Las manos de Jungwon comenzaron a temblar y su cuerpo se sentía más débil con cada pensamiento que pasaba por su mente. No lo podía creer, no de la persona que prometió amarlo hasta el final, no de Riki.
Riki entró al cuarto y se paralizó al ver la camisa en la mano de Jungwon, mientras el menor solo sollozaba en silencio. — ...por eso me evitaste la noche de la semana pasada... por eso al llegar no querías que te viera, todo este tiempo tú me mentiste.
...todo lo que construimos...se acabó. — dijo entre lágrimas apretando la camisa, dirigiendo la mirada al suelo. — Jungwon, de verdad no es lo que crees, enserio hay una explicación, pero si tan solo quisieras escucharme. Por favor. — rogó Riki tratando de calmar a Jungwon al ver que comenzó a lanzar toda la ropa al suelo.
— No hay nada que explicar Riki, se acabó. Me rompiste el corazón, y es triste porque pensé que eras diferente. — El corazón de Jungwon se fracturó en mil partes, como si de un cristal se tratase. Riki insistió en explicarle, lloraba y lloraba mientras rogaba que lo escuchara. — Ni-ki basta, por favor suéltame, no deseo verte ahora, no me busques por favor. — advirtió firme al ver que Riki bloqueaba la puerta implorante mientras sostenía a Jungwon de la mano. — Jungwon...— suplicó susurrando. Jungwon no lo volteó a ver, solamente pasó a su lado y se marchó. Jungwon lo dejó.
Riki quedó lamentándose por no haber podido lograr que se quedara. Empacó sus cosas y se fue unas horas después.
Durante su regreso a casa los dos seguían desconcertados, en total silencio y con el corazón hecho pedazos. Mirando a la ventana, observando su reflejo, deseando remediar las lágrimas que derramaban sin parar.
Al llegar a casa, Jungwon limpió sus lágrimas con su manga y abrió la puerta. Aparentó una sonrisa, y se reservó todo el dolor. — ¡Won! Que gusto, hijo. ¿Te divertiste?— preguntó con emoción su madre, mientras que su padre le sonreía alegremente. — Sí madre, fue muy... agradable. Gracias— al ver al chico dudoso, su madre volvió su mirada hacia su esposo con un gesto de confusión, pero le restó importancia a la actitud de su hijo, pues no era de extrañar que fuese un chico tan callado la mayor parte del tiempo. — Por cierto, dijiste que llegarías con Ni-ki. ¿Dónde está? — preguntó con una expresión amable. — Ah, él... dijo que tenía que hacer otras cosas, y estaría ocupado algunos meses en unos proyectos, así que...— aclaró su garganta y evitó el contacto visual. — Iré a mi recámara a descansar un rato, gracias por recibirme. — concluyó con una sonrisa triste.
Apenas llegó a su habitación, el chico soltó todo. Ese día lloró hasta secarse. Lloró hasta dormirse. Anhelaba con todas sus fuerzas que al despertar, solo hubiera sido un sueño, tan solo una pesadilla.
Ni-ki llegó a casa sin fuerzas para nada. Pero en este caso, no pudo retener su tristeza. Llorando, tocó la puerta de su casa, y fue recibido por su madre, quien angustiada al verlo llorar, le preguntaba con desesperación qué era lo que pasaba, lo abrazó y lo sentó en el sofá, dejando sus maletas en la mesa de la sala. Ese día, Ni-ki le contó todo lo que le había ocultado a su madre durante meses. Le contó sobre Jungwon, sobre lo que hicieron y el cómo se fue.
Su madre estaba atónita. Pero su amor era más fuerte que los prejuicios de las personas. Gina amaba a sus hijos más que a nada en el mundo entero, y jamás le daría la espalda por nada, ni lo dejaría de amar solo por ser diferente. Lo consoló tanto como pudo, y ese día Lidia y Gina fueron lo que le dieron fuerzas a Ni-ki para intentarlo de nuevo.
Al día siguiente, Jungwon abrió los ojos con cansancio y giró su cabeza hacia la derecha... aún faltaba alguien a su lado.
Después de una larga pausa de silencio en la habitación, escuchó a una voz cantarina llamándolo desde el otro lado de la puerta. — Jóven Jungwon, no quisiera molestarlo, pero hoy es lunes... hoy es día de limpieza en su alcoba. — explicó la señora que se hacía cargo del aseo del hogar los lunes. — Está bien señora Mar, hoy limpiaré mi habitación por mi cuenta. Le pido por favor que hoy no entre aquí. — La señora Mar accedió inmediatamente y se alejó de la entrada. Más tarde volvió a escuchar un sonido proveniente de afuera de su habitación. Había alguien tocando la puerta. — Jóven Jungwon, alguien vino a preguntar por usted, pero por seguridad le dije que no estaba disponible. — dijo Mar. Jungwon supo de quién se trataba, y por un instante, su corazón lo tentó con todas sus fuerzas. Pero no tuvo el valor para salir. — Por cierto, me dejó algo para usted. — añadió. — Se lo dejaré fuera de su puerta. — concluyó y bajó las escaleras después de escuchar al chico agradecerle.
Con miedo, el pelinegro abrió la puerta lentamente. Parecía ser un sobre. Lo tomó con curiosidad y lo llevó hacia dentro. Se sentó sobre su cama a un lado de su ventana, y con delicadeza comenzó a abrirlo.
Era un laurel de flor. Era su flor favorita.
El de hoyuelos sacó la flor del sobre y la olió, justo en ese momento, el mundo parecía retroceder a esos momentos que tanto extrañaba. Las nubes que tapaban el sol, dejaron salir esos preciosos rayos, y esa sensación de calidez volvió a tocar su cuerpo. El aire besaba sus mejillas y las flores volvían a bailar con el viento. Se sintió tan bien. Se sentía tan bien.
Durante los siguientes días, a la misma hora, siempre aparecía un sobre con un laurel de flor en su buzón. Y el jamás se pudo resistir a recibirlos una y otra, y otra vez. Cada sobre tenía una letra en la parte exterior de este. Al cumplirse los 18 días, las letras de los sobres formaron una frase.
— "M" "i" "d" "i" "s" "p" "i" "a" "c" "e" "3" "0" "1" "1" "1" "9" "6" "7" —
— Mi dispiace 30/11/1967 —
( Lo siento )"¿Qué significa esto? ... pero esta fecha aún no ocurre" se preguntó confundido. Al revisar la última carta, notó que esta vez había algo escrito dentro del sobre.
"Te prometí que nadie nos apagaría, estrellita. No dejaré que lo nuestro se acabe así, esta vez lo haré bien, mi corazón."