Capítulo VI

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Regresar a casa me entristecía, pues había dejado atrás a nuevos amigos que a mi corta edad, ya significaban mucho. Volteé para cerciorarme de que nos alejábamos de Maralta, aunque era lógico, pues nos recibía ya un acalorado clima con fragancia a estiércol. El olor de Minolia podía resultar repugnante, mas los que hemos vivido aquí desde siempre, ya acostumbramos el hedor.

Desembarcamos del robusto navío y, ante nosotros esperaba un consejero de renombre, cuya presencia imponía respeto y veneración. Con voz grave y mesurada, él nos hizo saber que los reyes de Minolia, es decir, padre y madre, demandaban con urgencia mi presencia. Deseaban hablar con seriedad sobre mi escapada. El peso de sus palabras hizo que una sombra de inquietud se posara sobre mi corazón; pues no esperaba la magnitud del castigo que me impusiesen.

Caminando junto a Sir Nicholas y el consejero a la sala del cuervo, comencé a imaginar como sería la conversación que tendría con padre y madre, saliendo siempre victoriosa; aunque ciñéndonos a la realidad, me temo que no pasará. Ahora que regresaba a Minolia tras mi viaje, la veía más hermosa... Sus altas torres coronadas con tejas de pizarra gris, que se elevan orgullosas sobre una muralla de piedra robusta y desgastada por el paso del tiempo. Las enredaderas verdes y florecientes trepan por sus muros, entrelazándose con los ventanales, creando un espectáculo vibrante en medio del paisaje marino. Al acercarte a sus puertas de madera maciza, una fragancia poderosa inunda el aire: la mezcla de flores frescas de los jardines circundantes con el característico olor a estiércol que emana de los establos cercanos. Los jardines son un mosaico de colores, cada flor despliega su esplendor bajo el cálido abrazo del sol; lirios, rosas y margaritas danzan al compás de la suave brisa.

Finalmente, tras atravesar varias estancias adornadas con lujosos muebles tallados a mano y antorchas que iluminan tenuemente los rincones sombríos, llegamos a una puerta maciza marcada con un cuervo esculpido en la madera. Al abrirla con reverencia, la sala del cuervo; una habitación austera pero imponente, donde los reyes de cada casa se sientan a recibir vista o eventos de especial importancia. Allí están sus majestades: sentados en altos tronos ornamentados con relieves dorados. Su presencia impone respeto e intriga; sus rostros inexpresivos ocultan pensamientos profundos mientras esperan mi llegada para discutir lo que otros han considerado un tema delicado: la escapada a Maralta. Mi futuro parece pender de un hilo entre esas cuatro paredes cargadas de historia.

-Valeria- Dijo padre con voz tan imponente que rompió de golpe el abrumador silencio que había en la estancia- ¿Lo has pasado bien fantaseando con la piratería y el gozo?,¿qué tienes que decir al respecto sobre tu comportamiento?.

-Lo cierto es que no me arrepiento de mí viaje, mas si de causar preocupación. Llegó ese día una paloma mencionando el estado de Dorian Stone, no era nada bueno; así que no podía quedarme aquí. Tan solo pensaba en que iba a morir y que tenía que despedirme al menos. Gracias al Gran Cuervo Blanco, sigue vivo. Esta travesía me ha llenado de esperanza y fuerza para afrontar mi futuro con determinación.

-Tu futuro ya está escrito, serás la suplente de Lucian, en caso de que le ocurra algo y el no pueda reinar, hasta entonces puedes leer y coser lo que plazcas- Agregó padre con voz guasona.

-Mi futuro es ser caballero y servir a los reinos prioritarios-Respondí segura de mi misma.

-Hahaha... Que buena chanza, querida Valeria. Eres escuálida y una cría egoísta, que solo piensa en su ser sin tener en cuenta la preocupación de otros, no vuelvas a mencionar tales tonterías o al menos que no te las escuche yo decir, ¡¿entendido?!.-Gritó padre mientras señalaba con su dedo.

Ni responderle quise, mis ojos se humedecieron enseguida. Corrí hasta la playa donde ya ahí, comencé a gritar a pleno pulmón de rabia. Mis venas del cuello se hincharon y mi piel tornó a roja, pues estaba tan enojada que sentía que el corazón iba a explotar. Jalé todos los adornos de mi cabello y los tiré al mar; me quité el aterciopelado vestido verde y lo arrojé también junto a los zapatos. Estaba frenética. Comencé a sentir que podía respirar más calmada. "¿Por qué todo era tan difícil?, ¿por qué no comprendían mi deseo?, ¿realmente esperan que aguarde toda la vida, esperando a que mi hermano fallezca para así yo regir Minolia?, ¿y que ocurre con mi vida?..." Estas y muchas más, eran las preguntas que me rondaban la mente en ese momento. No era justo, mas era mi deber.

Mientras miraba el horizonte, horas que transcurrían sin ser consciente de mi ausencia, recordé una frase que dijo padre:"no vuelvas a mencionar tales tonterías o al menos que no te las escuche yo decir"... ¿Acaso, puedo divagar por el castillo sobre mis sueños, en ausencia de padre?...¡¿Acaso entrenaré con Sir Nicholas sin que sepa la razón?!... Padre me había otorgado la que era por aquel entonces mi mayor arma; la indiferencia, la suya claro. Que hermoso se piensa con este anochecer embriagando mis ojos.

A la mañana siguiente, desperté en ese mismo lugar, algo más mojada que la vez anterior que tuve los ojos abiertos, pues la marea había subido y me despertó el chapoteo del agua contra mi cara. Miré hacia ambos lados. Sacudí la arena de mi cuerpo y me puse en pié. Tras de mí, Sir Nicholas sentado en un tronco; fui a su encuentro.

-Buen día Sir Nicholas, ¿cuánto tiempo lleva ahí sentado?- Pregunté mientras me hacía un moño nuevo.

-Desde el alba, mi señora.

-Eso fue hace horas, ¿por qué no me ha despertado?.

-No era necesario, dormía plácidamente. Tenga. -Me dio la ropa rescatada de la mar. -Espero que haya secado ya.

Volví a vestirme con los ropajes que llevaba ayer, pues no me importaba mi apariencia. Anduvimos hasta los establos donde me esperaba un bollo de crema y un vaso de leche fresca encima de una mesa astillada. Perecía poca cosa, mas me resultó el desayuno más especial tomado hasta la fecha. Ya con el estómago lleno, volví a desvestirme para agarrar el saco de arena y comenzar a andar con este. Sir Nicholas me dijo que cada semana íbamos a ir aumentando la dureza de los entrenamientos.

~Semana uno: caminar con un saco dando cincuenta vueltas a los establos, luego, cincuenta al sentido contrario.
~Semana dos: caminar con un saco dando cien vueltas a los establos, luego, cien al sentido contrario.
~Semana tres: caminar a prisa con un saco mientras lo levantas y lo bajas, mientras das cien vueltas a los establos, luego, cien al sentido contrario.

-Estoy exhausta, ¿puedo descansar un poco?.

-Cuando acabes de dar vueltas al establo, vas por la número veintisiete, te quedan veintitrés más.

Mi relación con Sir Nicholas era cada vez más estrecha, era la persona más gentil que había conocido en mis ya cumplidos trece años.

~Semana cuatro: caminar aprisa con dos sacos dando ciento cincuenta vueltas a los establos, luego, ciento cincuenta al sentido contrario.
~Semana cinco: caminar a prisa con dos sacos mientras los levantas y los bajas, mientras das doscientas vueltas a los establos, luego, doscientas al sentido contrario.

Sin dudarlo, esta fue la semana que más me costó, pues ya no podía repartir el peso de un saco en ambos brazos, ahora tenía dos sacos de arena que llevar. Me esforzaba pero se me caían, o me caía yo, así que tuvimos que alargar esta etapa por casi siete semanas hasta que por fin la dominé. La última sesión con los sacos a cuestas era correr.

~Semana doce: correr con dos sacos mientras los levantas y los bajas, mientras das doscientas vueltas a los establos, luego, doscientas al sentido contrario.

No lo logré a la primera. Caí, resbalé, me choqué, las fuerzas no me acompañaron... pero fue a finales de esa misma semana cuando concluí mi entrenamiento con los sacos. Montones de moretones y los sacos gritando auxilio de lo maltratados que se veían, mas me sentía orgullosa de mí logro. Aún que no acababa ahí el entrenamiento, pues tenía que hacer lucha con mis puños a los sacos de arena.

Ecos de magia y aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora