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Alastor continuó caminando en círculos, con la mente dividida entre el deseo insaciable que se había despertado en él y la necesidad de mantener su compostura. Cada vez que pensaba en el dulce sabor de la saliva de Lucifer, sus instintos más oscuros tomaban control. Estaba ansioso, sus dedos temblaban ligeramente con la emoción. Sentía una obsesión peligrosa naciendo en su interior, y por primera vez en mucho tiempo, Alastor se encontró luchando para mantener el control sobre sí mismo.

Un par de horas después, Alastor se dirigió a la habitación del rey, decidido a actuar con normalidad. Sin embargo, la tensión entre ambos era palpable en el aire. Lucifer estaba ojeando un libro distraídamente cuando escuchó los pasos de Alastor acercándose. El rey no necesitó levantar la vista para sentir la presencia del demonio detrás de él.

-¿Viniste para aprender a hacer patitos o solo para acosarme?- dijo Lucifer sin desviar la mirada del libro.

Alastor soltó una suave carcajada, llena de esa característica malicia. -¿Acaso no podemos hacer ambas cosas, Su Majestad? Uno nunca deja de aprender, y debo admitir que usted tiene... mucho que enseñar, en más de un sentido-

Lucifer cerró el libro con un golpe sordo y finalmente lo miró a los ojos. Había algo en la mirada de Alastor que hacía que su piel se erizara. Era como si el demonio radio lo estuviera devorando con los ojos, y la intensidad de esa mirada comenzaba a hacer que su ritmo cardíaco se acelerara.

-¿Siempre tienes que ser tan... intenso?- preguntó Lucifer con un suspiro, aunque había un toque de interés en su voz.

Alastor dio un paso hacia adelante, su sonrisa cada vez más amplia, pero su voz bajó a un tono seductor. -Solo cuando algo me fascina, su Majestad. ¿Y si le dijera que hay una curiosidad en mí que simplemente no puedo ignorar?-

Lucifer alzó una ceja, sintiendo la tensión entre ellos subir como el mercurio en un termómetro. Podía percibir el hambre en los ojos de Alastor, una mezcla de deseo y algo más oscuro que él no podía identificar del todo.

-¿Curiosidad por qué, exactamente?- preguntó Lucifer, su voz siendo un eco de su propio interés. A pesar de lo desconcertante que era Alastor, algo dentro de él le instaba a profundizar más.

Alastor se inclinó más cerca, hasta que apenas había un espacio entre ellos, lo suficiente para que Lucifer pudiera sentir su aliento. -Por usted, su Majestad. Hay algo en su esencia, en su sabor...- Alastor deslizó una mano hacia el mentón de Lucifer, acariciándolo lentamente. -...que no puedo quitarme de la cabeza. Necesito... más.-

Lucifer sintió un estremecimiento recorrer su espalda. No estaba acostumbrado a sentirse vulnerable, y mucho menos a que alguien lo mirara como Alastor lo hacía en ese momento. Era una combinación entre adoración, lujuria y pura obsesión. Y aunque sabía que debería apartarlo, había una pequeña parte dentro de él que se sentía tentada.

-Alastor... estás jugando con fuego- murmuró Lucifer, su voz un poco más grave, cargada de advertencia pero también de algo que sonaba a tentación.

Alastor se inclinó más, rozando sus labios contra el oído de Lucifer. -Siempre he disfrutado jugar con fuego, lo supe desde que llegué al infierno, su Majestad. Pero con usted... tal vez estoy dispuesto a quemarme-

Sin previo aviso, Alastor acercó más su rostro, sus labios casi tocando los de Lucifer. La tensión se podía cortar con un cuchillo, y ambos sabían que cruzar esa línea podría significar algo de lo que ninguno volvería. Lucifer, con el pulso acelerado, no se movió; se debatía internamente entre dejar que Alastor tomara lo que quería o imponer su autoridad.

Finalmente, Alastor rompió el momento, retrocediendo con una risa suave, aunque sus ojos permanecieron fijos en los de Lucifer con una promesa oscura. -Pero todo a su tiempo, ¿no es así, su Majestad?-

Las trampas del corazón - RadioappleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora