Capítulo 10

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La reunión con Sir Saint y los demás miembros de la junta directiva fue tan bien como podía esperarse. Al menos, eso es lo que Rebecca se dijo a sí misma, tratando de animarse, al salir del edificio de la empresa con lágrimas en los ojos.

La junta había decidido que, si conseguía terminar el perfil en el plazo de una semana, aún tenía una ligera posibilidad de que la considerasen una contrincante para el puesto de trabajo, pero tenía que medirse con el magnífico informe que Amanda les había enviado.

Se quedó en la calle, esperando a que pasara un taxi vacío para ir a ver a su padre. A pesar de lo que había hecho, era su padre, y ella era la única persona en el mundo que podía cuidarle.

Pero si lo que había dicho Freen era verdad... Si su padre había cometido semejante ignominia...

Por fin, paró un taxi y se subió. Luego, le dio al taxista la dirección de su padre. Veinte minutos más tarde, el taxi se detuvo delante de un modesto edificio de pisos. «Es muy mayor», se dijo Rebecca a sí misma mientras subía las escaleras hasta el segundo piso.

Después de llamar a la puerta tres veces, se arrepintió de no haber llamado por teléfono para avisarle de que iba. Quizá fuera una suerte que su padre no estuviera en casa; no sabía si estaba en condiciones de hablar de la hermana de Freen Sarocha.

La puerta del piso contiguo al de su padre se abrió y una mujer salió al descansillo.

—Hola, señora Sharpe —dijo Rebecca al ver a la vecina—. He venido a ver a mi padre, pero no me abre. ¿Sabe dónde podría estar?

Enid Sharpe la miró con preocupación.

Oh, Rebecca, ¿es que no te has enterado de lo que ha pasado?

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Freen estaba de un humor pésimo cuando llegó a Tahoe, y su humor no mejoró cuando Nam salió a recibirle con una sonrisa de oreja a oreja. Su hermana le besó en las mejillas y luego, mirando al coche, frunció el ceño.

¿Dónde está Rebecca?

—En Londres —dijo Freen. Y agarró el equipaje antes de que al chófer le diera tiempo a hacerlo.

—¿Por qué? ¿Es que no va a venir?

—No, no va a venir —Freen vio a Heng, que estaba en la puerta de la casa—. Hola, Heng.

—Hola, jefa. Es un placer tenerle de vuelta.

«No vas a decir lo mismo cuando acabe contigo», pensó Freen.

—Quiero que te reúnas conmigo en el despacho dentro de quince minutos —declaró Freen, mirando a Heng.

Nam le siguió al cuarto de estar.

—Pero...

Delante de la gigantesca chimenea de piedra, Freen se volvió como si quisiera arrancarle la cabeza a su hermana. De repente, notó algo diferente en ella.

—¿Qué te has hecho? No sé, te veo distinta.

Nam se llevó una mano a la cabeza con gesto vacilante.

—Me lo he teñido. ¿Te gusta?

¿Cómo no iba a gustarle? Era un color miel, justo el color de pelo que a ella le gustaba. Igual que el pelo de...

—He recibido tu mensaje. Me he enterado de lo del libro —declaró Freen.

Nam parpadeó.

¿Y?

—Y quiero que sepas que voy a hacer todo lo que esté en mis manos para recuperarlo.

—¿Qué estás diciendo? —Nam le agarró un brazo—. Quieren comprarlo, van a publicarlo.

Inocencia RobadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora