Cinco

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7 Julio, 1862, Margarita

Ya camino procurando reprimir mi entusiasmo a medida que me acerco al palacio para que disminuyan las miradas de los altivos nobles que pasean por mi alrededor; aprieto los labios para evitar esbozar una sonrisa nerviosa cuando me hago paso entre un hombre para contemplarlo la puerta principal al hogar real y así llevarme una decepción: nadie me espera, ni el amargado Domingo ni el hermoso Nicolás, solo están los dos guardias de mirada sombría obligados a permanecer allí, por lo que su presencia es invalidada; me acerco unos metros más cargando aún con la leche y con ahora el ceño fruncido: ¿dónde la dejo? No puedo perder el tiempo porque el descuidado del duque se haya descuidado de sus obligaciones que me implican.
Uno de los guardias me detalla de arriba a abajo y alza la voz para llamar mi atención.
- ¿Es usted Margarita, la lechera? - asiento. Se que Nicolás me habrá denominado de aquellas dos maneras, idea que hace que me ruborice por unos instantes- Bien, pues esto es para usted- me entrega un papel enrollado en un cinto rojo que yace en la palma de su mano, enfundada en un guante negro, representante de su trabajo.

Lo tomo y le agradezco, y el toma las cajas de mis brazos y se las lleva consigo al interior del palacio; yo, ansiosa por leer la carta, esperando explicaciones, me deshago con delicadeza del cinto, que guardo conmigo sabiendo su valor, y me dispongo a leer su contenido, escrito con caligrafía a mano, redondeada; pero yo no entiendo nada, no sé leer y no sé me ocurre nada mejor que acercarme al otro guardia y pedirle que lea para mi:
-Señor... he recibido esta nota- se la muestro con ternura y una sonrisa tímida acompañada con una mirada de las mismas características-, pero carezco de conocimientos suficientes como para descifrar su contenido, y me preguntaba si usted...
Me quita el papel con brusquedad  y agacha la cabeza, empezando a leer en voz alta mientras yo memorizo sus palabras.

- Derecha, todo recto; olor a perfume y vistas fantasiosas, de todos los colores; cuando los pétalos caigan sobre su cabeza, sabrá que me ha encontrado- me mira con una mueca agria, pues sabe perfectamente quien ha escrito eso y no parece satisfecho con el receptor; a pesar de eso, yo le sonrío y agradezco, alejándome con las manos vacías al comprobar que el guardia no tiene intención de devolverme la carta.

Giro con velocidad a la derecha, y sigo recto mientras mi  entorno es envolvido por hermosas flores de todos los tamaños y colores; de insectos que las sobrevuelan y me miran con sus numerosos ojos para volver a emprender el vuelo lejos de mí hasta hacerse  invisibles; distintos olores impregnan el lugar, todos diferentes, pero dulces y de los que nunca me cansaría de invadir mis fosas nasales; pétalos de árboles de cerezo caen ante mis ojos, y sé que estoy cerca del duque, todo lo que me leyó el guardia se hizo realidad, mas no veo a Nicolás por ninguna parte; una mano roza mi hombro con delicadeza y me vuelvo para toparme con su bella sonrisa y sus ojos resplandecientes bajo la luz del Sol, cálida al estar en el amanecer, luz que le endulza el rostro y hace brillar sus labios con más ternura, mientras me mira con la cabeza gacha y el cabello negro descendiendo rebelde por su frente y oreja, rozándole el cuello y el hombro, que noto que se tensa ante mi silencio, que me percato que ha sido largo, pues no tardo tan poco en detallarlo como me gustaría.

- ¿Como está esta mañana, Margarita?- pregunta haciéndome sonrojar mientras se reverencia hasta la altura de mis rodillas, devolviéndome la mirada en cuanto se pone de nuevo recto; yo le imito.
- Realmente este jardín y  todas sus hermosuras me la han alegrado, Alteza.
- Me  halaga usted, querida, nadie nunca me había dicho que con mi belleza le animase el día- ríe al ver mi sonrojado en mis mejillas y decido no quedarme callada, pues comienzo a confiar en este duque no tan excéntrico.
- Siento comunicarle, Alteza, que no me refería a usted, pues antes de observarle ya era dichosa; y he dicho que me alegraron la mañana, no el día, lo que requeriría algo más impactante, si me permite opinar - sonrío triunfante ante su titubeo y su sonrisa encantada.
-Le prometo que esto no es lo más hermoso que le puedo proporcionar a esos dulces ojos suyos, querida- alzo una ceja y agacho la cabeza al ser consciente de la familiaridad de mis actos, que no son propios para estar tratando con el duque-, pero habrá que ir poco a poco, siento que todavía no me he ganado del todo su confianza, aunque espero que si lo suficiente... - levantó la mirada al no escuchar el final de su frase y lo veo de espaldas a mi, andando con lentitud; se para en seco y me toma de la muñeca con los dedos para acercarme a él, que sigue caminando entre la hierba alta, los árboles, sus flores y sus frutos, bajo el Sol suavizando el ambiente; se me corta la respiración ante su contacto, seguro, de piel tierna y tranquilizadora, que no me suelta pero me asegura que yo puedo hacerlo en cuanto me plazca: le estoy concediendo tocarme, aunque tampoco es algo que pudiese prohibirle al hijo de los reyes... ; sigo sus paso con un escalofrío en el cuero cabelludo y con la mano en la falda de mi vestido para impedir que sea llevada por el dócil viento, que recorre mis tobillos junto a la hierba, acariciandolos con cariño.
Se frena de pronto y se gira hasta quedar frente a mi, aun observándome como nadie lo hace.

Florecientes bajo la luna [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora