Mi mujer: Kagome y Koga

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- Maldición. - miró por sobre su hombro mientras corría sin parar. - ¡Me van a alcanzar!

El gruñido de los lobos que lo perseguían retumbaba en sus oídos, haciéndole saber que aquella pesadilla era real. De repente y sin previo aviso, aquel hombre se le atravesó, provocando que cayera al suelo.

- ¿De verdad creíste que ibas a escapar? - el moreno, quien se encontraba en cuclillas, se puso de pie.

- Yo... yo no pensé que estaba haciendo nada malo...

- ¿Nada malo? - sonrió, cerrando sus ojos y empuñando sus garras. - ¿Crees que asesinar a mis lobos no es algo malo?

Nuevamente aquellos gruñidos se hicieron presentes, provocando que el hombre, aun en el suelo, girara y se encontrara completamente rodeado.

- Yo... sólo lo hice por necesidad.

- ¡¿Necesidad?! - gritó, recordando la manera cruel con la que había atacado a dos lobos que se habían apartado para buscar comida. La sonrisa en su rostro al realizar aquella acción se había quedado en su memoria. - Tu maldita especie me repugna. - se acercó lentamente hasta quedar a unos centímetros, en donde nuevamente se arrodilló.

- Por... por favor no me mates, yo... yo puedo hacer algo por ti, puedo trabajar para ti, puedo buscarte comida, puedo...

- Cállate. - sus garras atravesaron su pecho al mismo tiempo en que la sangre manchaba su brazo. - No necesito nada que venga de un humano como tú. - quitó su mano, poniéndose de pie mientras el hombre llevaba su vista a la prominente herida de su pecho. - Además, nada que puedas hacer traerá de regreso a mis lobos. - volteó, comenzando a caminar. - Pueden comérselo, muchachos.

Comenzó a correr mientras los aullidos de dolor se entremezclaban con los rugidos de los suyos.

Mientras tanto.

- ¿Hmm? - se puso de pie, observando el cielo.

- ¿Sucede algo, Kagome? - preguntó la anciana Kaede, quien se mantenía recogiendo las hierbas medicinales.

- Esa energía... - murmuró.

Es como si algo muy malo hubiese sucedido.

- Quizás sea por mi edad, pero no logro percibir nada.

- Señora Kaede. - la miró, sonriendo y sentándose a su lado nuevamente. - No se preocupe, quizás sólo soy yo quién esta imaginando cosas.

Kaede, la actual sacerdotisa de aquella aldea que se encontraba sumergida en el medio de la nada, pasaba los últimos días de su profesión entrenando a quien sería su reemplazo. Una joven que, muchos años atrás, había llegado a ese lugar de la mano de su madre luego de huir de una invasión que había destrozado su hogar.

- ¿Crees que con esto será suficiente?

- Si. - asintió. - Es momento de preparar el almuerzo.

- Oh descuida. - la anciana se puso de pie. - Yo puedo encargarme de eso.

- ¿Esta segura? - imitó su acción. - No es necesario...

- Kagome, sé que ya soy una anciana, pero a veces necesito sentirme útil para algunas cosas.

La joven sonrió ante su respuesta.

- Usted es muy útil, señora. De hecho, de no ser por usted, no se que habría sido de nosotras.

- No tienes que recordar aquellos momentos de tristeza, querida. - colocó su mano en su mejilla. - Eres una niña muy fuerte y lo has demostrado a lo largo de los años.

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