Otra semana se fue. Ya eran mediados de octubre y las hojas recubrían las callejuelas del centro de la capital. No debió sorprenderles tanto como lo hizo que comenzase a chispear. Debieron ser más previsores, no tenían paraguas y llevaban consigo dos cafés en envase de cartón de una pequeña cafetería local en la que desayunaron esa mañana, queriendo despejarse del desastre de vidas que llevaban.
Corrían calle abajo buscando dónde refugiarse de la lluvia que cada vez apretaba más, tapándose como podían con unos periódicos que encontraron en un quiosco que hacía esquina. Entre todo el jaleo que estaba siendo el momento, a Martin le pareció escuchar el rugir de un motor que le resultaba a partes iguales irritable y familiar e hizo que se parase en seco.
– ¡Martin! ¿Qué haces? ¿Por qué paras?– Ruslana tardó unos segundos en darse cuenta de que su amigo se había quedado atrás. Fue cuando se giró que se fijó en la figura de Juanjo. En una camiseta negra ajustada de tirantes a pesar del frío, unos vaqueros anchos desgastados y el casco blanco con vetas negras que solía llevar cuando conducía. La pelirroja, embobada, se puso al nivel de su amigo.
– ¿Necesitas que te lleve a algún sitio?– Martin no sabía por qué, pero sentía que esa pregunta iba más para él que para su amiga, pues a pesar de que la miraba a ella todo su lenguaje corporal se dirigía a él.
Ruslana le miró, como pidiéndole permiso con la mirada para irse con él, y el vasco decidió ignorar eso dentro de él que le decía que la pregunta iba no iba para ella. El maño ya se había bajado para alcanzar el otro casco, guardándolo bajo el brazo.
– Ve con él, yo cojo el metro– la pelirroja intentó ocultar el brillo de sus ojos, pero el castaño la conocía demasiado.
– ¿Seguro?
– Sí, está aquí al lado. Tranquila, ve– dejó un beso en su mejilla– Gracias por llevarla.– esta vez se dirigió al maño, que le dedicó una sonrisa honesta y un guiño, antes de bajarse la visera.
Martin se alejó, escuchó como el moreno le decía a su amiga que se subiera antes de que empezase a diluviar, que podía ser peligroso. Sintió un pellizco en su estómago, que atribuyó al miedo por dejar a su amiga en sus manos. Sabía que había algo más pero no quiso indagar en ello.
Sacudió ese pensamiento y se colocó sus cascos, sintonizando 'Quiero Pero No ' de Amaia a todo volumen, y tras subirse la capucha continuó su camino. Podría haber cogido el metro pero prefirió ir andando. La lluvia le empapaba e inspiraba a partes iguales y creyó que aquello le ayudaría a aclararse las ideas.
[...]
Otro casting fallido. Otra mancha en su historial. Martin no sabía cuánto tiempo podría soportar aquello. Estuvo dos días llorando sin salir de la cama. Sus amigas estaban tan preocupadas que ya no sabían cómo sacarle de allí. Chiara no pisó su piso desde que Ruslana le dijo que Martin necesitaba su apoyo. Ni siquiera durmió con ellas como solían hacer cuando estaban los tres allí, y mucho menos supo de Juanjo. Sólo habló un par de veces con Gabriel, que intentó consolarle diciéndole que su padre conocía a alguien que podría ayudarle allí, en Francia. Martin rechazó la oferta. Se lo agradecía, de veras que sí, pero Gabriel simplemente no comprendía que él quería ser reconocido por su talento, y no por ser 'novio de' o 'conocido de'.
La prueba fue el jueves, y el sábado sus amigas se cansaron de verle hecho un trapo y decidieron que necesitaban animarle. Por ello, cuando Ruslana recibió una invitación de Juanjo para ir a su casa la rechazó, pensando en proponer hacer algo los tres amigos juntos.
– Arriba Martin, nos vamos de cerves– gritó la pelirroja entrando de sopetón en la habitación e irrumpiendo el silencio.
– No me apetece– respondió el menor sin siquiera mirarla a los ojos.
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quédate en madrid
FanfictionEsta es la historia de cómo dos personas encuentran en la intimidad de la pequeña -aunque a veces gigante- distancia que separa sus balcones una vía de escape.