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El amanecer en el Hazbin Hotel siempre traía consigo un aire de expectativa y caos contenido, como si el mismísimo Infierno estuviera a la espera de estallar en una tormenta de energía. Pero, para quienes se alojaban en aquel peculiar lugar, esa era la rutina. Hoy no era la excepción. Alastor, con su porte impecable y su eterna sonrisa, apareció en el lobby del hotel, su bastón girando en sus manos y su mirada analítica explorando cada rincón, como un depredador inspeccionando su territorio.

—¡Buenos días, queridos pecadores! —anunció con entusiasmo, su voz resonando con un eco peculiar que parecía recorrer las paredes del hotel, haciéndolas vibrar. La energía casi tangible que siempre lo rodeaba hizo que las figuras presentes se detuvieran un instante. Cada uno lo miró con diferentes grados de sorpresa y recelo.

El primero en girar los ojos fue Husk, el ave antropomórfica con cara de pocos amigos y actitud de aún menos paciencia. El felino demoníaco no se molestó siquiera en levantar la mirada de su trago.

—Cállate, demonio radio... demasiado temprano para tus tonterías —murmuró con una voz rasposa, pero Alastor simplemente sonrió más ampliamente.

Angel Dust, por su parte, se encontraba recostado en un sofá raído, estirando sus múltiples brazos con pereza exagerada. Cuando escuchó a Alastor, sonrió con una expresión burlona.

—¡Oh, qué alegría verte tan animado, Al! ¿Qué trama el maestro de la radio a estas horas de la mañana? —Angel dejó que su tono canturreante contrastara con la evidente provocación de sus palabras.

Sin embargo, Alastor no perdió su compostura en ningún momento. Simplemente entrecerró los ojos y observó a cada uno con la misma mirada calculadora.

—Hoy tenemos algo especial preparado, mis queridos habitantes del infierno —dijo, su tono melodioso, pero cargado con una promesa de que nada sería tan sencillo como parecía—. Charlie, mi querida anfitriona, y yo hemos planeado una serie de actividades para todos ustedes. Algo que, estoy seguro, nos ayudará a... fortalecer la unidad del grupo. Sé que todos nos llevamos, pero aveces quiero que hasta el silencio sea cómodo para todos.

El silencio que siguió a sus palabras fue cortante. Desde una esquina del lobby, Cherri Bomb, con su habitual postura de superioridad y su actitud de "nada me afecta", levantó una ceja.

—¿Fortalecer la qué? ¿Unidad? —Se rio, sacudiendo la cabeza—. Me estás jodiendo. Yo solo estoy aquí por mi chisme el cuál no hay.

Charlie, parada al lado de Alastor con una expresión a medio camino entre el optimismo y la resignación, dio un paso adelante.

—Pues sé que te divertirás... lo sé —dijo con sinceridad—. Pensé que, ya que todos están en el hotel por razones diferentes, podríamos encontrar una manera de llevarnos mejor, ¡y qué mejor forma de hacerlo que con un poco de cooperación en equipo para el día de hoy!

Los murmullos de incredulidad llenaron el lobby. Niffty, quien había estado ocupada limpiando cada superficie imaginable (y algunas que no lo eran), se detuvo para mirar a Charlie con sus grandes ojos brillantes.

—¡Oh, suena divertido! —exclamó con su voz chispeante—. ¡Podemos hacer limpieza en equipo! O, o, ¡tal vez reparar cosas juntas! —Se giró hacia Cherri con una energía tan vibrante que incluso hizo que la anarquista de un solo ojo retrocediera un paso.

—Lo que sea, enana —respondió Cherri, encogiéndose de hombros—. Mientras no me pongas a coser cortinas o a limpiar baños.

Charlie aplaudió suavemente, aliviada de que al menos alguien se mostrara receptivo.

—Entonces, hagámoslo un poco más interesante —intervino Alastor, interrumpiendo a Charlie con su tono alegre y peligroso—. ¿Qué les parece si formamos equipos y cada uno compite en una serie de desafíos? El equipo que gane será... recompensado. Y el perdedor, bueno, ya veremos. —Sus ojos brillaron con una oscuridad que solo él podía conjurar sin romper la máscara de su cortesía.

Las trampas del corazón - RadioappleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora