❛5. La llegada del hijo❜

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Aemond cerró los ojos, permitiendo que el aire fresco lo acariciara con la suavidad de un amante olvidado

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Aemond cerró los ojos, permitiendo que el aire fresco lo acariciara con la suavidad de un amante olvidado. Al alzar la vista, notó cómo el sol apenas comenzaba a descender, sus rayos dorados tiñendo el cielo de un melancólico anaranjado. Si sus cálculos eran correctos, se acercaba la novena hora del día. Acarició la piel escamosa de Vhagar con una ternura casi reverencial, sintiendo que ella no compartía su entusiasmo por el viaje a Desembarco del Rey.

Está bien, amiga. Prometo que no nos quedaremos mucho tiempo. – murmuró, su voz resonando en el aire como un eco lejano de promesas pasadas.

La dragona soltó un sonido profundo que Aemond interpretó como un asentimiento, un acuerdo silencioso que solo ellos dos podían entender. Desde el primer instante en que sus caminos se cruzaron, supo que eran almas gemelas; ella, la dragona de la conquistadora, y él, la encarnación de la nueva era de brujas. La imagen de su abuela Visenya se dibujó en su mente, una figura poderosa que no había cruzado sus sueños desde que Aemond despertó en las cenizas de Valyria. Había mucho que discutir, muchas verdades que requerían ser desenterradas.

La realidad de su linaje lo envolvía como un manto pesado. Aemond había sido recibido en el reino de los dioses en un sueño durante siete largos años, un tiempo en el que sus antepasados le susurraron secretos que la luz del día nunca debería conocer. Secretos que le hicieron llorar y gritar, revelándole los hilos invisibles que tejían la historia de su linaje, una historia en la que él debía mantenerse alejado, como un espectador en un teatro de sombras.

Pero los hilos de la vida nunca son tan simples. Aemond entendió que podía desviarse de los patrones establecidos, tejiendo su propio destino en la oscuridad. Todo lo que había creído sobre el mundo había sido un espejismo; el Valyria que conoció no tenía reglas que restringieran su esencia. Los valyrios eran seres salvajes, descendientes de dragones, y con cada latido de su corazón, Aemond sentía la llamada de la caos.

Sus antepasados lo habían reconocido y aceptado. Era parte de su linaje, y el tiempo se encargaría de grabar su nombre en los anales de la historia. Aemond aprendería a tomar, nunca a entregar, porque todo lo que deseara sería solo suyo. El sol y la luna debían ser suyos, y nadie más podría alcanzarlos. Después de todo, solo un dragón puede acariciar los límites del cielo.

– ¡Ya estamos cerca de Desembarco!–. La voz de su sobrino Lucerys rompió sus pensamientos, y Aemond se giró para encontrarse con la mirada brillante del niño, la curiosidad iluminando su rostro. Asintió, pero al mirar hacia el horizonte, el aire sucio de la capital lo golpeó como un puñetazo. Había olvidado cómo era esa pestilencia, un recuerdo nauseabundo que lo hacía sentir como si sus pulmones se llenaran de lodo.

El aire en Valyria era puro, un fuego que le acariciaba el alma. En las tierras de los ríos, la humedad era un abrazo refrescante, el aroma a hojas mojadas y tierra fértil lo envolvía como un hogar perdido. Pero aquí, en Desembarco del Rey, el hedor era una violación de todo lo sagrado, una ofensa a los dioses que debían perdonarlo por su juicio.

- ̗̀↳𝐒𝐎𝐑𝐂𝐄𝐑𝐄𝐒𝐒¡!                         House of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora