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Pov. Katniss

Volví a casa pedaleando lentamente. En un momento dado, me di cuenta de que había llegado a mi calle, pero no recordaba nada del trayecto. Había avanzado perdida en una neblina, ajena a todo lo que me rodeaba, centrada solo en mis confusos y doloridos sentimientos.

Cuando la casa apareció ante mi vista, vi una pickup aparcada en la parte delantera y una figura de pie en el porche. ¿Quién demonios...?

Al acercarme más, vi que se trataba de Gale. Me bajé de la bicicleta y la apoyé en la valla. Cogí a Phoebe de la cesta antes de acercarme a él, con una confusa sonrisa en la cara.

—Hola, chica rara —dijo él, dando un paso hacia mí.

Me reí por lo bajo.

—Lo siento, Gale. No trato de ser rara, pero no he podido responder a tus mensajes; he estado muy ocupada. —Me reuní con él justo delante de los escalones.

Se pasó la mano por el pelo.

—No es que esté acechándote. —Me brindó una sonrisa algo avergonzada—. Es que me lo pasé muy bien contigo la otra noche, y dentro de algunas semanas se va a celebrar el desfile del departamento de policía en el pueblo. Habrá fuegos artificiales. Después siempre hay una cena para honrar a mi padre, es un acontecimiento importante para los vecinos... Me gustaría que me acompañaras. —Sonrió—. Por supuesto, espero que volvamos a vernos antes de eso, pero quería asegurarme de que te preguntaba por adelantado lo de la cena. Es importante para mí.

Me mordí el labio sin saber qué hacer. Entonces se me ocurrió que su padre era el hombre que había disparado a Peeta. ¿Honrarlo? ¿Cómo podría hacer tal cosa? No quería hacer daño a Gale, me caía bien. Pero me gustaba más Peeta. ¡Oh, Dios! Sí, era así, en verdad era así. Pero Peeta me había echado de su casa, mientras que Gale estaba haciendo un palpable esfuerzo para pasar más tiempo conmigo. Incluso aunque fuera para ir a un evento al que no me resultaba cómodo asistir. Quise meterme en casa para poder reflexionar sobre ello. Quería estar sola.

—Gale, ¿puedo pensármelo? Lo siento... Es muy complicado para mí..., prefiero...

Un destello de algo que no supe si era irritación o decepción brilló brevemente en su rostro.

—¿Qué te parece si te llamo dentro de un par de días con los detalles y entonces me dices que sí?

Me reí por lo bajo.

—De acuerdo. Hablamos en un par de días.

Él sonrió, bastante apaciguado, y luego se inclinó para besarme, pero volví un poco la cabeza para que sus labios cayeran en mi mejilla. Arrugó el ceño al tiempo que se enderezaba, pero no dijo nada.

—Hasta luego —dije en voz baja.

Me devolvió el saludo con un gesto y luego pasó junto a mí camino de la pickup. Lo observé desde donde estaba: anchos hombros, espalda musculosa y un buen trasero que llenaba muy bien los vaqueros. La verdad era que estaba como un tren. ¿Por qué no sentía ninguna chispa hacia él? Resoplé y entré en casa con Phoebe.

Fui a mi habitación y me acosté; antes de darme cuenta, me había quedado dormida. Cuando me desperté, todo estaba oscuro a mi alrededor. Miré el reloj. Las diez y dieciocho. Había dormido casi toda la tarde y las primeras horas de la noche. Seguramente porque no había descansado bien en la cama de Peeta, demasiado consciente de que él estaba en el salón, al otro lado de la puerta. Gemí al recordar al Peeta, preguntándome qué estaría haciendo en ese momento. Tenía la esperanza de que no se hubiera estropeado lo que había entre nosotros.

Suspiré y me senté. Phoebe entró trotando en la habitación.

—Hola, pequeña —la saludé por lo bajo—. Seguro que quieres salir a hacer tus cosas, ¿verdad?

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