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El silencio en la sala de interrogatorios se volvió insoportable. Russell sabía que había llegado a un punto de no retorno. El sudor perlaba su frente, y sus manos se aferraban a los bordes de la mesa, como si quisiera escapar, pero no había salida. Finalmente, soltó un suspiro pesado y habló, con la voz cargada de resignación.

—Nunca debió llegar a esto —comenzó Russell, su mirada fija en la mesa frente a él—. Pero Aidan nunca dejó de insistir. Ese chico... no se rindió, a pesar de todo.

Ryan y Dante intercambiaron una mirada rápida, sabiendo que Russell estaba a punto de derrumbarse.

—¿Qué fue lo que realmente ocurrió? —preguntó Ryan, manteniendo la calma en su voz, aunque por dentro estaba tenso.

Russell cerró los ojos, como si buscara las palabras en la oscuridad de sus pensamientos.

—Mi esposa y yo... teníamos problemas. Nada inusual al principio, pero las cosas se complicaron. Una noche, ella había salido de viaje. Dijo que regresaría en cuatro días, así que organicé una cena e invité a Lilia Albidone, quien era mi amante en ese momento. Pero mi esposa regresó antes de lo que esperaba. Nos sorprendió en la cama, y se volvió loca. Agarró un cuchillo y trató de herir a Lilia. Yo la detuve, pero los forcejeos nos llevaron al pasillo. El cuchillo resbaló, y Lilia lo agarró. No hizo nada, pero yo...

Dante lo interrumpió con dureza:

—¿Qué hiciste, Russell?

El hombre tragó saliva, y por un momento, parecía que no podría continuar. Pero al final, cedió:

—La empujé, y el cuchillo se clavó en su estómago. Cayó mal... su cabeza golpeó el borde de la pared. No se movió más. Entré en pánico. No sabía qué hacer.

Ryan se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en Russell.

—Entonces Lilia me ayudó a esconder el cadáver. Salí de la casa para deshacerme del cuchillo, y fue entonces cuando vi a Aidan frente a mi casa, confundido. Días después, me deshice del cuerpo, pero Lilia me llamó por teléfono. Dijo que su reloj se había quedado en la casa. Lo busqué, pero no lo encontré, al igual que la carta que había escrito confesando mi crimen. Supuse que alguien había entrado.

Ryan, manteniendo la calma, mostró unas imágenes.
—¿Sabía que Aidan encontró la carta y el reloj? —dijo Ryan, mostrando las pruebas.
Russell asintió, con la mirada perdida.
—Sí, lo supe cuando me notificaron que me había denunciado -dijo con resignación.
—Lamentablemente, la denuncia nunca fue procesada —dijo Dante, con un tono de tristeza.
En ese momento, el tío de Dante, que había estado observando en silencio, intervino con voz firme:
—Todo lo que dijo Aidan es mentira. Mi cuñado sería incapaz de asesinar.
Ryan lo miró con frialdad antes de responder:

—Usted cállese. Sabemos que ayudó a encubrirlo. Usó las cuentas bancarias de la difunta señora para hacer creer a la policía que se había ido a Francia y había abandonado a su esposo, cuando la realidad fue muy distinta -dijo Ryan, con determinación—. Y además, fue cómplice del secuestro de Alizze Campbell.
El tío de Dante abrió los ojos con sorpresa, intentando esconder su culpabilidad. Ryan y Dante lo observaban detenidamente, esperando que alguna grieta en su compostura delatara más secretos.
Dante, aprovechando la tensión del momento, agregó:
—Han jugado con la vida de demasiadas personas. No tienen idea de las consecuencias de sus acciones. Pero les aseguro que pagarán por cada uno de sus crímenes.
Russell bajó la cabeza, consciente de que su destino estaba sellado. El tío de Dante, sin embargo, seguía luchando internamente, buscando
desesperadamente una forma de escapar de la situación.

—¿Por cierto porque secuestraron a Alizze Campbell?.-preguntó Dante de la nada.

-preguntó Dante de la nada

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Durante la Tormenta [Aidan Gallagher]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora