𝐒𝐎𝐑𝐂𝐄𝐑𝐄𝐒𝐒 | ❛El joven hechicero de la muerte, niño querido de Valyria❜
Los dioses de Valyria presenciaron el ocaso de la dinastía Targaryen. No iban a permitir su fin. Para evitarlo, se llevaron a uno de los principales pilares de esta danz...
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Aemond sonreía, un destello frío y calculado en sus ojos, mientras observaba cómo su sobrino se estremecía bajo su mirada intensa. Podía sentir, como una tormenta sofocante en lo más profundo de su pecho, las emociones desbordadas de Lucerys. La tensión se apoderaba de Davos y Aeron al oír su voz, pero Aemond se mantenía sereno, inmutable, aun cuando Lucerys se acercaba lo suficiente para que el calor de su aliento se mezclara con el aire entre ambos.
Lucerys había crecido. ¿Tendría catorce, quince onomásticos? Su altura ahora casi alcanzaba la nariz de Aemond. Aunque el chico había heredado el cuerpo robusto de su padre, no era suficiente. Todavía no. Era, al fin y al cabo, solo era un niño. Aemond, más delgado y aparentemente frágil, lo contemplaba como un cazador que mide a su presa. La sonrisa alegre que Lucerys le ofrecía lo tomó por sorpresa, pero no tardó en reponerse, apenas un ligero temblor relajando sus facciones.
Aemond se sorprendía de no sentir el rechazo visceral hacia el muchacho. Tal vez guardara rencor hacia los hijos mayores de la heredera, pero no había odio. No, el odio estaba reservado para su hermana. Si ella desapareciera del mundo, no le importaría lo más mínimo. Pero sus hijos... aún eran inocentes, salvo que cometieran el error de provocarlo. En tal caso, los reduciría a cenizas sin pensarlo dos veces.
Intentó no mostrar desprecio cuando percibió la culpa pesando en el corazón de Lucerys.
—Tío... —murmuró Lucerys.
Aemond asintió, con una sonrisa que bordeaba lo depredador. El estremecimiento de Lucerys fue innegable. Podía sentir el sutil pero instantáneo movimiento de Davos y Aeron cuando Lucerys, en un arrebato de audacia, tomó su mano. Aemond arqueó una ceja, permitiendo que una corriente de energía recorriera su piel como un castigo apenas velado, y vio el sobresalto de su sobrino.
—Sobrino... no esperaba que respondieran tan rápido —musitó, su voz contenía una ira tranquila, amenazante, mientras una parte de él anhelaba marcharse. La otra lo retenía. Aún tenía un juego que disfrutar—. Espero que todo marche bien en Desembarco.
La sonrisa de Lucerys se hizo más amplia, desbordante de una felicidad que, por un instante, mareó a Aemond. Dio un paso atrás, buscando refugio en las auras sombrías de sus acompañantes. Necesitaba equilibrio ante la luz casi cegadora de su sobrino.
—Todo va bien en casa, tío. Están ansiosos por nuestro regreso, deseando verte —respondió Lucerys con un brillo de sinceridad que a Aemond le resultaba asfixiante.
Aemond parpadeó, deslizándose en la conversación con la misma gracia que el veneno. Miró hacia Davos y Aeron, que se acercaban, calmando la tensión invisible que lo había contenido.
—Iremos, pero lo mejor será cenar. Los Blackwood han sido... generosos al permitirme quedarme —dijo, su tono bordeando lo despectivo.
Lucerys asintió, y Aemond observó a Lord Benjicot y al regente, inclinándose ligeramente al soltar la mano de su sobrino. Dio unos pasos, inclinando la cabeza en señal de agradecimiento.