Hermosa eternidad

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XLIII

/K. Ichigo/

A lo largo de mi vida varios alfas intentaron cortejarme o mostraron su interés por mi de una u otra forma y debo decir, que aunque fue un diminuto puñado, me atreví a darle mi atención a un par, más inclinado por la insistencia de aquellos que me rodeaban que por decisión propia, pero como era de esperarse odié cada segundo de ello. Siempre había algo mínimo, un gesto, un comentario, una mirada lasciva, lo que fuera que hacía alarmas en mi cabeza sonar y me provocaban ponerme en extremo a la defensiva y alejarme de inmediato.

Será que fui criado de cierta manera, a pesar de que mi padre era un chiflado y un payaso, si algo recuerdo bien es que trataba a mi madre cómo si ella fuera un ángel. A sus ojos mamá no era capaz de mal alguno y estoy seguro que aunque pudiera, mi padre le perdonaría todo. Después de todo, la adoraba a morir y ella en respuesta lo amaba por igual y la prueba fue que fueron felices cada día y tuvieron montones de cachorros.

Entonces, tras haber crecido de esa forma, me resultó natural el jamás conformarme con nadie que no estuviera dispuesto a bajar el cielo y las estrellas para mi. Admito que había veces que inclusive yo pensé que mi criterio sería excesivo ya que la mayoría de alfas eran arrogantes y ellos eran los que buscaban ser idolatrados, pero en una ocasión, mi madre charló conmigo y me dijo que no tuviera miedo.

Lo hizo mientras me miraba a los ojos y acariciaba mi cabello, sosteniendo que algún día conocería a la persona indicada y aunque le pregunté cómo sabría si era el correcto, ella dijo que en criaturas de nuestra naturaleza todo se basaba en instintos y sentidos. Que así como esos impulsos me alejaban de absolutamente todos, también algún día me empujarían a los brazos de alguien especial.

Alguien a quien no le costaría amarme y entregarme todo de sí y en su lugar le resultaría fácil encajar conmigo. Inclusive me contó, quizás apelando a mi lado sentimental y joven de aquel entonces, que aunque muchos lo creían historias tontas, ella sostenía que existían parejas destinadas, hechas perfectas a la medida de la otra persona y que era algo que iba más allá de la lógica porque al final del día, cuando se trata de amar, el corazón jamás entiende de razón.

Recuerdo bien que le creí y que esa noche imaginé cómo sería la vida con alguien hecho para mi, el paraíso pensé, un hombre a mi medida. Uno que me comprendiera, que me amara con fuerza y por lo alto, no alguien tímido, sino alguien que no temiera decirme lo que hay dentro de él y tampoco el pelear por mi. Una persona en la que encontrar alegría y consuelo y con suerte, algo duradero e incondicional.

Un sueño.

Sin embargo, los años pasaron, la vida adulta me llegó severa e imponente con la responsabilidad y con las ansias por volverme fuerte. Así que conocí la crudeza del mundo, ese dónde más veces que no, muchos alfas me hicieron apretar los puños del coraje y desear gritar porque era agotador tener que probar mi valía, tener que mostrar que era igual o más fuerte que ellos, que era más de lo que el mundo veía en mí.

Supongo que me volví cínico, será que no me podía dar el lujo de mostrar debilidad alguna, no después de haber trabajado tanto para llegar lejos. Tenía que mostrarme duro, siempre fuerte e inquebrantable mientras caminaba a la oficina central con mi ropa pulcra intentando imitar la postura seria y ruda de un alfa.

De algo que no era y que jamás desearía ser, pero que se convirtió en mi única forma de sobrevivir.

Un omega que siempre dijo que las dinámicas no importaban en el cumplimiento del deber y el mismo que miraba de reojo y en silencio a las parejas y familias con cachorros por las calles. Un omega que por mucho tiempo alzó su dinámica, pero también huía de su propia naturaleza por miedo a ser controlado. Un omega que se dormía con lágrimas en los ojos, mismas que se limpiaba con coraje porque no se suponía que se tenía que sentir así.

Dragón Rojo (Omegaverso/GrimmIchi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora