3. Iris

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Vamos, no me jodas. No pienso ser partícipe de esa absurda performance.

—¿Y por qué tengo que ser yo la que se sacrifique? —me quejo al ponerme en pie para parecer más imponente, porque con mi estatura nadie me toma en serio—. Que lo haga alguno de estos tres. —Y señalo a los otros lapislázulis con una mano sin dejar de sujetar con fuerza la toalla con la otra, porque no me apetece que los dos franceses cursis me vean en pelotas.

—Lo mío no colaría, porque todo el mundo sabe que soy gay y que estoy felizmente ennoviado con un maromo —Dani es el primero en responderme—. Sería muy sospechoso que, de la noche a la mañana, apareciera agarrado del brazo de la del tutú.

Entonces, detengo mi vista en los otros dos.

—Soy hetero —suelta Candela, aún sentada en el suelo con las piernas cruzadas, disfrutando del espectáculo—. Además, todos saben que necesito tener veinte citas con alguien antes de empezar una relación, que lo tengo puesto en mi bio de Insta. Perderíamos mucho tiempo. —Y, como si fuera algo importante, agrega—: Y no salgo con gente más bajita que yo.

Por último, con la ceja enarcada, centro mi mirada en Rober, que no tiene escapatoria porque le da a todo lo que se mueve.

—Dobby no tiene amo —se defiende tras comerse una fresa—. Dobby es un elfo libre desde que ese de ahí me rompió el corazón y me dejó el listón muy alto. —Señala con la cabeza a Dani.

—Perdón... —se disculpa el otro, y hace una pausa para añadir—: Por ser tan perfecto.

—Eso pasó hace meses y ya lo tienes más que superado —le espeto a Rober—. No es excusa.

—A mí no me shippea la gente con la Taylor Swift francesa —contraataca, sonriendo con chulería—. A ti, sí.

—Menos mal que Axel no está aquí para pegarte un sopapo por lo que has dicho —interviene Dani.

Al final, Bruna se harta de nuestras discusiones y grita a viva voz que nos callemos. Todos los que ocupamos esta habitación damos un respingo y el edificio tiembla como si hubiera sido víctima de un terremoto de siete grados. Por si fuera poco, da un par de zancadas enormes hacia mí para echarme la bronca, porque toda esta situación se ha formado por mi culpa, así que, según ella, tengo la obligación de hacer lo que me ordene para solucionar la guerra eurovisiva.

—A mí tampoco me apetece participar en este espectáculo —interviene la del tutú (que hoy no lleva tutú) levantándose de la silla en la que se ha apalancado desde que ha llegado, y se plancha con las manos los shorts que se ha puesto—. Opino que con un comunicado de disculpa en las redes y decirles a nuestros seguidores que no insulten a la otra sería suficiente.

Bien, dos no se hacen novias de mentira si ninguna quiere.

Y yo debería disculparme con ella otra vez porque, en el fondo, me siento mal por haberle roto ese tutú horrendo.

—Oye. —Me dirijo hacia la francesa, que me contempla con una ceja alzada—. Perdón por lo de anoche, que iba muy borracha y no sabía lo que hacía.

El silencio inunda la habitación (creo que es la primera vez que están los lapislázulis tan callados, porque no se escuchan ni sus respiraciones), y la tía me recorre con su mirada de arriba abajo, como con asco, y la detiene en mi cara.

—Disculpas no aceptadas. No me hubieras dejado en evidencia delante de todos —me contesta alzando la barbilla con altanería. Se da media vuelta y se echa hacia atrás los mechones de pelo que le caen sobre el hombro izquierdo, con un movimiento brusco de la mano, como si estuviera espantando una mosca. Luego, camina hacia la puerta con elegancia y desaparece de la habitación, no sin antes decirle a Bruna que no cuenten con ella para esa propuesta «tan ridícula».

Quiero ser la protagonista de nuestra historia (Serie Lapislázuli #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora