Capítulo IX: La Mascarada

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Ya que últimamente los shows estaban siendo un éxito y estaban generando bastantes ganancias, a los artistas se les ocurrió hacer una fiesta para celebrar. Después de todo, ¿no merecían acaso divertirse por todo el esfuerzo y trabajo que habían estado teniendo últimamente?

     Aquello fue algo que hablaron primero entre ellos, y la idea inicial era una fiesta solamente entre los artistas del circo; no obstante, les pareció más emocionante poder invitar a los demás trabajadores del parque. Después de todo, la mayoría de los artistas del circo eran muy entusiastas y creían que mientras más gente hubiera sería más interesante.

     Aprobada por consenso esta decisión, solo les quedó pedir permiso al maestro de ceremonias, Lord Byron.

     “¿Eh? Ah, sí, hagan lo que quieran, igual tenemos dinero de sobra” fue lo que el despreocupado hombre les respondió mientras contaba una paca de billetes.

     De manera que rentaron un salón y, como los artistas del Circo Bizarro eran de lo más excéntricos, no quisieron limitarse a hacer una fiesta normal. Decidieron pues que sería una mascarada, para añadirle un toque de elegancia y misterio a la fiesta. Las máscaras habrían de cubrir todo el rostro afín de que las personas fueran lo más irreconocibles posibles, de nuevo, para darle misterio a la fiesta.

     Por último, pidieron autorización de Starr Park para repartir las invitaciones a cada trabajador. Fue algo laborioso, pero al final cada trabajador tuvo su invitación.

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     Fue una gran sorpresa tanto para ella como para Angelo haber recibido una invitación. Ya que no tenían demasiados amigos, no era común que los invitaran a eventos o reuniones sociales.

     Y no a cualquier reunión, sino a una fiesta. Y no a cualquier fiesta, sino a una de gala: una mascarada.

     Y aun así, ahí estaban, dos sobres dirigidos a cada uno. Dos invitaciones para ellos.

     Por supuesto, ambos reflexionaron sobre si sería buena idea asistir o no. A ninguno de los dos les agradaban demasiado las personas (más que nada a Willow, todavía Angelo disfrutaba de socializar para chismear).

     Al final ambos acordaron asistir. Angelo era el que más emocionado estaba por ir y acabó insistiendo a Willow para que lo acompañase.

     Angelo acabó escogiendo un llamativo traje de lentejuelas magenta con una máscara blanca, con sus cabellos verduzcos bien recogidos y peinados. Willow, por su parte, llevó un vestido negro de corte A que resaltaba un poco sus caderas. Su cabello estaba recogido en su usual coleta alta, pero peinado de manera más elegante, dejando un par de mechones sueltos a cada lado. Su máscara era de color plata.

     Aunque Willow trató de quedarse cerca de Angelo, este se emocionó demasiado por la fiesta e iba de un lado a otro, hablando con la gente o disfrutando la mesa de degustación de vinos (era un catador aficionado... Por no decir borracho).

     —¿Angelo?.. —murmuró en voz baja cuando por fin se le perdió de vista. Se puso algo ansiosa, pero pensó que no debería ser difícil encontrarlo por su llamativo traje. El problema es que había bastante gente y tendría que buscarlo.

     Pasando cerca de unas personas, escuchó una voz familiar y se detuvo. Volteó ligeramente, y escuchando la voz de nuevo, supo que era Mortis. Ese acento rumano era inconfundible. Estaba con un par de mujeres, a ambas abrazándolas por los hombros.

     Willow sintió una punzada dolorosa, pero no de celos, sino de coraje. Frunció el ceño y siguió caminando, esperando que no la haya reconocido a ella... Porque reconocerla a ela era fácil.

     Mientras alzaba la mirada para divisarlo, su atención se vio atraída hacia unas personas que se aglomeraron cerca de la entrada del salón. Willow, curiosa, se acercó para ver de qué se trataba.

     Toda la conmoción se debía a una preciosa mujer que había llegado a la fiesta, acaparando de inmediato la atención de los presentes e, incluso, de la misma Willow.
    
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     Charlotte era del tipo de mujer que le gustaba cuidar su apariencia, no por vanidad, sino por el mero gusto de verse guapa.

     Fue así que para la fiesta escogió ponerse un vestido rojo pegado, algo escotado y abierto en la pierna. ¿Revelador? Tal vez, pero a Charlie no le importaba o no se preocupaba por eso. En realidad siempre había disfrutado de la atención (por algo era artista circense), y ese lado coqueto y seductor de ella era algo que no podía negar.

     Tuvo algunos problemas para escoger su máscara, pero eligió una dorada de detalles exquisitos. Le emocionaba mucho la idea de no ser reconocida, ¿quién sabe? Quizás podría ser incluso más atrevida y coqueta de lo que de por sí ya era.

     Y, pensando en ello, su mente divagó hacia Willow. Se preguntaba si iría. Realmente quería que estuviera ahí, pero pensó en si estaría mejor desde la última vez. Esperaba que sí.

     Esperaba que sus palabras le hubieran subido un poco el ánimo. “¡Puede que así haya sido!”, pensó con entusiasmo; después de todo, recordaba que su semblante era diferente a como la había encontrado mirando tan miserablemente las aguas de la laguna.

     En fin, ver a Willow era una de las cosas que la emocionaban además de la fiesta en sí. Tenía la ligera noción o sospecha de que la muchacha no era fanática de las multitudes, pero soñar no costaba nada, y si es que había la posibilidad de que asistiera, entonces deseaba que así fuera. No por nada se había asegurado de hacerles llegar las invitaciones tanto a ella como al carismático Angelo. ¡Ah, ese chico! No se había olvidado de él y de lo maravilloso y amable que fue con ella.

     Al llegar a la fiesta, la acróbata de inmediato atrajo las miradas, sobre todo de los varones, dejando sus mandíbulas caídas bajo todas esas máscaras. Era inevitable: Charlie era una mujer físicamente atractiva, y el vestido le quedaba realmente bien: realzaba sus curvas, su cabello rubio y piel blanca ligeramente sonrosada.

     Varias personas se le acercaron, hombres para ofrecerse a ser su pareja de baile, acompañante de la noche, para invitarle un trago y algunos atrevidos iban directo al cortejo. Las mujeres elogiaban su belleza, y todos se preguntaban quién era esa mujer con cuerpo de Afrodita.

     Rápidamente se rodeó de gente, y aunque generalmente la atención la hacía sentir halagada, en ese momento estaba siendo demasiada. Demasiadas personas dirigiéndose a ella a la vez, no sabía ni a quién voltear a ver o a quién responderle. Se sintió de inmediato ansiosa y presionada.

     Aunque intentó apartarse para encontrar un respiro, las personas no parecían saber qué era el espacio personal. Para su suerte, una mano la agarró de la muñeca y la sacó de ahí, alejándola de la multitud.

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     Se acercó sigilosamente, tratando de obtener una mejor vista y averiguar quién era, pero su máscara dorada ocultaba su identidad por completo.

     Entonces, escuchó de nuevo esa maldita voz. Mortis era una de las personas que se encontraban alrededor de la mujer, y uno de los hombres que intentaban cortejarla.

     Willow notó por el lenguaje corporal de la mujer rubia, por cómo parecía querer apartarse, que se sentía agobiada y presionada por tanta gente. Entonces, algo en ella se activó y se acercó, abriéndose paso entre la gente.

     Instintivamente la tomó de la muñeca y la alejó. La estaba ayudando, aunque no sabía muy bien por qué. Quizás era porque la vio en apuros, pero ayudar a otros no era común en Willow. Probablemente era porque sabía lo molesta y abrumante que podía ser la gente, pero en ese momento no lo pensó, solo actuó.

Bad Romance (Charlie×Willow)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora