Cuatro

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6 Julio, 1862, Margarita

Corto en pequeñas rodajas la cebolla que tengo ante mí, procurando no respirar y evitar desprender alguna lágrima. Escucho ruidos de puertas abrirse y cerrarse, y tras Aios pasos equipados por botas anchas de agricultor, que se acercan a la habitación más grande y luminosa de la casucha, con utensilios de cocina y cuatro cajas de madera decoradas con manchas rojas, formadas por el líquido desprendido de los tomates que anteriormente cargaban, que utilizamos como sillas o mesas.

Mi padre dirige ambas manos a los laterales de su cadera, inspira aire mientras sonríe con los ojos cerrados y la cabeza ligeramente echa hacia atrás; su pelo rizado y oscuro le cae por los hombros, mojado de sudor producido tras horas trabajando bajo un sol que no se cansa de hacer arder miles de espaldas esqueléticas y arqueadas, de quemar cuerpos que plantan todo tipo de cosecha a la que le favorezca la estación actual, con infinito deseo de que sean a sus estómagos a los que vayan destinados tantos alimentos maduros y frescos, con proteínas que en tal hipotético caso fortalecería sus cuerpos, les haría mínimamente más longevos, y no morirían tantos agricultores ni tampoco serían reemplazados por otros más jóvenes tan rápidamente.

Y mi madre entra por la puerta trasera, con el pelo sujeto en un moño decorado con un pañuelo amarillo, que a su tiempo conjunta con el vestido de lechera que está utilizando; sus uñas vuelven a a sangrar, como cada día al llegar a la tardecer, cuando termina su jornada laboral, en la que se va a clavando entre los dedos las astillas de las cajas de madera, llenas de botellas de cristal rellenas con leche de vaca, que reparte por cada caso de ciudadanos en cualquier clase social y económica superior a la nuestra, o media o alta; casas que sirven como tortura al cuerpo; al verlas, sé que siente lo mismo que cualquier indigente como nosotros: añoranza por una vida que nos llega a nacer, que no lo logro; fantasías con años en casas lujosas con ventajas nobles como una bañera enfrente de una chimenea, como contar con agua limpia diaria, potable...; Madre sonríe; yo dirijo la mirada a lo que carga en los brazos: le ha sobrado una botella de leche, 1 l, lo que, se reparte con cabeza, les podría llegar para un par de días entre todos ellos; por eso está tan contenta a mi madre, porque ya tiene algo con que alimentar a su esposo y a mis dos hermanos durante los próximos días; decido compartir su alegría, por lo que le sonrío encantada y espero a que se una a la cocina, siendo consciente de que, en lo que pensamos todas al cocinar, es en el deseo de que cuando nos unamos todos en la " mesa", haya buenas noticias de parte de los hombres, los únicos que trabajan y los únicos que realmente nos pueden traer esas buenas noticias; mi madre también pertenece a la clase trabajadora, pero su salario es ínfimo y apenas sirve para mantener a la familia, una familia que ya es difícil de mantener debido a que todos recibimos la mitad de lo que merecemos realmente debido a nuestro color de piel, y nuestra procedencia, Africa; obviamente, yo también trabajo, como lechera, pero todo lo que gano lo invierto en alimentos para mi consumo personal, puesto que madre se niega a alimentarme.

Mi hermano mayor entra poco después, despidiendo las gotitas de sudor de su frente con el brazo, también húmedo y ligeramente quemado. Viste una camisa de algodón, de tirantes, que se le ajusta al tronco como un guante, con perfección absoluta; y unos pantalones hasta la rodillas, anchos para que resulten más ligeros al propietario; su sandalias no evitaron que su piel se cubriese de  la tierra, y pequeñas hojas de cultivos cayeron de sus ramas llevadas por el suave viento, la brisa del destino.

-Padre-comienza con un tono grave mientras se rasca la barba con los dedos índice y gordo, una barba larga que se corta de vez en cuando con las azadas del campo oxidadas e inutilizables, careciendo de un reflejo propio, por lo que a veces se corta la barbilla, y a partir de ese punto, los próximos ocho u nueve días, corre cada amanecer a limpiarse la herida, asustado de infectarse y de nuestra situación económica que sería sin su salario-, ya he vuelto.

Florecientes bajo la luna [EN PAUSA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora