Princesa de jade

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XXVII

/Grimmjow J./

Siempre supe los riesgos que implicaba el mantener una posición como la mía. Después de todo, tras el peligro se levanta el poder y la supremacía por sobre los demás, por lo que era obvio que tarde que temprano muchos ambicionarían lo que tengo. Y aunque estoy molesto por la osadía, la verdad es que me cuesta ocultar la satisfacción que siento porque más allá de las heridas, mis enemigos me lo están dejando muy fácil, son descuidados y eso se prestará para que termine con ellos.

Aunque además de planear la caída de mis adversarios, el descanso me dio tiempo para pensar y hacer mi mente volar. Entre tantas historias que mi madre me contó cuando era un niño recordé una que nunca me gustó. Se trataba del amor prohibido que sentía un dios dragón por la princesa de jade, la hija del emperador que gobernaba los cielos y la tierra.

Se dice que el dragón no pudo evitar enamorarse de la princesa no sólo por su belleza, sino también por lo amable y gentil que era con él a comparación del resto de dioses que le temían y lo repudiaban por su fiereza y hostilidad.

En cambio la princesa siempre le concedía su gracia, favor y afecto; y ante ello y tras jamás haber conocido lo que era el amor verdadero, el dragón sintió la necesidad de poseer a la mujer aún si eso conllevaba la ira de los cielos y la tierra.

Así que una noche se robó a la princesa y ascendieron juntos al punto más alto en las nubes, dónde creyó que nadie podría encontrarlos. Sin embargo, el emperador pronto se anunció lanzando sus rayos y ante el pánico de perder a su gran amor el dragón lloró, pero también devoró a la princesa.

Primero su corazón, luego su cuerpo y finalmente su alma.

El dragón fue castigado y cuando renació vagó por la tierra sin recuerdos y con un hambre infinita, una que no se saciaría a menos que consumiera a la persona que más amaba. Creyeron que eso lo haría escarmentar, pero para su sorpresa, aunque ahora mortal, el dragón elegía volver a alimentarse una y otra vez, vida tras vida prolongando su pérdida, pero también su dicha porque cada que devoraba a su gran amor al menos por un momento siempre serían uno solo entre el cielo y la tierra.

Nunca le encontré sentido a esa historia, ¿Por qué alguien lastimaría a la persona que más ama? O al menos eso creí hasta que conocí a Ichigo y entonces, ese vacío que sentí toda mi vida se llenó con su sola presencia, pero la sensación no duró porque sigo teniendo hambre, siempre quiero más de él, todo de él, sólo de él.

Tengo tanta hambre de vivir, de amarlo y poseerlo que no pude evitar empezar a devorarlo. Aquel día entre sus brazos sabía que no moriría, pero al ver las lágrimas en sus ojos supe que no había vuelta atrás para ninguno, por lo que di la primera mordida y me apropié de su corazón. Sé que no quería dármelo, cada día luchaba por evitar amarme y aún así lo empujé hasta acorralarlo y obligarlo a entregármelo.

Puedo parecer perverso, pero si estoy seguro de algo es que tengo el cielo sobre mi cabeza, la tierra a mis pies y que Ichigo nació para ser amado por mí. Por lo que no me arrepiento de nada, porque volvería a hacerlo, usaría cualquier artimaña para hacer que ese gentil y hermoso omega se quede siempre a mi lado. Sin mencionar que confirmé que él me da fuerza y hace surgir en mí algo que creí haber perdido hace mucho tiempo y que he mantenido oculto del mundo, aunque supongo que eso se resolverá a su debido tiempo.

Con ello, tras fingir estar débil un par de días en los que me dejé cuidar hasta el exceso por él, finalmente di el gran paso de llevármelo conmigo. Si bien el pretexto fue que necesito afianzar alianzas concernientes al Dragón Imperial, la verdad es que necesitaba algo de tiempo juntos en un lugar alejado de Hong Kong, para poder amarnos con fuerza y quizás, huir momentáneamente de aquello que aún no queremos enfrentar.

Dragón Rojo (Omegaverso/GrimmIchi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora