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Pov. Katniss


Una tarde, poco después de que Peeta Mellark se despidiera de mí en el aparcamiento del supermercado, al salir del turno de mañana en la cafetería, llegué a casa y vi que Mags estaba sentada en el porche de su casa. Me acerqué y la saludé con alegría.

—¿Un té helado, querida? —preguntó, correspondiéndome con una sonrisa.

Abrí la puerta de su valla y atravesé el jardín hasta los escalones del porche.

—Me apetecería mucho, si puede usted soportar el olor que despido a fritanga.

—Creo que me las arreglaré —se rio—. ¿Qué tal la mañana?

Me desplomé en la mecedora, que incliné hacia atrás, moviéndome para recibir el aire que impulsaba el ventilador que giraba a su lado. Suspiré de satisfacción.

—Bien —repuse—. Me gusta este trabajo.

—Oh, eso está bien —aseguró, entregándome el vaso de té que acababa de servir. Tomé un sorbo agradecida y volví a reclinarme contra el respaldo.

—La otra noche vi que vinieron a recogerte las chicas Scholl. Me alegro de que hayas hecho amigos. Espero que no te importe tener una vecina tan cotilla. —Compuso una amable sonrisa cuando lo dijo, y yo se la devolví.

—No, en absoluto. Sí, las acompañé al otro lado del lago. Nos encontramos con Gale Mellark y pasamos un buen rato con él en The Bitter End.

—Oh, así que vas conociendo a todos los chicos Mellark.

Me reí.

—Sí, ¿hay más?

Ella sonrió.

—No, solo Peeta y Gale. Imagino que Gale es ahora el único capaz de producir una nueva generación Mellark.

—¿Por qué?

—Bueno, no veo que Peeta Mellark salga mucho de su propiedad. Si no tiene citas, no creo que se case con nadie. De todas maneras, no sé demasiado sobre él, solo que no habla.

—Habla —informé—. Yo he hablado con él.

Mags me miró sorprendida de medio lado.

—Vaya... No tenía ni idea. Jamás le he oído decir una palabra.

Sacudí la cabeza.

—Habla con signos —aclaré—. Yo también lo hago. Mi padre era sordo.

—Ah, entiendo. Ni se me había ocurrido. De todas maneras, da la impresión de ser alguien que no quiere tener que ver con nadie, al menos, eso ha parecido las pocas veces que baja al pueblo. —Frunció el ceño.

—Yo creo que nadie ha intentado acercarse a él de verdad —añadí al tiempo que me encogía de hombros—. No le pasa nada malo, solo que no posee muchas habilidades sociales y que es mudo. —Miré por encima de su hombro, recordando el aspecto de Peeta—. Y quizá debería adquirir algunas nociones de moda.

Ambas sonreímos.

—Sí, presenta un aspecto interesante, ¿verdad? Imagino que, si se arreglara, estaría más presentable. Viene de una buena estirpe. En realidad, todos los Mellark han sido siempre muy guapos, casi como actores de cine. —Se carcajeó como una niña.

Tomé un largo trago de té y le pregunté con la mirada ladeada:

—¿No recuerda qué fue lo que ocurrió exactamente con los dos hermanos el día del accidente de Peeta?

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