Capítulo 4: El Inicio de un Largo Viaje
Después de una noche fría y desolada, Leon se despertó en la cabina real, tendido en un lecho cubierto de pieles y mantas. Aunque el calor de estas lo envolvía, el manto de tristeza que lo había consumido desde su partida no lo abandonaba. La oscura realidad de lo sucedido la noche anterior seguía pesando sobre él como una losa imposible de mover. Su padre, seguramente muerto defendiendo Roma, se había sacrificado por su imperio y su familia. Esa pérdida era una herida demasiado profunda para que el joven príncipe pudiera asimilarla. No solo era una cuestión de duelo; era la devastadora realidad de un joven enfrentando el destino que le arrebataba a su protector.
El barco navegaba en un profundo silencio. Bo, comprendiendo el dolor que Leon estaba atravesando, había ordenado a la tripulación que no lo molestaran. Sabía que el joven príncipe necesitaba procesar su tristeza en soledad. La tripulación, respetuosa de su luto, trabajaba en silencio, moviendo los remos en perfecta sincronía, pero de forma amortiguada por la calma del Tíber y el viento suave, que parecía acompañar el pesar de su joven líder.
Leon se sentía atrapado en un abismo de tristeza. Cada recuerdo de su padre, cada palabra y gesto que compartieron, ahora lo herían como punzadas en el alma. La culpa lo devoraba lentamente, sintiendo que debía haber hecho algo más, debía haber estado con él hasta el final. Pero no le habían permitido esa oportunidad, dejándolo con un vacío profundo e insostenible.
En medio de su tormento, su mirada recayó en la bisaccia (mochila antigua) de cuero que su padre le había entregado antes de partir. Por primera vez desde entonces, sintió la necesidad de abrirla. Hasta ese momento, el dolor lo había paralizado, pero ahora, una mezcla de temor y curiosidad lo empujaba a descubrir qué guardaba su padre para él.
Con un suspiro, se incorporó lentamente y tomó la bolsa. Desató la cuerda que la cerraba y comenzó a sacar su contenido con cuidado. Lo primero que encontró fue un diario de cuero, con páginas en blanco que esperaban ser llenadas. Junto con él, había un cálamo, una caña afilada en un extremo, utilizada por los romanos para escribir, y un pequeño tintero de bronce con tinta negra, formulada para que las palabras escritas perduraran con el tiempo. Además del diario, encontró un pequeño bolso de cuero que contenía algunas monedas de oro, probablemente para cubrir necesidades urgentes. También había un mapa detallado del imperio que mostraba las rutas hacia las provincias y más allá.
Sin embargo, lo que más llamó su atención fue un pequeño objeto envuelto cuidadosamente en un paño fino. Leon lo desenvolvió con manos temblorosas, revelando una llave de bronce antigua. No comprendía el significado de este objeto, pero pronto su atención se desvió hacia otro elemento dentro del paño: un retrato. En la pintura, aparecían su padre, él mismo cuando era un niño, y su madre, embarazada de su hermana. Era un retrato familiar que no había visto en años.
-Papá... -susurró Leon mientras las lágrimas comenzaban a acumularse nuevamente en sus ojos. Apretó el retrato contra su pecho, como si aferrarse a ese recuerdo pudiera evitar que la memoria de su familia se desvaneciera por completo.
El tiempo parecía haberse detenido en esa pequeña cabina mientras Leon se hundía aún más en su dolor. Bo, ahora al mando del barco, se movía con autoridad por la cubierta, supervisando cada detalle del viaje. Se aseguraba de que todos los hombres cumplieran con sus turnos y de que el barco se mantuviera en curso hacia Egipto. Bajo su liderazgo, la nave avanzaba de manera constante, cortando las aguas con un propósito firme, aunque silencioso. Tras verificar que todo estaba en orden, Bo guardó el mapa en un armario junto al cofre que el emperador le había confiado. Aunque la tentación de abrirlo lo acosaba, sabía que su contenido era para Leon, quien lo abriría cuando estuviera preparado, o cuando llegaran a Egipto.
La noche comenzaba a caer una vez más, y mientras las estrellas emergían en el cielo, Leon sentía que la tristeza lo asfixiaba.
Por eso, decidió salir de la cabina para despejarse y caminó hacia la proa del barco.Al quedarse allí, observaba las aguas oscuras del río, buscando perderse en el constante movimiento de las olas. El susurro del agua y la tranquilidad del entorno contrastaban con el caos que sentía por dentro.
Bo, al notar que Leon no estaba en la cabina, fue a buscarlo. Y al encontrarlo en la proa, observando las agua, se acercó con cautela. El silencio entre ambos era palpable, roto solo por el murmullo del río y el crujir del barco al desplazarse.
-Ni se te ocurra tirarte -dijo Bo, apoyándose en el borde del barco, intentando romper la tensión con un tono serio, aunque con un leve tinte de humor.
Leon lo miró de reojo, con una mezcla de cansancio y amargura en su rostro.
-Sería patético si lo hago, ¿no crees? -respondió con desdén, volviendo su mirada al horizonte.
-Lo serías -dijo Bo, intentando ser gracioso. Sin embargo, se dio cuenta de inmediato de que no era el momento adecuado y dejó escapar un suspiro.
Tras una pausa, Bo decidió ir al grano.
-Tu padre me ordenó llevarte lejos de Roma por un tiempo. Tenemos demasiados enemigos ahora, y será más seguro para ti estar lo más lejos posible de aquí -dijo Bo, observando con cuidado la reacción de Leon.
El joven príncipe lo miró con escepticismo.
-¿A dónde vamos? Si casi todos son quieren muertos -preguntó Leon, con evidente frustración en su voz.
-A Egipto -respondió Bo, sin rodeos.
-¿Egipto? -Leon bufó con incredulidad-. Los egipcios nos odian más que nadie. ¿No recuerdas lo que pasó tras la derrota de Marco Antonio y Cleopatra? Los tratamos como simples productores de grano. Nos matarán en cuanto pongamos un pie allí.-
-Es verdad que no somos sus favoritos, pero hemos mantenido un frágil estado de paz. Nos odian, pero saben que no pueden rechazarnos del todo -dijo Bo, manteniendo la calma.
Leon suspiró, resignado.
-¿Cuánto durará este viaje? -preguntó, sin mucho interés.
-Si el clima coopera, diez días. Quizás catorce si no tenemos suerte -respondió Bo, echando un vistazo al cielo.
-Genial. Diez días para volverme loco aquí encerrado -murmuró Leon, abatido.
-Tranquilo, no te volverás loco. Este viaje te dará tiempo para planear cómo recuperar tu hogar -dijo Bo con una sonrisa ligera. Pero antes de que Leon pudiera protestar, Bo agregó-: Si estás vivo, es por algo. Si no crees que puedes con tu destino, entonces será mejor que empieces a vivir como un ciudadano común y olvides que alguna vez fuiste un príncipe-
Leon lo miró con irritación.
-Ojalá nunca tengas hijos. Serías un padre terrible -espetó, dejando claro que su ánimo estaba en su punto aún más bajo.
Bo solo suspiró, comprendiendo que, en ese momento, cualquier intento de consuelo sería en vano.
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El Último Emperador [Leondy]
FanfictionLeon, príncipe de Roma, busca ayuda para recuperar su reino, invadido por los marcomanos. Desesperado, acude a Egipto, donde el faraón le ofrece comida y refugio junto a sus soldados. Durante su estancia, Leon conoce a Sandy, el príncipe heredero de...