puedes escapar. Le gustaría haberse enfadado anoche, haber parado en el momento, haberle echado en cara lo que sea que tuviera que echarle en cara y haberse marchado. Pedirle explicaciones y enfurecerse porque le hubiese mentido. O quizás terminar de tener sexo y entonces largarse y no haberle dicho nada más nunca. O despertarlo ahora, con cara de mala ostia, esa cara que cuando salía no necesitaba decir una palabra para que se entendiera nada.
Pero no, no se había enfadado. Estaba confuso. Realmente, eso era lo más lógico en este momento, pero no lo óptimo. Le hubiera sido mucho más fácil enfadarse, marcharse y no hablar más con él, pero no le había importado tanto en el momento, por lo que ahora sólo le quedaba la opción de la confusión. ¿Por qué no le había importado en el momento? El problema ya se había convertido suyo también.
Miró a Juanjo. Dormía. Dormía sin pena, sin vergüenza de haberla cagado, sin remordimiento. Las emociones de Martin chocaron entre sí. Por un lado tenía cierta rabia, mezclada con confusión, ¿cómo dormía tan plácidamente habiendo algo de que hablar? Él estaría nervioso, pensó. Y por otro lado sentía paz y tranquilidad, Juanjo emanaba la calma de un mar que descansa después de una tormenta. Al fin y al cabo, no lo conocía apenas, pero si algo le llamó la atención desde el primer momento era lo frío de mente que era, lo fácil que gestionaba las situaciones y lo inteligente que parecía ser, algo que a él y su emocionalidad le parecía asombroso.
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Una moneda que cae de canto
FanfictionMartin siempre había soñado con ser músico, hasta que entró a la carrera y comprendió que el loco de la guitarra de la facultad de filosofía creía más en la música que él, que se pasaba días y noches estudiando piano. Quizás la frustración de ver s...