Capítulo X

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La amenaza inminente exigía acción; no podían permitir que el terror fuera más allá de su bastión. El sonido del acero al ser afilado resonaba mientras taconeos de armaduras y murmullos llenaban el aire. La determinación se dibujaba en cada rostro habitado por la ansiedad.

-Caballeros- proclamó Sir Nicholas, con tono firme y resonante- los hilos del destino nos llaman a actuar. Aquellos que han cruzado nuestros campos son seres cuyo propósito solo puede ser la destrucción. ¡Debemos ir al poblado y poner a nuestros hombres bajo nuestra protección!.

Los caballeros asintieron con convicción, apretando las empuñaduras de sus espadas mientras se preparaban para salir en busca de aquellos inocentes amenazados por el horror errante. En ese instante, como si tuviesen vida propia, las armaduras resonaron en conjunto mientras los nobles atravesaban los oscuros pasillos hacia el patio exterior. Al salir al aire fresco y húmedo, vislumbraron cómo un grupo de caballos aguardaba impaciente. Los caballos estaban ensillados con rapidez por los escuderos y sus jinetes listos para partir sin demora. Con pasos firmes y decididos, los nobles montaron. El murmullo emocionado entre ellos hacía eco entre las paredes del castillo; sabían que cada uno llevaba consigo no solo su propia vida sino también las esperanzas y temores de toda una comunidad. Ya frente a la puerta principal del castillo, uno tras otro dispararon miradas resolutivas hacia el horizonte temido donde habían escuchado rumores desgarradores: el poblado clamaba por ayuda. Acompañados por unos pocos escuderos que les servirían fielmente como retaguardia, marcharon siguiendo laderas cubiertas de hierba espesa hacia terrenos conocidos, pero sobrecogidos ahora por la sombra aterradora que se extendía a lo largo del inquietante paisaje.

El sonido del trote resonó ferozmente mientras cruzaban praderas antes pacíficas cubiertas ahora por una atmósfera tensa; incluso el canto lejano de aves parecía extinguirse ante su paso decidido. Pronto divisaron destellos lejanos; fragmentos morados ondeando desde cabañas atestadas: era aquel enclave amenazado donde los gritos impregnaban cada rincón mientras hombres valientes buscaban refugio. Cuando llegaron finalmente al poblado, las personas caminaban sin temor, pues no sabían lo que acechaba. El cuerpo de caballeros, alzó una voz imponente en medio del pueblo donde la gente compraba.

-Minolianos, el terror ha llegado a nuestro reino. Seres sin alma han aparecido de entre las sombras, sembrando muerte y desolación. Deben acompañarnos al castillo; les escoltaremos. No lleven objetos materiales, pues se los proporcionaremos en su justa medida.-Alzó la palabra Sir Nicholas.

Los plebeyos, desconcertados, siguieron a un grupo de caballeros que se dirigían al castillo, mientras que otro grupo, se adentraba más al resto del pueblo para escoltarlos también.

En la penumbra del bosque, Sir Nicholas avanzaba con firmeza al frente de la caravana. Los hombres y mujeres del pueblo, cargados de temor y aflicción, lo seguían como un rebaño temeroso dirigido hacia el refugio. Sin embargo, un silencio perturbador se cernía sobre ellos, un presagio ominoso que helaba la sangre en las venas. De repente, el aire fue desgarrado por un rugido que resonó como el trueno en la distancia. Con el corazón palpitando como tambor de guerra, Sir Nicholas giró su mirada hacia sus acompañantes, irguió su voz: "¡¡Corran!!". No había terminado de pronunciar aquellas palabras cuando emergieron de la espesura del bosque las criaturas. La manada se lanzaba tras ellos como una sombra voraz dispuesta a devorar todo a su paso. Sir Nicholas y dos valerosos caballeros montados a caballo tomaron la decisión más crítica en aquel instante: trabar los estribos y galopar con firmeza hacia el castillo. Los gritos desesperados de los plebeyos resonaban tras ellos mientras las feroces bestias reclamaban sus víctimas. Los tres hombres apremiaron sus monturas hasta que alcanzaron las puertas del recinto amurallado. El sonido del acero chocando contra el suelo resaltó en el aire mientras frenaban bruscamente.

-¡Abrid las puertas!- gritó Sir Nicholas, mientras podía ver desde su posición cómo aquellos horribles engendros se acercaban velozmente para devorar lo que quedaba de inocencia.

Los caballeros en el interior respondieron con rapidez; las puertas chirriaron al abrirse mientras las bestias ya arrasaban el sendero polvoriento detrás de ellos. Con gran esfuerzo lograron cruzar los umbrales justo antes de que se cerraran nuevamente con un estruendo sordo. Sir Nicholas entonces dio instrucciones claras y firmes: "¡Tocad las campanas! Haced saber al pueblo que el peligro ya avanza hacia nuestras puertas." Las campanas comenzaron a resonar por encima del temor que atenazaba los corazones; cada tañido era una súplica por ayuda y advertencia para todos aquellos que aún habitaban la aldea de Minolia. Pero el eco del metal estaba destinado a ser inútil; aquellas criaturas estaban ya en marcha, masacrando sin compasión a quienes quedaron atrás entre las casas deterioradas y desamparadas. Mientras observaba desde lo alto de la muralla cómo caía esa perdición sobre su hogar, Sir Nicholas juró vengar cada vida arrebatada por esas bestias infernales. La batalla estaba lejos de haber terminado; tan solo había comenzado una nueva lucha por salvar lo poco que quedaba de su mundo ya fracturado.

Ecos de magia y aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora