1 Febrero, 1867, NicolásMi barbilla se contrae formando pequeñas arrugas bajo mis labios; entrecierro los ojos si quitar la mirada de mis pupilas, ahora pequeñas como rendijas en el espejo; mi reflejo me detalla con una frívola mirada que me petrifica, me hiela y me aterroriza a pesar de que se que me observo a mi mismo.
Miro mis manos y estas tiemblan, al igual que desde que me desperté esta madrugada, a tiempo de ver al Sol madurar, y pude cerrar los ojos pero no alcanzar el sueño deseado; aproveché mi somnolencia pero mi cuerpo tenso se negaba a concederme paz con imaginaciones que alberga un ser dormido, drogado de ilusión que se desvanece nada más despertar, abrir los ojos, y comprobar la permanente realidad.
Mis músculos se contraen, mis hombros se encogen y los separo, respirando grandes grandes bocanadas de aire- mis pulmones se hinchan, haciendo que en la débil piel de mi caja torácica se claven mis costillas- para llamar a la tranquilidad. Acaricio la empuñadura dorada de mi espada que se une a mí a través del cinturón en mi cintura, y estoy obligado a usarla en la ceremonia en caso de necesidad de defender a mi prometida, Tanya.
Me pregunto cómo será: ¿pelirroja, morena, rubia? ¿Alta o baja? ¿Tendrá buen porte? ¿Será amable, distante o tal vez simplemente serena? No paro de dudar en inmensas alternativas, frustrado al no poder darme respuestas, al menos aún.
Mi criada entra en mi alcoba, con su habitual pelo castaño recogido en un moño, y sus ojos avellana dilatados.
-Alteza, debe bajar ya- sonríe tímidamente cuando le dirijo toda mi atención con actitud egoísta.
La tibia voz de la mañana se cuela por el grueso cristal de mi ventana, que la refleja en el suelo en extravagantes formas que danzan en perfecta armonía atrayendo su luz en su paradero y dejando marchitar en la penumbra el resto del lugar cubierto de moqueta.
Me doy la vuelta ya olvidando la presencia de mi doncella; cuando bajo las escaleras hacia el exterior del Palacio, el gélido aire corta mi respiración, y hace enrojecer la punta de mi nariz.
Tamborileo los dedos en el dorado de la espada, finjo no escuchar el barullo alocado de los ciudadanos en éxtasis en sus rostros ansiosos del nuevo matrimonio Real.
Oigo las campanas del reloj de la iglesia; mi futura esposa está ahí dentro, esperándome, expectante, lo sé si necesidad de verlo. Solo miró las agujas lentas del reloj, se mueven con precisión, vacilando, al obsequiarme con su movimiento, como queriendo decir:"si, querido, pararemos de caminar hasta que entres".
Mi corazón late más fuerte, rápido que nunca: me voy a casar, estando enamorado de otra mujer.
1,2, y hasta 33 pasos doy; cierra los ojos cuando mi entorno se oscurece y se llena de mis pocos invitados, sentados en bancos de misa; sigo en mi camino a ciegas hasta posicionarme enfrente de un cura con arrugas y sobrepeso y a la derecha de una mujer que detalla al instante, con el corazón en un puño: cabello rubio, ondulado y brillante, ojos azules, chispeantes y graciosos, Pierre perfecta, como una estatua pulida por un maestro, manchada de imperfectos lunares, castaños, que solo le hacen ver más perfecta; la reconozco instante: es la mujer del vestido lila con la que estuve durante el baile, ahora ya hace tanto tiempo.
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Florecientes bajo la luna [EN PAUSA]
Roman d'amourSiglo 19, época en la que el amor es inexistente, escasea, y el matrimonio, siempre con infelicidad como religión, solo se contrae para concebir hijos, o herederos si la situación lo permite. En esta época no se permite perder tiempo en el amor, est...