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Una semana había pasado desde ese momento que compartieron una película en la habitación. El día después a eso habían jugado su segundo partido, el cual fue ganado con amplia diferencia, 3 a 0.

Desde entonces, el ambiente entre ellos se había vuelto extraño, cargado de silencios incómodos y miradas que evitaban encontrarse. Julián se había refugiado en la rutina, intentando convencer a su mente de que todo seguía igual, que nada había cambiado, una actitud bastante típica del castaño. Pero cada vez que estaba cerca de Enzo, sentía un nudo en su garganta, su cuerpo reaccionaba ante la presencia del otro, aunque intentara disimularlo.

Por su parte, Enzo había optado por la misma estrategia: actuar como si nada hubiera pasado. Aunque ambos jugaban el mismo juego, esto a Julián lo volvía loco. Las acciones de su amigo lo confundían cada vez más y le comenzaba a agarrar algo de odio.

Era más fácil no hablar de eso, ignorar lo que sea que estaba pasando y dejar que el tiempo se encargara de diluir la tensión. Pero ambos sabían que el silencio no podía durar para siempre. Estaba ahí, en cada entrenamiento, en cada conversación superficial, esperando el momento en que todo explotara.

Por suerte, había sido una semana bastante tranquila respecto a su relación falsa. Los rumores escalaron de tal manera que no hizo falta, durante estos días, hacer nada más. Los representantes de ambos plantearon que apurar las cosas iba a arruinar lo que se estaba creando.

El castaño sentía el corazón en la garganta cuando pensaba en su familia. Ni un mensaje en toda la semana, ni siquiera recibió una felicitación por el buen partido que jugó hace unos días. Enzo le había dicho que deje de pensar en eso, que cambie su actitud y él les demuestre a ellos que hacía lo que quería con su vida. Obvio que Julián no podía, su amigo no lo entiende.

El gimnasio estaba silencioso, salvo por el ruido sordo de las pelotas y las máquinas de ejercicio. Julián respiraba hondo mientras estiraba sus brazos, intentando liberar la tensión acumulada en sus hombros. No podía evitar lanzar miradas a Enzo, que estaba al otro lado de la sala, concentrado en su propia rutina. Mirar al menor todo el tiempo se había convertido en un mal hábito durante la última semana, una necesidad que lo consumía, y lo odiaba.

El problema era que Enzo también lo miraba, o al menos eso sentía. Cada vez que levantaba la vista, parecía que los ojos de su compañero se desviaban en el último segundo, sintiéndose atrapado. Julián intentaba convencerse de que estaba imaginando cosas, pero la tensión persistía y era muy real.

-¿Vamos? -La voz de Enzo lo sobresaltó. Estaba a su lado de repente, sosteniendo una pelota, con una expresión neutral que no revelaba nada. Julián asintió, tragando saliva.

Ninguno podía evitar notar que, ahora, cada movimiento e interacción entre ellos parecía más cargada de significado.

Se dirigieron a la cancha junto a otros compañeros ante la directiva del entrenador. Tenían que practicar algunos pases y Julián quedó como de costumbre, con Enzo.

Pudieron hacerlo sin problemas, a pesar de que ambos intentaban no sostenerse las miradas. El sudor comenzaba a correr por sus frentes, pero Julián sentía que no era solo por el esfuerzo físico.

En un momento, uno de los entrenadores introdujo una nueva actividad que consistía en hacer algunos movimientos difíciles. El castaño no entendía cómo realizarlo y después de varios intentos se quejó a su amigo.

Enzo se acercó para corregir su postura, colocando una mano en su espalda baja, ajustando la posición de sus pies con la suya. El contacto breve hizo que Julián contuviera la respiración. Sentía la presión de los dedos de Enzo a través de la tela de su camiseta, que encima estaba transpirada, una sensación que lo quemaba por dentro.

consecuencias ; julienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora