Siete

72 37 75
                                    

3 Agosto, 1862, Nicolás

Me arreglo el cuello de la camisa y me perfumo el cuello para darme olor a menta y bergamota; mi reflejo es magnifico, mi actual vestimenta deja ver mi musculosa figura y mis labios rectos y brillantes resaltan el vello que comienza a crecer por mis mejillas.
Salgo de mi alcoba con rapidez ignorando la mirada curiosa de Alberto y las risas tontas de madre resonando desde la distancia; muevo velozmente los pies impulsándome hacia delante para ganar rapidez hasta detenerme tras una gruesa espalda masculina.
-Hmm...- carraspeo llamando su atención y sus ojos castaños me respetan igual que su reverencia - Quiero que le diga a Margarita que hoy nos encontraremos en la plaza Mayor, al atardecer - sonrío convencido cuando él asiente y me alejo.
Solo queda una hora, espero que sea suficiente para hacerle llegar el mensaje. El bullicio de las calles me consuela y envuelve en una burbuja de dicha y confianza que me hace reír y cambiar mis pasos tiernos a unos seguros y levemente altivos: hoy me siento feliz pero soy incapaz de relacionarlo con un por qué. Hace unos minutos era seriedad y aburrimiento; claro, ahora que me percato, mi ánimo se transformó cuando supe que hoy vería a Margarita, mi flor favorita que con su afirmativa futura presencia me hace carcajear y olvidarme de la existencia de todo lo que me hace diariamente desear acabar igual que Teresa.
Cojo una manzana roja de una tienda del mercadillo y guiño un ojo a la vendedora para no tener que pagar, y ella se derrite ante mi gesto dibujando una Bona sonrisa entre sus mejillas sonrojadas. Me alboroto el cabello mordiendo la fruta sonoramente. Mi cuerpo está vigorizado y sigo tentado, por lo que decido hacerlo y tranquilizar el deseo: me acerco dando brincos a una ancianita de espalda arqueada y una mata de pelo canoso y le tomo el rostro con ambas manos para observar sus pupilas dilatadas rodeadas de un color lila blanquecino y le beso con calidez la frente arrugada y la coronilla, mientras me alejo de ella, que suelta una dulce risita; todos me observan y un grupo de señoras en la vejez me miran con ojos entornados inclinando la cabeza , pidiendo que les bese también.
-Claro que si, queridas - beso todas esas descuidadas mejillas dejando tras mi roce una sonrisa en sus rostros - .Son los mayores los sabios, y los jóvenes quienes deben arrodillarse velando por ser sus aprendices - apoyo una rodilla en el suelo y me rasco la oreja nervioso. Todos gritan sorprendidos y entusiasmados . Me levanto y le tiendo mi manzana a la que fue la primera víctima de mis labios, sin dejar de caminar con decisión, sentándome en el banquillo de una fuente junto a una niña que ronda los diez años.
Giro la cabeza y observó su perfil sucio: con la nariz alargada y labios gruesos. Una pelota de cuero, antigua, descansan en su regazo y una bonita idea que solo mi buen humor me proporciona ronda mi mente.
-¿Buscas a alguien con quien jugar? - señalo lo que descansa en sus piernas y ella se encoge de hombros.
Me levanto y dejo el balón en el suelo, posando mi pie encima y haciendo un gesto de cabeza para animar a la niña a imitarme; ella asiente y procura quitarme la pelota, pero mis reflejos son refinados y consigo esquivarla ganándome una risa tímida de su parte mientras corro regateandola a ella y a otros niños que se acercan divertidos.

*****

Me despido de todos los pequeños con abrazos y palma ditas en el hombro cuando tras horas después les llaman para cenar.
En cuanto desaparecen de mi vista, caigo en la cuenta de que Margarita no ha llegado, y por lo la extensa tardía, deduzco que no vendrá, y estoy seguro de que ella vendría a pesar de estar enfadada conmigo, pues sabe que me arrepiento de lo que dije aquel día; por lo tanto, estoy seguro de que no le hicieron llegar el mensaje: el guardia desobedeció mis órdenes, se burla de ella y de mi, s cree que no tengo el suficiente poder como para que deba acatarme.
Yo le enseñaré mi poder, lo saboreará de malas maneras y se arrepentirá de subestimarme.
Conocerá mi lado oscuro y toda mi rabia.

*****

Camino con pasos fieros y no me freno siquiera al estar frente al hombre de mirada traviesa con el que hable hace unas horas; me mira reverenciandose, pero yo le detengo aguantándolo del cuello con la mano izquierda y convirtiendo la derecha en un puño.
-Te burlaste de mi - me mira aterrado y con la boca entreabierta, indefenso - no hiciste lo que te pedí y me dejaste en ridículo, imbecil.
-Ella no se presentó, no pude decirle na... - dirijo mi puño a su nariz con fuerza, provocando un agudo dolor en mis nudillos y sangre en sus orificios de la nariz y en la boca. Repito la acción una y otra vez, cegado por la ira, sordo ante los gritos decepcionados y asustados de la gente que comienza a acumularse alrededor. Le parto el labio, le dejo amoratados los ojos y pómulos, todo su rostro sangra descomunalmente y visualizo su frente abierta, pero no cesó mi agarre alrededor de su cuello ni mis golpes en cualquier parte de su cuerpo; le propino un golpe en el estómago y el cae de espaldas, haciendo un ruido sordo al entrechocar con el cemento.
-Me avergonzaste y ahora yo haré lo mismo, querido - marco enfasis en la última palabra y coloco un pie en su ombligo, saco la espada de su funda y río con amargura; siempre pensé que portar armas era una estupidez, pero hoy no quepo en mi alegria de llevarla conmigo.
Me agacho y apoyo el filo de mi espada plateada en su cuello sudoroso; el ladea la cabeza y suplica piedad:
-Por favor, Alteza, yo no, no... - es innecesario escucharlo, no quiero hacerlo: retiro la espada y me alejo con gesto frío mientras el hombre deja caer su cabeza escupiendo sangre y respirando con dificultad, cerrando los ojos.
-Justicia, señores: justicia- murmuro claramente a los espectadores.

*****

3 Agosto, 1862, Margarita

-Gracias, señor - susurro al hombre regordete que tengo ante mi mientras intercambiamos leche por dinero.
Hoy ha sido un día magnífico, laboralmente hablando: todos mis clientes me pagaron la cantidad justa, ni más ni menos; " lo próximo será que te dejen una propina", mi subsconsciente se ríe de su propio comentario mientras sigo el trayecto hacia el mercado que recorro cada noche, dispuesta a gastarlo todo en mi cena.
Mis tacones de nuevo contra el suelo son el único sonido de la silenciosa noche envuelta en su habitual oscuridad, que es interrumpida por unas pequeñas veletas, que desprenden luz color miel, que cuelgan al lado de una puerta negra y unas ventanas pequeñas abiertas; por ellas, poniéndome en puntas para asomarme, veo una decena de mujeres frente una máquina de coser, y alrededor de ellas incontables maniquís vestidos con preciosos vestidos de diferentes tipos o para diferentes ocasiones.

Observo mi atuendo: pobre y sucio; recuerdo cuando aún era pequeña y no me importaba vestirlos, cuando no diferenciaba la seda del algodón ni lo cuanto te define si portas un collar de perlas o no; pero ahora ya soy consciente de cómo función la sociedad, de cuanto te define lo que vistes, cuanto expresa de tu y como un simple vestido es capaz de avergonzarte o darte suficiente seguridad como para poder andar con la cabeza bien alta.
Sin darme cuanta de lo que hago, me encuentro entrando en el taller de costura, ganándome todas las miradas, y comenzando a hablar extendiendo las manos con mi dinero en ellas.
-Por favor - trago saliva - . Necesito aprender a coser. Les pagaré la mitad de lo que cobre cada día si me enseñan - agacho la cabeza, consciente de que no hubo un orgullo que tragar para poder decir aquello. Una señora alta , morena y con el cabello blanco posa una mano en mi hombro y asiente, sentándome en una silla de metal frente una máquina de  coser.
Sonríe y susurra:"empecemos".
El tri quiteño de las máquinas se reinicia, y se que uno de esos ruidos los provoco al comenzar a practicar con las manos de mi tutora - según me dijo, llamada Manuela - sobre las mias.
A partir de ahora cenaré menos, seré más débil, pero también feliz, y eso es lo que importa.

Florecientes bajo la luna [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora