capítulo 15. espresso

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Chiara subió corriendo al escenario a abrazarle con lágrimas en los ojos, susurrándole al oído lo bien que lo había hecho. Él, sin embargo, no era capaz de concentrarse en lo que le decía, incapaz de apartar la mirada de Juanjo, que se había levantado y se acercaba poco a poco al principio de la sala. Se mantuvieron la mirada hasta que notó una mano en su hombro.

Era Abril, que con los ojos rojos le arrancó de los brazos de la morena para arroparle en los suyos.– Bienvenido– le dijo ahora tomándole de las manos, arrancándole una sonrisa que hacía días que nadie conseguía ver.– Estoy deseando ver qué tienes por ofrecernos, querido– la sonrisa se tornó forzada al escuchar ese apodo. Querido (chéri) es como le solía llamar Gabriel hasta que él decidió tirarlo todo por la borda. Antes de que pudiera torturarse más, Violeta y Chiara comenzaron a gritar de la emoción, arrastrándole a ese estado de euforia colectiva.

En medio de todo ese caos, Juanjo le alcanzó la mano y tiró hacia él para poder hablarle bajito al oído.

– Enhorabuena, bonito– a Martin se le erizó la piel al notar su aliento tan cerca después de tanto tiempo. No se atrevió a buscar sus ojos para responder, temiendo meter la pata y perder esa cercanía de un momento a otro.

Antes de que fuese capaz de encontrar la valentía para responder, la pelirroja pasó cada uno de sus brazos por uno de los hombros de los chicos, quedando ella en el medio con una sonrisa enorme.

– Vamos, venga, que conozco una cafetería muy chula por aquí donde podemos celebrarlo.

– No sé si me apetece– se excusó el vasco.

– Darling, you've got no choice– se apresuró a decir Chiara, entrelazando sus brazos y tirando de él hacia la puerta.

Las chicas estaban en su propia burbuja, caminaban por delante de los otros dos hablando enérgicamente sobre sólo Dios sabe qué. Al contrario que los chicos, que guardaban un silencio sepulcral. La tensión podría cortarse con un cuchillo, el menor miraba al suelo intentando evitar a toda costa el contacto visual que tanto parecía buscar el contrario. La última vez que se vieron se besaron y no habían tenido oportunidad de hablar de ello, pues el vasco se aseguró de ello, y Juanjo necesitaba al menos una señal que indicase que todo estaba bien entre ellos. Entendería si el contrario se arrepintiera, pero que le evitase de esa manera le estaba afectando más de lo que le hubiera gustado. Para cuando llegaron al lugar, aún no había encontrado ninguna excusa para hablarle.

Se sentaron en una mesita coqueta, con una maceta con flores rosas y lilas que hacía de centro. Las dos chicas se situaron una al lado de la otra, por lo que Juanjo retiró su silla para que se sentara frente a Chiara. Martin musitó un gracias y, sin más opción, tomó asiento. El camarero no tardó mucho más en llegar a tomarles nota y, por alguna razón, a Martin se le hizo extrañamente familiar.

– ¿Lo de siempre?– preguntó, dirigiéndose a la andaluza, que asintió con una sonrisa en los labios. – Y tú también, asumo– esta vez se dirigió al maño.

– No, hoy tomaré lo que tome él– respondió, señalando con un gesto de su cabeza al castaño.

– Anda, ¡pero si es el escapista!– fue en ese momento que el vasco le reconoció, era el chico que encontró en casa de su vecino el día que durmió allí. Trató de esconder su incomodidad, evitando las miradas acusatorias de sus amigas.

– ¿Os conocéis?– se atrevió a preguntar la pelirroja.

– Alguna vez hemos coincidido, sí– se apresuró a decir, evitando entrar en detalles que podrían tornar la conversación incómoda– Yo un café con leche de almendras, con mucho café y poca leche, por favor– le pidió con una sonrisa inocente. Si el mayor estaba tratando de impresionarle, le haría pasarlo un poquito mal, le haría pagar por su descaro.

quédate en madridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora