6 Mentiras piadosas

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Llegó a casa pasadas las 23:00 de la noche, donde, como le había avisado, Ruslana lo esperaba, con sonrisa pícara, esperando a que le contase de qué iba eso de no ir a cenar a casa. 

De camino al parking, se había comido un helado de Kinder, mientras Jon se comía uno de brownie. No le gustaban demasiado los helados, tampoco era que los odiase, pero ni la textura ni la temperatura eran algo que le agradase. No se acordó de eso hasta que se lo llevó a la boca, dándose cuenta de por qué llevaba tanto tiempo sin haber probado uno. Al parecer, su acompañante estaba disfrutando demasiado del suyo como para darse cuenta de que Martin no le había cogido tanto gusto, ya que, tras traerlo hasta la puerta de su casa en moto, al despedirse, le prometió otro helado algún otro día. 

Durante el trayecto Martin quiso imaginarse despidiéndose de él con un beso, como en una película; se lo llevaría hasta su portal, aparcaría la moto, lo ayudaría a bajarse, y tras quitarse él su propio casco, se lo quitaría a Martin, para poder besarlo bajo el techo que los cubría de la tormenta del cantábrico.

Nada de eso pasó, obviamente, ya que simplemente lo acercó hasta su portal, le hizo una seña con la cabeza para que bajase, y se despidió.

-Bueno, mañana dime cuándo paso a recogerte y dónde, y otro día quedamos para un helado. Duerme bien.

Y aunque no recibió ningún beso que ahogara sus deseos, sintió un poco de calor en el estómago gracias a ese duerme bien, lo sintió tan genuino que por un momento sintió que la lluvia cesaba. Jon le estaba empezando a gustar, y lejos de sentir miedo, tenía ganas de probar hasta dónde podría llegar con él.

Martin se había puesto una regla a sí mismo hacía unos meses: no le contaría a Ruslana detalles de que estaba quedando con un chico hasta liarse con él. Así lograría que no le acusase tantas veces de preferir a sus amantes antes que a ella, y la mantenía siempre con un poco de intriga, ya que, a veces se olía algo, y aunque era verdad que Martin andaba tras alguien, no llegaban a liarse, por lo que no se lo contaba, y por un momento la hacía pensar que no lo conocía tanto; además de quedar él como una persona que no falla una al ligar, lo que le favorecía, una vez más, en su imágen de ligón. Ella, obviamente, no sabía lo de esa regla, por eso insistía tanto cada vez que se olía algo. Por eso Martin necesitaba... mentirle. O no contarle toda la verdad, al menos.

-¡Mister citas ha llegado! -Lo saludó Rus-. ¿Quién ha sido? ¿El de tu clase, el que hace canto?

-¿Quién? Ah -se rió de una carcajada, haciéndole entender a Ruslana que para nada había sido él-, qué va. He ido al Juantxo a por un bocata, sin más, porque no me apetecía cocinar.

-Ya, -se cruzó de brazos ella- eso se lo cuentas a tu madre. Te conozco Martintxu, sé que esa carita es de un chico... m... no sé... ¿pillado? Quizás. No sé, no sé, se te ve demasiado feliz como para que un simple bocata lo haya generado.

-¿Yo? ¿Pillado? Parece que no me conoces tanto como creía -se río él, imitándola, también cruzándose de brazos-, el romance no tiene cabida en mí -cerraba los ojos mientras levantaba las cejas y alargaba el cuello-, ya sabes que eso no es algo que me guste.

-No sé a quién quieres engañar, si ambos sabemos que en el fondo eres un ericito amoroso... pero bueno -ladeó la cabeza-, sea lo que sea que hayas tenido, supongo que habrá ido bien, y al menos te hayas llevado unos besuqueos o algo con... yo qué sé... gira la ruleta... el hijo del panadero -bromeó-. Venga, vamos a preparar la charla que si tengo que esperar a que confieses tus pecados no avanzamos nunca.

-Eres una burra, me pintas como un salido.

-Lo que eres, pero te quiero -le sacó la lengua, celebrando que había conseguido picarlo-. Al fin y al cabo eres un tío.

Una moneda que cae de cantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora