London Boy

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Mateo

Mi pecho sube y baja con rapidez. Mi respiración está agitada, tal vez demasiado. He estado corriendo desde que me levanté, desde que puse un pie en el jodido suelo de mi cuarto. ¿Por qué? La razón es clara: debo entrenar. Como capitán del equipo, no puedo simplemente quedarme conforme con los entrenamientos. También debo esforzarme por mi parte. Debo demostrar que soy digno del puesto que se me ha otorgado. Tal vez para algunos no sea mucho, pero para mí, lo es todo. Es lo que soy, y por lo que vivo.

Mis piernas me imploran que me detenga, que pare de correr.
Me duelen. No solo por estar corriendo, sino también porque anoche estuve en el gym. Es una mini tortura correr después de entrenar más de dos horas seguidas. No obstante, eso no importa. Es necesario. Debo tener disciplina si quiero ser alguien en la vida. Además, esto no es nada para lo que se viene.

Trato de seguir corriendo, trato de no ceder ante la debilidad de mi cuerpo, pero me es imposible. Mis piernas no dan más, duelen demasiado. Me obligo a parar en cuanto siento que voy a caer al suelo. Si bien no quería, no tuve otra opción.

Llevo mi mano contra mi pecho y lo aprieto con fuerza. No puedo respirar. Joder, no puedo respirar. Tallo mis ojos una y otra vez, y muerdo mi labio inferior con fuerza. No me importa lastimarme, me importa vivir.

Poco a poco logro calmar un poco mi respiración, no al punto de controlarla totalmente, pero sí al punto de poder decir «genial, no voy a morir».

Hundo mis cejas cuando siento algo caliente bajar por mis fosas nasales. Susurro un «ay Dios, aquí vamos otra vez» antes de pasar mi mano por la comisura de mis labios cuando siento cómo uno de estos se empapa con lo que supongo, es sangre. Confirmo esto cuando observo el líquido sobre mis dedos. Siento cómo mi pecho se encoge y un pequeño nudo se forma en mi garganta. No estoy muy sorprendido, es algo que suele pasarme con frecuencia. Pese a eso, esta vez es distinto, el fluido es más abundante, y el dolor de cabeza que me abruma es más que fuerte.
Me quedo solo unos segundos ahí, de pie. Concientizándome de que es normal. O, por lo menos, de que así lo ha sido durante los últimos dos años. Cierro y abro los ojos repetidas veces tratando de controlar mi respiración que cada vez es más agitada. Limpio la sangre de mi nariz con el pañuelo que siempre llevo en mi bolsillo por si pasan estas cosas. Luego de hacer esto, lanzo el pañuelo a la basura. Respiro hondo al ver que la sangre se ha detenido. Paso una de mis manos por mi cabello y acto seguido continuo con lo que estaba haciendo; correr.

Esta vez lo hago con menor velocidad. Más bien, estoy trotando, mientras dejo que la música se apodere de mis oídos y me ayude a dejar atrás lo que pasó.

Pasados unos minutos, dejo de correr y empiezo a caminar con normalidad. Por más estúpido que parezca, me da miedo desmayarme o algo frente a un montón de gente.

Tal vez soy un idiota por esforzarme tanto. Por exigirme más de lo que puedo dar. Por levantarme todos los días hasta tres horas antes que los demás, incluso, si no dormí nada la noche anterior.

Pero, ¿qué más da? No importa si lo soy. Ese esfuerzo valdrá la pena después. Si estoy cansado, no importa. Si mi nariz sangra, no importa. Si el pecho duele, no importa. Sin esfuerzo no hay resultados.

Me detengo unos segundos para mirar a ambos lados antes de cruzar la calle. Es una vía transitada, un paso en falso y podría terminar como mi última mascota: aplastado. Bueno, eso no es una comparación que me guste hacer, o algo que me divierta. La muerte de lacy me dejó llorando en la cama por dos semanas seguidas. No es algo fácil de recordar, para ser sincero. Pero es cierto, no quiero terminar así. Mucho menos cuando estamos a 3 meses del partido más importante de mi vida. Por eso entreno cada vez que puedo, aunque no tenga ganas o me sienta mal.

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⏰ Última actualización: Aug 20 ⏰

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