Desperté al alba de la mañana siguiente, pues los cálidos rayos del sol asolaban mis parpados, siendo tan temprano que ni la doncella se dignó aún a perturbar mi sueño. Así fue que decidí aventurarme por los recintos del ilustre castillo de Maralta. Se alzaba majestuosamente sobre un acantilado, sus gruesas paredes de rocas grises brillaban bajo el sol matutino, como si estuvieran bañadas en oro. Desde lo alto, yo podía ver el vasto mar azul, cuyas olas rompían con fuerza contra las rocas que lo rodeaban, llenando el aire de un sabor salado que hacía cosquillas en mi nariz.
Las torres del castillo se elevaban como dedos hacia el cielo, adornadas con banderas ondeantes que parecían jugar en el viento. En cada esquina, había almenas donde los arqueros solían vigilar, aunque en este momento sólo era yo quien soñaba con aventuras. En su interior, los pasillos eran oscuros y frescos, y las piedras estaban llenas de historias susurradas por los ancianos del lugar. Anduve hasta un gran comedor, que tenía un largo mantel cubierto de platos de madera donde el aroma del pan recién horneado y la jalea de frutas llenaban el aire mientras las cocineras reían y parlotaban junto a la hoguera crepitante. Desde una pequeña ventana que daba al mar, el horizonte se extendía hasta donde los cielos se encontraban con el agua azul profundo.
Tras un largo y pausado recorrido por los magníficos pasillos y salones del castillo, torné hacia mi habitación. A la espera, con una expresión serena y ojos centelleantes, se hallaba la doncella. Su figura era delicada, ataviada con un sencillo vestido de lino que caía suavemente a su alrededor. Había estado en el castillo desde hacía años y conocía a fondo cada rincón y cada historia que habitaba entre sus muros. Su peinado pulcro, adornado con una cinta sencilla pero elegante, completaba su porte diligente.
-Mi señora -comenzó con voz suave-, traigo noticias sobre el señor Dorian, ha despertado de su letargo.
Sentí una mezcla de alivio y expectación al escuchar sus palabras; Dorian había estado sumido en un profundo sueño tras haber sufrido el accidente que había dejado a todos en preocupación constante. La doncella me hizo un gesto con su mano invitándome a seguirla mientras la seguía por el pasillo iluminado por el tenue resplandor de antorchas chisporroteantes. A medida que avanzábamos hacia la sala donde descansaba Dorian, el aire se sentía más ligero, como si el mismo castillo exhalara un suspiro de alivio tras tan prolongada espera. Las paredes estaban adornadas con tapices que narraban historias heroicas de caballeros olvidados; algunos parecían cobrar vida y murmurar acerca del destino que aguardaba al noble Dorian. Al llegar ante la puerta de los aposentos donde se encontraba, mi corazón comenzó a latir a prisa, pues pronto volvería a escuchar su voz vibrante llenando los espacios silentes del castillo.
La doncella abrió suavemente la puerta y entramos; allí estaba él, recostado en su cama ricamente adornada con sábanas suaves como nubes. Mirándole a los ojos, aún somnolientos pero brillantes, le agarré fuerte de la mano mientras con la boca entre cerrada le decia -no vuelvas a asustarme de esa manera-. Lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, y descuidadamente, abracé a Dorian, suerte que no le produjo molestia en sus heridas.
Pasé semanas en Maralta, viendo la evolución de las heridas de Dorian. Cada vez más seguido, íbamos dando paseos por sus jardines, pues se encontraba mejor. El paso del tiempo también nos unió mucho, los hermanos Stone y yo éramos inseparables. Lysandra era mi amiga más fiel por el momento. No quería marcharme de allí nunca, mas el recordar que Sir Nicholas se privaba de su familia por tanto tiempo, me hacía la estancia pesada. En uno de mis momentos de soledad mientras curaban las heridas a Dorian, solucioné este tema por mi cuenta. Zarparíamos regreso a casa mañana.
-Me gustaría agradecerle que me trajera a Maralta sin dudarlo. Usted ha sido muy amable estas semanas. Sé que extraña a su mujer y a sus hijos, mas hablé con el señor Roderic para volver a Minolia, zarpamos mañana con la tripulación -comenté a Sir Nicholas mientras trataba de no llorar.
Sir Nicholas tenía una mirada de gratitud tras una que se preocupaba por mí. El quería que yo pasara tiempo con mis únicos amigos, no contaba con que el se había convertido en uno también.
Tras almorzar el día siguiente, fuimos escoltados hacia el muelle donde nos esperaba el barco rumbo Minolia. Los Stone nos despidieron allí con cálidas palabras de gratitud, pues afirmaban que hasta mi llegada, a Dorian no le habían bajado las fiebres. Abracé de despedida una vez más a Lysandra y Doria, está vez sin llorar, pues sabía que volveríamos a vernos. Embarcamos y desde lo alto del navío, sacudí mis manos tan fuertes que parecía que iba a volar en cualquier momento. Ya no había vuelta a tras, solo queda esperar al próximo reencuentro.
El mar se extendía ante mí, un vasto lienzo de agua inquieta, donde las olas rompían con una fuerza imponente. La brisa salina y fría azotaba mi rostro mientras nos preparábamos para zarpar rumbo a Minolia. Mis ojos observaban con temor y emoción cada pico de las olas que se abalanzaban contra nuestro navío, como cúmulos dientes críticos a punto de devorar cualquier cosa que osara cruzar su camino. Los marineros gritaron órdenes en medio del estruendo del oleaje; sus voces se entrelazaban mientras ajustaban las velas: "¡A babor! ¡Pongan rumbo norte!" resonaban con firmeza y determinación. Sin embargo, no era solo el vaivén del barco lo que me desafiaba; era la inminente llegada a Minolia lo que ahora alimentaba mi ansia, por aprender a usar la fuerza y destreza como Sir Nicholas.
De repente, una ola mayor nos sorprendió; elevó nuestro barco hacia alturas vertiginosas antes de soltarnos nuevamente en un descenso abrupto. El puerto estaba cada vez más cerca; sentí cómo mi corazón latía al ritmo frenético del mar embravecido y la promesa de la aventura que aguardaba. Finalmente, tras horas en movimientos vertiginosos, avistamos Minolia desde el horizonte.
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Ecos de magia y acero
FantasyValiente y con pasión profunda por la caballería. Desde temprana edad, es su deseo, pero se ve frustrado. Expediciones, descubrimientos, batallas, criaturas, reinos, traiciones, sacrificios, orgullo, honor, deshonra...