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Capítulo 2: La Fuga

Pocos minutos antes de que la terrible noticia sacudiera a Roma, Leon, el joven príncipe, se encontraba jugando despreocupadamente con algunos niños del pueblo. A pesar de su linaje noble, aún era lo suficientemente joven como para  estar completamente atado a las responsabilidades que le aguardaban como heredero al trono.

—¡Eres lento! —rió uno de los niños mientras corría para escapar de Leon.

—¡Ven aquí, mocoso! Si te atrapo, te haré cosquillas hasta que llores —bromeó el príncipe, fingiendo no poder alcanzarlo para darle al niño su momento de gloria. Mientras tanto, los padres del niño, unos humildes comerciantes de verduras, los observaban desde la distancia divertidos por la escena.

Todo parecía tranquilo y normal, ¿verdad?

De repente, un sonido profundo y ensordecedor resonó el area, apagando las risas y silenciando la ciudad. El eco de los cuernos de alarma se propagó rápidamente por las calles, congelando a todos en su lugar. Era una señal que los romanos conocían demasiado bien; no era el aviso de un simple incendio o disturbio, sino el anuncio de que el enemigo estaba prácticamente a las puertas de Roma. El temor que había estado al acecho en los corazones de la gente se volvió una realidad palpable.

—¡GENTE, ESCÚCHENME! —gritó el mensajero con una voz tan alta y autoritaria que inmediatamente captó la atención de todos, incluida la de Leon—. ¡LOS MARCOMANOS! ¡VIENEN POR ROMA! ¡TOMEN LO QUE PUEDAN, OBJETOS DE VALOR, COMIDA, ROPA, LO QUE SEA! ¡HUYAN!

El terror se apoderó de la multitud al oír el nombre de los marcomanos, y el caos estalló en cuestión de segundos. Los ciudadanos, impulsados por el pánico, comenzaron a correr en todas direcciones, tratando desesperadamente de salvar sus vidas y las de sus seres queridos. Para Leon, que nunca había presenciado un espectáculo tan aterrador, fue como si su mundo se estuviera desmoronando.

—¿Qué está pasando…? —murmuró Leon, con los ojos muy abiertos, el miedo empezando a apoderarse de él.

—¡Hijo, vámonos! —gritó la madre del niño con quien Leon había estado jugando, tratando de reunir a su familia en medio del tumulto.

El joven príncipe, sacudido por el caos que se desataba a su alrededor, recordó de repente a su padre y su responsabilidad.

—¡Padre! —exclamó Leon, despertando de su aturdimiento, y comenzó a abrirse camino hacia el palacio real.

Pero la masa de gente frenética le impedía avanzar. La multitud se movía en todas direcciones, chocando contra él, separándolo cada vez más de su objetivo. Justo cuando parecía que sería arrastrado por la corriente humana, sintió unos brazos fuertes que lo sujetaron y lo arrastraron fuera del casino. Era Bo.

—¡Bo! ¿Dónde está mi padre? —preguntó Leon con desesperación, esperando una respuesta que calmara su creciente angustia.

—Tu padre se está preparando para defender Roma —respondió Bo, su rostro tan serio como la situación lo requería.

—¿Qué? ¡Pero los enemigos son demasiados! ¡No podrá solo! ¡Tengo que ayudarlo! —insistió Leon, su corazón acelerado por la urgencia de la situación.

—Ser emperador no es solo gobernar a tu pueblo, Leon. Eso deberías saberlo. Tu padre nos ha ordenado llevarte a un lugar seguro —dijo Bo, sin cambiar su expresión.

—¡Aún no, necesito ver a mi padre! —gritó Leon, escapando del agarre de Bo y corriendo hacia el palacio, dejando al indigeno americano suspirando de frustración.

El Último Emperador [Leondy]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora