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Era una tarde de entrenamiento para los hermanos Kamisato, y claro, Thoma estaba en compañía y disposición a cualquier cosa que los peli azules tuvieran alguna necesidad. Aunque, no podría evitar ver el pelo ligeramente revoltoso, cuello mojado, clavicula humeda y el pecho transpirando del hermano mayor. La fantasía de querer follar le empezó a nublar la mente, cerró los ojos y se apretó la sien, como si eso fuese a quitar aquel pensamiento.

Un rato después, el rubio les tendió una toalla a ambos, Ayaka mencionó que se iría a dar un baño antes de continuar sus deberes. Ambos asintieron mientras la observaban retirandose.

— Te vi mirandome.

— ¿Cómo? - Ayato le mostró una suave sonrisa -

— Sé como me mirabas.

— No sé a lo que se refiere.

La tensión entre ellos se volvió palpable en el aire, como una brisa pesada que prometía tormenta. Thoma, nervioso, tragó saliva mientras intentaba mantener la compostura. Su corazón latía con fuerza, y las palabras de Ayato lo hicieron estremecer. Sabía que no podía escapar de esa conversación, no cuando la voz calmada y segura de su maestro lo acorralaba con tanta facilidad.

— Thoma —dijo Ayato, dando un paso más cerca—, sabes que no hace falta que me mientas. Aquí no hay lugar para secretos.

El rubio sintió el calor subiendo por su cuello, el rubor tiñendo sus mejillas. Aunque trató de mantenerse firme, la cercanía de Ayato y el peso de sus palabras lo hacían tambalearse. Desvió la mirada, luchando contra el deseo que lo carcomía por dentro, el mismo deseo que había intentado reprimir con todas sus fuerzas.

— No es apropiado... —murmuró Thoma, con la voz quebrada, sin saber si intentaba convencerse a sí mismo o al hombre que tenía frente a él.

Ayato soltó una risa suave, casi imperceptible, mientras extendía una mano y le acariciaba la mejilla con el dorso de los dedos. Era un toque tan leve como una pluma, pero lo suficientemente intenso como para encender un fuego en el pecho de Thoma.

— Tal vez no lo sea, pero eso no cambia lo que ambos sentimos, ¿verdad? —susurró Ayato, sus ojos fijos en los de Thoma, con una intensidad que hizo que todo lo demás desapareciera.

Thoma se encontraba atrapado entre la lealtad y el deseo, pero en ese instante, lo que predominaba era el deseo. Sus pensamientos eran un caos, y aunque sabía que lo correcto sería apartarse, no podía hacerlo. No quería hacerlo.

Finalmente, con un suspiro tembloroso, Thoma se rindió. Se inclinó hacia adelante, acortando la distancia entre ellos, dejando que la barrera que había intentado mantener se rompiera por completo. Sus labios se encontraron en un beso que contenía todo lo que no habían dicho, todo lo que habían reprimido hasta ese momento.

— Continuemos esto adentro. - Mencionó el peli azul -

Y así fue, ahora ambos estaban audorosos y el ambiente pesadamente caliente, Ayato estaba siendo follado por su sirviente una vez más, pero le encantaba. Agarraba las sábanas con fuerza, sus dientes mordian la almohada fuertemente y su culo estaba siendo destrozado por el tierno Thoma.

El sudor del dueño de la hacienda recorría todo su cuerpo, mas que nada por su frente, las gotas caían y su cabellera azúl estaba bastante humeda, así como su culo, el cual devoraba la polla del rubio. El último mencionado no se quedaba atras, jadeaba con rudeza mientras que gotas caían de su frente y trabajado pecho.

— Amo, me vengo.

Ayato estaba delirando del placer, apretó su culo lo cual fué suficiente para que ambos se corrieran. Thoma lo llenaba de esperma mientras palmeaba las nalgas del contrario.

El calor de verano no ayudaba la situación, le encantaría quedarse a follar mas a su amo, pero ya iba siendo hora del almuerzo, tenía que apurarse para hacer sus demás labores.

— Ayato, encuentrame aquí esta noche.

30 Días | ThomaToDonde viven las historias. Descúbrelo ahora