2 Nubarrones

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Llegó al portal corriendo de las ganas de mear que tenía, y subió las escaleras hasta el tercer piso lo más rápido que pudo, maldiciendo las leyes de urbanismo de Donosti que, lejos de obligar a poner ascensores, ponían trabas cuando los propietarios querían hacer reformas. Siempre a los pobres, se repetía, ya que estaba claro que las trabas siempre eran monetarias y nunca tenían como objetivo la función real, sino mantener una arquitectura que quedaba ya atrasada a favor siempre del turismo. Y joder, justamente los pisos turísticos eran los que se podían permitir poner ascensores porque tenían dinero.

Paró su retórica cuando, tras entrar a casa, encontró la puerta del baño cerrada. Toco tres veces, como hacía siempre.

-Ruslanaaaaaaa -gritó-.

-¡Voy! 

-Venga, que me meo encima -insistió-.

-Espera que estoy con la regla y no acierto con la copa -se disculpaba la chica.

-¿Y tenías que empezar a ponértela ahora? 

-Pues sí -alzó un poco la voz- a ver si te crees que te voy a pedir permiso para ponerme la copa menstrual.

-Ay de verdad -se quejaba entre suspiros- no, joder, pero date prisa que es que de verdad me meo.

-Pues haberlo hecho en la playa -el tono de la chica no pasaba a ser de enfado, pero sí que se notaba que estaba picada-, ¿o estabas demasiado ocupado con otras cosas? -se rió-.

-No tiene gra... -la puerta del baño se abrió de sopetón y a Martin no le dio tiempo ni de cerrarla antes de empezar a mear- ¡Gracias!

Ruslana lo miró de reojo mientras se alejaba hacia el sofá, donde tenía un vaso de Yatekomo listo para ser devorado mientras veía la segunda temporada de Paquita Salas, otra vez más. A Martin no le hacía ninguna gracia la serie ahora que la había visto más de cuatro veces por culpa de su amiga, Rus, pero la susodicha parecía disfrutarlo cada vez más, y, diría que gozaba incluso más sabiendo que él lo aborrecía. La intro cantada por Rosalía sonaba por los altavoces del portátil cuando Martin se acercó a saludarla.

-¿Algún día pararás de ver esta serie de mierda?

-¿Algún día demostrarás tener buen gusto?

-Tengo buen gusto, pero esto salió en 2018, y lo hemos visto al menos cuatro veces. Debes saberte hasta el último diálogo, ya cansa.

-Es imposible cansarse de esto, es, como dice Alvarito, cultura queer.

Martin se rió y se fue hacia la cocina, aunque no tenía que andar mucho, ya que el salón estaba conectado directamente a ella. Seguía escuchando de fondo la serie. Abrió los armarios en busca de algo para comer, ya que le tocaba llenar la tripa para luego poder preparar la charla sobre la precariedad laboral que sufrían los jóvenes vascos que le habían pedido desde su grupo, para poder darla en las jornadas que habían organizado el próximo mes. No encontró más que un par de patatas y una cabeza de ajo.

-Oye, Rus, ¿ese no será mi Yatekomo? Creo recordar que me quedaba uno.

-Joder, hoy estás cansino.

-No me has respondido -se acercó a ella, con los brazos cruzados- y sé que es mío, te preguntaba por cortesía.

-Pues si sabes que es tuyo no te molestes en preguntar. Toma -le ofreció- he comido un par de bocados solo, te lo puedes comer.

La relación que había forjado con Ruslana era comparable a una relación de hermanos. Se conocieron en bachillerato artístico, y desde el minuto uno hicieron migas. Ambos eran igual de caóticos, ambos pasaban de estudiar mates y ambos buscaban alguien cercano con quien cometer sus locuras, uno porque siempre había querido tener hermanos y la otra porque se llevaba mal con los suyos. Casi que se necesitaban, pero, a su vez, querían matarse el uno al otro cada día. 

Una moneda que cae de cantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora