❛8. Una noche en la fortaleza❜

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La luz de Kaldrfyr se filtraba por las ventanas, y Aemond frunció el ceño al sentirla sobre sus párpados cerrados

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La luz de Kaldrfyr se filtraba por las ventanas, y Aemond frunció el ceño al sentirla sobre sus párpados cerrados. Amaba al dios y le rendía devoción constante, pero ¿acaso era necesario que siempre lo despertara con un rayo directo en el rostro? Suspiró al abrir los ojos, percibiendo la presión suave en su pecho que le dificultaba la respiración.

Aegon dormía allí, y Aemond extendió una mano para apartarle el cabello con una caricia que, quizá, llevaba más fuerza de la que había planeado. Tomó un mechón que se escapaba, cayendo sobre el rostro sereno del niño, y lo enredó entre sus dedos: hebras de un tono platino y liso, un sello inconfundible de su linaje valyrio. Soltó el mechón y, en un arrebato de ternura, abrazó al niño y observó su rostro dormido. Aegon llevaba la marca de Rhaenyra en el lunar sobre su labio y en la curva de su nariz, pero su cabello lacio y el contorno de su rostro delataban la herencia de Daemon.

Sabía que aquel niño era el cuarto hijo de Rhaenyra. Las sirvientas de Blackwood siempre compartían los rumores que corrían, y por derecho y linaje, Aegon debería ser el heredero del Trono de Hierro, un asiento donde sólo se habían sentado reyes de sangre valyria. Sin embargo, el destino de ese trono no recaía sobre él, sino sobre el primogénito de su hermana, un bastardo, decían las lenguas. Pero, ¿qué importaba? Al fin y al cabo, Aenys había sido un bastardo, nacido de la princesa Rhaenys y de un músico de la corte, mientras que Maegor, el segundo, fue un obsequio de los dioses a la reina Visenya cuando ella descubrió en sí misma el linaje de las brujas.

Dos reyes distintos, uno mejor que el otro, pero al fin reyes. Bastardos y herederos, todos habían encontrado su lugar en el Trono de Hierro. Entonces ¿quién era Aemond, entonces, para desafiar aquello? Su madre y su abuelo podían tramar cuanto quisieran; mas al final, sería siempre la sangre pura la que prevaleciera en el trono, tal y como los dioses lo habían ordenado.

Los dioses, que a través de los siglos habían favorecido a las brujas con dones inigualables: Daenys, con su visión, salvando a su linaje de la ruina; Visenya, con su hijo, fuerte y osado, mucho más digno que el frágil primogénito de su hermana. Y ahora, a Aemond le habían concedido lo que parecía ser un presente de gran valía: el heredero valyrio de Rhaenyra, un niño en cuyas venas ardía el fuego ancestral, sin lugar a duda ni sombra de sospecha.

Se preguntó cuándo aquel niño empezaría a comprender el peso de su herencia. Aemond mismo había descubierto muchos secretos a una edad temprana... ¿qué habrá oído o visto el niño ya? ¿Qué palabras de los antiguos muros de este palacio, poblado de almas, habrán llegado a sus oídos?

—Tío...

Sorprendido de no haberlo sentido despertar, Aemond bajó la mirada hacia un par de ojos purpúreos y somnolientos, y esbozó una sonrisa. Nunca había sido afectuoso con los niños; el sueño prolongado al que los dioses lo habían sometido le había hecho olvidar ciertos hábitos de suavidad o conexión. Pero esta inocencia frente a él era cautivadora.

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- ̗̀↳𝐒𝐎𝐑𝐂𝐄𝐑𝐄𝐒𝐒¡!                         House of the dragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora