10. Gabrielle

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Iris y yo estamos paseando por la playa de la Barceloneta, que se encuentra a unos minutos de su edificio, en nuestra segunda cita romántica de mentira. Cuando hemos terminado de ensayar esta mañana, sus compañeros de piso nos han invitado a Lucien y a mí a comer los canelones que ha preparado el tal Axel, que estaban riquísimos, aunque a la rubia no le ha hecho demasiada gracia que nos quedásemos.

Después de la comida, hemos descansado viendo una peli en el salón hasta las seis de la tarde, la hora en la que empezaba nuestra función frente a la prensa. Lucien me ha dejado sola ante el peligro y se ha marchado a mi casa con mi coche para hacer cosas «de mánager», e Iris y yo hemos bajado al paseo para caminar, como hemos practicado, agarradas de la mano, sonriéndonos, charlando y vestidas de incógnito: ella, con la ropa con la que ha estado todo el día y yo, para no llamar la atención, con un pantalón de chándal azul, una sudadera del mismo color y unas zapatillas de deporte blancas; todo esto lo uso para hacer ejercicio, y Lucien lo ha cogido de mi armario expresamente para hoy. Las dos hemos añadido a nuestro modelito un abrigo para protegernos del fresco, una gorra y unas gafas de sol, pero yo he tenido que abandonar mis favoritas con forma de corazón y cambiarlas por unas normales.

Nos acomodamos en la arena, a unos metros de la orilla y la una junto a la otra, frente al mar. A estas horas de la tarde corre algo de viento en este lugar, pero se nota que falta poco para que llegue la primavera, mi estación favorita. Nos desprendemos de la gorra y de las gafas de sol, para que se note que somos nosotras, y las dejamos a un lado.

Para no actuar de una manera tan precipitada y dejar a la prensa expectante, hacemos tiempo hablando entre nosotras, y el primer tema que se me ocurre es mi próximo viaje a Francia:

—Mañana me tienes que llevar al aeropuerto con tu coche. Me marcho unos días a París para trabajar y ver a mi familia.

Seguir trabajando, más bien, porque esta pantomima también se considera trabajo. No tengo ni un día de descanso.

Iris se me queda mirando, arrugando el entrecejo.

—¿No puedes ir sola? Que te acompañe tu lameculo. ¿Por qué tengo que ir yo y gastar gasolina?

Suspiro con pesadez.

—¿Para despedirte de mí, tal vez? —le respondo de manera irónica—. Se supone que somos pareja y que no nos vamos a ver en varios días. Nos echaremos de menos y tal.

—Ya... Pero tampoco podemos estar todo el día pegadas, que nos van a apodar «las siamesas». —Se concentra en dibujar una nota musical con sus dedos en la arena—. ¿A qué hora tienes que estar en el aeropuerto?

Bah, había olvidado que no ha usado el planning ni para limpiarse el trasero como si fuera papel higiénico.

—Sigues sin leerte el planning, ¿verdad? —quiero saber, con la vista fija en ella, que solo me responde «ajá» sin mirarme—. A las siete de la mañana sale mi vuelo. Tienes que quedarte en mi casa a dormir esta noche.

En cuanto menciono lo de pasar la noche en mi casa, ladea la cabeza hacia mí y le entra un ataque de risa.

—Estás de coña, ¿no?

Me percato de que mi rostro se ha vuelto serio y me echo a reír yo también para que los paparazzi ni nuestros fans sospechen.

—Ojalá, pero no. No me agrada la idea de que invadas mi espacio personal y mi casa.

Entonces, esboza una sonrisa chulesca.

—No me digas eso, que me rompes el corazón —se burla de mí y de esta situación, y acerca su mano a mi rostro para acariciarme la mejilla—. Venga, va, que ahora toca el beso, mon amour.

Quiero ser la protagonista de nuestra historia (Serie Lapislázuli #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora