El sol se alzaba sobre el complejo olímpico, bañando la arena y los edificios con un brillo dorado que parecía, en contraste con la atmósfera interna, casi irreal. La rivalidad entre Inglaterra y Canadá se había convertido en una presencia tangible, una sombra que se extendía más allá de las competiciones y se infiltraba en cada rincón de nuestras vidas. El ambiente estaba cargado de una presión que se hacía sentir en los entrenamientos, en los vestuarios y, por supuesto, en nuestra relación.
Me desperté con el sonido estridente del despertador, la ansiedad ya latía en mi pecho antes de que mis pies tocaran el suelo. La mañana prometía ser un desafío, no solo por la competencia que enfrentaría con Pakal, sino por la creciente distancia emocional entre Sophie y yo. La rivalidad entre nuestros equipos estaba alcanzando un punto crítico, y la presión que sentíamos, tanto en el campo de juego como fuera de él, estaba comenzando a manifestarse en nuestras interacciones.
La mañana comenzó con un desfile de medios y entrenadores que estaban ansiosos por seguir cada detalle de la preparación. Mientras me preparaba para la competencia de saltos, me sumergí en la rutina que había realizado tantas veces. Cada salto, cada giro y cada aterrizaje debían ser perfectos. Pakal, mi caballo, parecía sentir la tensión en el aire, y nuestros movimientos, aunque sincronizados, estaban cargados de una nueva energía, una energía nerviosa.
El Palacio de Versalles, con su grandeza imponente, se convirtió en el escenario de una competencia crucial. Al llegar al recinto, no pude evitar notar el ambiente enrarecido. Los comentarios afilados de los rivales y las miradas desafiantes se estaban convirtiendo en una constante. La rivalidad estaba en su punto más alto y, a pesar de mi enfoque en la competencia, no podía dejar de pensar en cómo esto le estaba afectando a Sophie.
A medida que me preparaba para salir, la competencia de Cross Country estaba en pleno apogeo. La pista estaba llena de obstáculos, y cada jinete se enfrentaba a su propia batalla personal. Cuando vi a Sophie en la grada, noté que estaba rodeada de gente que, por casualidad o por intención, parecía más interesada en la rivalidad entre los equipos que en el evento en sí. Las miradas furtivas y los murmullos despectivos entre los competidores canadienses no pasaron desapercibidos.
La competencia en sí fue una de las más intensas que había vivido. Pakal y yo, inmersos en nuestra rutina, respondimos a cada desafío con precisión. La carrera fue una mezcla de velocidad y estrategia, y el campo estaba lleno de espectadores animados y críticos. El aire estaba cargado con la tensión de los equipos rivales, y cada salto parecía amplificar el peso de las expectativas.
Finalmente, después de una serie de saltos impresionantes y maniobras perfectas, cruzamos la línea de meta. El público estalló en vítores, y la medalla de oro fue nuestra. Mientras recibía el reconocimiento, el pensamiento de Sophie me llenaba de un nuevo tipo de presión. La rivalidad no solo estaba afectando el ambiente en el campo, sino también nuestra relación personal.
El ambiente en la cena de gala fue un reflejo sombrío de la rivalidad. Las mesas estaban llenas de atletas y entrenadores que intercambiaban comentarios agudos y miradas desafiantes. La atmósfera era una mezcla de celebraciones forzadas y tensiones subyacentes. Me senté con mi equipo, pero mi mente estaba en otro lugar. Pensaba en Sophie y en cómo la rivalidad estaba empezando a hacer una constante en nuestra relación.
Cuando la noche llegó a su fin, la llamada de Sophie llegó justo a tiempo para salvarme de esos pensamientos intrusivos que solo salen en la noche cuando no tienes a nadie a tu lado. Su voz en el teléfono estaba cargada de emociones.
—Lucas, la presión es tan intensa. Cada día se siente como una lucha constante. No sé cómo manejar esto. —su voz estaba llena de cansancio, frustración y hasta rastros de que había llorado—. La rivalidad está afectando todo, incluso nuestra relación. Me duele verte tan distante y que yo no me pueda acercar a tí sin una mirada retadora en todo el equipo.
Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el estómago. Intenté tranquilizarla, pero sabía que no era suficiente, necesitabamos vernos de nuevo, estar cerca de nuevo. La tensión y la rivalidad estaban creando una grieta entre nosotros que parecía difícil de reparar. La promesa de apoyo mutuo era una forma de mantenernos unidos, pero no podía evitar sentir que la distancia entre nosotros estaba aumentando.
El día de la final de gimnasia rítmica se levantó con una intensidad que se sentía en cada rincón de la villa olímpica. La rivalidad estaba en su punto máximo, y el ambiente se había vuelto una olla a presión. Ver a Sophie prepararse para la competencia era un recordatorio constante de la presión que ambos estábamos enfrentando. La preocupación en su rostro y la manera en que se movía, con una gracia cargada de tensión, era un testimonio de cuánto estaba luchando.
Cuando Sophie salió al escenario, mi corazón estaba en la garganta apunto de salir. Cada movimiento que realizaba era una danza entre la elegancia y desafío. Observé cómo manipulaba la cinta con una habilidad que parecía desafiar la gravedad. Cada giro, cada salto, estaba cargado de una pasión y una precisión que reflejaban no solo su habilidad, sino también el esfuerzo que había puesto en su entrenamiento.
Mientras veía su rutina, no pude evitar pensar en el esfuerzo y la dedicación que había puesto en cada ensayo. Cada vez que giraba, cada vez que realizaba un salto perfecto, sentía una mezcla de orgullo y ansiedad. La forma en que se movía, con una gracia casi etérea, era un recordatorio de por qué la amaba tanto. Sus movimientos eran poesía en movimiento, una manifestación de su habilidad y su amor por el deporte.
Cuando los jueces anunciaron su victoria, el estallido de alegría en el estadio fue abrumador. Vi cómo Sophie corría hacia mí, y en ese momento, todas las tensiones y presiones parecieron desvanecerse. Su abrazo estaba lleno de una emoción cruda, y el ramo de girasoles que le entregué parecía ser el símbolo perfecto de la alegría que sentía por ella. A pesar de la rivalidad y la presión, en ese momento, solo importaba la felicidad que compartíamos.
La noche se cerró con una promesa silenciosa entre nosotros. Sabíamos que la rivalidad y la presión seguirían siendo parte de nuestras vidas, pero también sabíamos que, a pesar de todo, nuestra relación era una fuente de fortaleza. Mientras nos abrazábamos bajo las luces de la villa olímpica, sentí que el amor que compartíamos era lo que nos mantenía en pie, incluso en medio de la creciente tensión.
La distancia que nos hacían pasar nuestras naciones, equipos y hasta los propios entrenadores eran sentencia mortal para nuestra relación, pero como podría estar yo dispuesto a dejarla si ella era la responsable de mis motivaciones, de mis esfuerzos, de mis desvelos e incluso una de las razónes para levantarme temprano todas las mañanas. La distancia no me podría separar de Sophie, total. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
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Un Amor Olímpico
JugendliteraturEn las olimpiadas de París 2024 dos atletas de alta gama se conocen . Él es un atleta de salto ecuestre Británico y ella una gimnasta Candiense. Los dos atletas de las mejores naciones en las competiciones deportivas se conocen el día de la inaugura...