–¡Martin, despierta! Hemos llegado, amor –le avisó Ruslana, zarandeándole del hombro de forma tan brusca que el vasco pegó tal bote que su mochila salió volando, chocando con el techo del coche de Álvaro.
–Joder, Ruslana. Podrías tener un poquito más de tacto, ¡¿no?! –exclamó.
–¡Así me compraste! –replicó, bajando del coche a toda prisa.
Martin tampoco tardó mucho más en bajar, encontrándose con una cabaña de madera oscura y grandes ventanales que daban al bosque. Se quedó tan ensimismado con la belleza de las enredaderas subiendo por la fachada y las hojas verdes que colgaban de las tejas que ni se percató de cómo sus amigos corrían hacia el interior.
Cuando se quiso dar cuenta, ya habían hecho el reparto de habitaciones. Juanjo y él se quedarían con el dormitorio principal, el más grande y aquel que estaba más a la vista desde el exterior. Se sintió aliviado, cuanto más espaciosa fuese la habitación, más fácil sería estar lejos del aragonés. A la vez se sintió un poco dolido de que sus dos amigas le hubieran dejado tirado a su suerte, pero se le pasó un poco cuando le ofrecieron dormir con ellas si estaba incómodo, e incluso la pelirroja hizo algún comentario acerca de que alguna noche le dejase dormir con el maño. Martin rodó los ojos al escucharla, visiblemente molesto.
Pasaron el día en la piscina cubierta que había en la zona trasera de la cabaña. Tenía una zona de hamacas con un césped asalvajado, que Álvaro le prometió a su familia que cuidaría a cambio de que le dejasen la casa. Al vasco, sin embargo, le pareció que estaba más bonito así: rebelde, crecido y con margaritas blancas y amarillas que crecían aquí y allá. Le parecieron demasiado bonitas como para que alguien las cortara.
Dejó su toalla en el suelo, tratando de no pisar ninguna de las bonitas flores para no acortar aún más su tiempo en aquel césped. Desde allí, pudo ver cómo sus amigos hacían carreras en la piscina, tal y como había estado haciendo él minutos antes, refrescándole con las gotas que salpicaban.
Se relajó tanto que ni siquiera se dio cuenta cuando se quedó dormido, hasta que sintió su espalda más húmeda de lo normal. Abrió los ojos y allí estaba Juanjo, que como tenía que trabajar llegó más tarde con Almudena y Violeta.
– ¿Podemos hablar?
–Estaba durmiendo, no sé si te habías dado cuenta –estaba decidido en ignorarle todo lo posible, pero claramente esto no estaba en los planes del maño.
–Por favor –su tono era bajito, de súplica.
–Después, Juanjo. Tengo sueño –protestó, volviendo a cerrar los ojos y girando la cabeza con intención de evitarle.
El mayor rodó los ojos pero lo dejó estar por el momento, y Martin se apuntó un punto mentalmente por conseguir que, por una vez, no se saliera con la suya.
[...]
Le evitó el resto del día, y cuando llegó el momento de la ducha se encontró a sí mismo acordándose de Gabriel. Abrió el grifo, cerró los ojos y se dejó llevar pensando en él. En Gabriel y sus ojos azules, en sus cejas depiladas, en su pelo perfectamente planchado, en sus labios rosas. Apoyó una de sus manos en la pared que tenía enfrente y frunció el ceño. Rosas, aunque menos que los de Juanjo. También más delgados y definitivamente menos bonitos. Dios, ¡cómo le gustaban esos labios! Y qué bien que le quedaba el pelo revuelto al quitarse el casco y al salir del agua, y qué profundos que eran sus ojos, ¡le encantaba verse reflejado en ellos! Nunca se había sentido tan deseado como cuando él le miraba, o cuando sus manos le tocaban por debajo de la camisa. Martin podría jurar que nunca, jamás en todo lo que llevaba de vida, había sentido algo así. Si el infierno existía, definitivamente era mucho más frío que el tacto de las manos de Juanjo sobre su piel.
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quédate en madrid
FanfictionEsta es la historia de cómo dos personas encuentran en la intimidad de la pequeña -aunque a veces gigante- distancia que separa sus balcones una vía de escape.