10

51 6 0
                                    

La escena en el lobby del hotel era casi cómica. Alastor, con mangas arremangadas y un delantal que Charlie insistió en que usara, se movía con sorprendente eficiencia mientras sacudía el polvo y organizaba muebles con la precisión de un orquestador demoníaco. Cada movimiento estaba cargado de gracia, como si incluso la tarea más mundana fuera una danza macabra.

—Al menos parece que te estás divirtiendo —murmuró Lucifer mientras pasaba un trapo por los estantes superiores de la biblioteca, sus alas desplegadas de mala gana para alcanzar los lugares más altos.

Alastor sonrió de reojo, sin detenerse en su tarea.

—¿Divirtiéndome? ¡Oh, su Majestad, estoy divirtiéndome! Hay algo tan satisfactorio en ver cómo todo se ordena a mi voluntad. —Hizo una pausa, observando cómo el polvo caía de un candelabro antiguo—. Aunque admito que prefiero la limpieza de almas a la limpieza de muebles.

Lucifer resopló, pero no pudo evitar un atisbo de sonrisa. Por muy irritante que fuera, había algo en la energía caótica de Alastor que, en cierta forma, hacía que todo esto fuera más llevadero. Pero claro, eso no lo admitiría jamás.

—Termina esto pronto, Alastor. No pienso pasar el resto de mi eternidad limpiando este lugar... peor si es aquí contigo.

La limpieza del hotel se prolongó durante más horas, y para cuando la tarde comenzó a teñir el cielo del Infierno con sus tonos ardientes, Alastor y Lucifer se encontraban sumidos en una serie de tareas que, bajo cualquier otra circunstancia, jamás habrían soñado con hacer.

El aire entre ellos oscilaba entre la tensión y una extraña camaradería. Lucifer, quien nunca en su existencia había sostenido una escoba ni se había inclinado para limpiar el suelo, comenzaba a descubrir una nueva faceta de su paciencia... o la falta de ella. Mientras tanto, Alastor se movía con una soltura casi inquietante, tarareando melodías mientras pasaba el plumero por cada superficie que tocaba.

—Es increíble que tengas tanta energía para esto. Me siento echo mierda —bufó Lucifer, arrodillado mientras restregaba con evidente desgana una mancha particularmente persistente en la moqueta del pasillo—. ¿Acaso no tienes nada mejor que hacer, Alastor?

El Demonio de la Radio se inclinó sobre él, los ojos brillando con un atisbo de diversión mientras sacudía el plumero sobre la cabeza de Lucifer, dejando caer una fina lluvia de polvo sobre su cabello. La sonrisa en su rostro era tan afilada como siempre, pero había algo casi juguetón en la manera en que lo miraba.

—Oh, su Majestad, ¿qué podría ser mejor que estar aquí con usted? —respondió con un tono lleno de falsa dulzura—. No todos los días uno tiene el placer de ver al Rey del Infierno en sus manos y rodillas, haciendo trabajos tan mundanos.

Lucifer apretó la mandíbula y sacudió el plumero con un manotazo, enviando un nuevo montón de polvo a volar.

—No juegues conmigo, Alastor. Estoy aquí porque Charlie nos obligó, no porque me agrade tu compañía —gruñó, aunque sus ojos destellaron con un desafío que Alastor no pudo ignorar.

—Oh, créame, lo sé —murmuró Alastor con suavidad, inclinándose más cerca hasta que sus labios casi rozaron la oreja de Lucifer—. Pero debo confesar, me gusta verlo así... trabajando para variar.

Lucifer sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral ante la proximidad del demonio, y su piel se erizó cuando el aliento de Alastor acarició su cuello. Se giró bruscamente, con las mejillas sonrojadas de frustración (o quizás de algo más que no quería admitir), y lo fulminó con la mirada.

—Si sigues con eso, te juro que limpiarás este hotel solo, Alastor.

—Oh, por favor, no sería tan cruel como para privarlo de mi encantadora compañía —respondió Alastor con una risa suave y burlona. Luego, sin previo aviso, extendió una mano y apartó un mechón de cabello de la frente de Lucifer, su toque casi íntimo—. Además, ¿a quién le dejaría la tarea de sacar brillo a esos hermosos pisos si no está usted aquí?

Las trampas del corazón - RadioappleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora