𝐒𝐎𝐑𝐂𝐄𝐑𝐄𝐒𝐒 | ❛El joven hechicero de la muerte, niño querido de Valyria❜
Los dioses de Valyria presenciaron el ocaso de la dinastía Targaryen. No iban a permitir su fin. Para evitarlo, se llevaron a uno de los principales pilares de esta danz...
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Aemond no pudo evitar sonreír con picardía al ver la expresión atónita de Lord Regente Willem Blackwood. El hombre tragó en seco mientras sus ojos se enfocaban en las manos ennegrecidas del príncipe. Aemond echó un vistazo al joven Bracken a su lado, que parecía estar más incómodo que un pato en un desierto, en contraste con su hermano mayor, Lord Amos Bracken, que lo observaba con una fascinación morbosa, algo que ponía de muy mal humor al platinado.
— Padre — carraspeó el joven Blackwood al notar la incomodidad del príncipe —. Quizás deberías enviar un cuervo al rey.
Lord Blackwood pareció salir de su trance y enfocó su mirada en el joven. Aemond arqueó una ceja, haciendo que el hombre cerrara la boca con la cara roja de vergüenza que le parecía mucho a las escamas de Caraxes.
— ¡Gilbert! — llamó al sirviente con un gesto —. Tráeme un pergamino y tinta.
El sirviente hizo una reverencia y se retiró, tal vez viendo la tensión que había en la sala. Mientras que Aemond dirigió una sonrisa a Aeron, que ya lo miraba con ansiedad. Y sin mentir el chico divertía al platinado, como si fuera un pequeño ratoncito rodeado de leones.
— Aeron — saboreó el nombre en su lengua, disfrutando al ver cómo el joven se estremecía —. ¿Cierto?
El joven asintió con las manos tensas sobre la fría mesa de piedra. Aemond le tomó la mano para separarlas.
— Te harás daño. Deja de hacer eso — regañó suavemente mientras le daba ligeros golpecitos en los nudillos. Luego, miró a los demás en la habitación, que los observaban con asombro.
— Y cuéntenme, señores — se enderezó en su silla sin soltar la mano de Aeron —. ¿Qué ha sido de Westeros en mi ausencia?
Los cuatro hombres intercambiaron miradas, que parecía que por primera vez los Bracken y los Blackwood estaban en paz. Finalmente, que se decidieran quién - era Willem- hablaria sobre la situación en el lugar. El hombre parecía tener más años de los que tenía.
Oh pobre.
— Pues, su majestad, el rey Viserys ha estado muy enfermo estos últimos años — habló lentamente, como si temiera ofender a Aemond. El príncipe, sin embargo, no pestañeó.
Su padre, -si es que se le podía llamar padre-, había estado enfermo incluso antes del nacimiento de Aemond. Parecía estar con un pie en la tumba, pero a él no le importaba en absoluto. No se arrepentía de haberse ido; Balerion le había enseñado que sin muerte no hay vida.
Y si al rey Viserys le tocaba morir, era una prueba contundente de que había vivido lo suficiente. Las llamas de Balerion ya estaban consumiéndolo.
— El rey siempre ha tenido una salud muy frágil — afirmó suave Aemond mientras asentía, alejando su mano del calor de la de Aeron —. Pero, según tengo entendido, su heredera está más que preparada para reinar.