-VI-

76 13 4
                                    

Capítulo 6: Bajo el sol de Egipto

Habían pasado quince largos días desde que dejaron las costas de Roma. El viaje por el Mediterráneo había sido una prueba dura para Leon, Bo, y sus 35 soldados. Durante el trayecto, se enfrentaron a tormentas feroces que casi hicieron naufragar su embarcación y varios encuentros con piratas que patrullaban las aguas en busca de tesoros fáciles. Pero, a pesar de las dificultades, sobrevivieron. Gracias a la destreza de Bo y la fortaleza de sus soldados, lograron mantener el curso y ahora, finalmente, Egipto se extendía ante ellos, con sus dunas doradas y cielos despejados.

Leon se encontraba en la proa del barco, contemplando la costa. El viento cálido del desierto acariciaba su rostro, y el sol, implacable, bañaba todo con su luz dorada. Desde que había comenzado su travesía, el joven príncipe se sentía más fuerte, más determinado, aunque aún no estaba seguro de su verdadero destino. Pero sabía una cosa: ya no era el mismo.

-Estamos cerca -dijo Bo, rompiendo el silencio.

Leon asintió, sin apartar la vista del horizonte. Desde que se habían embarcado, su relación con Bo había mejorado. Ya no lo veía como un simple consejero de su padre, sino como un aliado, incluso un amigo cercano.

Cuando el barco finalmente atracó en el puerto, el bullicio de la ciudad los envolvió de inmediato. Los gritos de los mercaderes, el movimiento incesante de la gente cargando y descargando mercancías, y el olor a especias y sudor llenaban el aire.

Pero antes de desembarcar, Bo se volvió hacia Leon con una expresión seria.

-Antes de que pongamos un pie en Egipto, hay algo que necesito preguntarte -dijo, su tono más grave de lo habitual.

-¿Qué es? -preguntó Leon, frunciendo el ceño.

-¿Te dio tu padre alguna llave antes de partir?

Leon lo miró confundido por un momento. Luego recordó: su padre le había entregado un bolso antes de su partida. Entre las cosas que contenía, había una llave. Una llave que, en su momento, no había pensado importante.

-Sí -dijo, sacando la llave de su bolsillo-. Me dio esto.

Bo asintió, como si esperara esa respuesta. Sin decir más, lo condujo hacia la parte trasera del barco, donde un armario de madera, bien protegido, estaba fijado a la cubierta.

-Tu padre me dió instrucciones específicas para ti -explicó Bo mientras se arrodillaba frente al armario, sus dedos acariciando el borde de la cerradura-. Esta llave abre algo que solo a ti te pertenece.

Leon observó el armario. Era una pieza magnífica, hecha de madera oscura, con intrincados grabados que representaban a Marte, el dios de la guerra, y Rómulo, el fundador de Roma. Sentía una mezcla de curiosidad y ansiedad. Algo en su interior le decía que lo que encontraría allí era muy importante.

Con manos levemente temerosas, insertó la llave en la cerradura. El sonido metálico del mecanismo resonó, y tras un instante de tensión, la puerta del armario se abrió lentamente.

Dentro, envuelta en un paño de lino fino, se encontraba una armadura. Pero no era cualquier armadura; era la armadura de un príncipe. Leon quedó sin aliento.

La lorica segmentata estaba hecha de placas de acero pulido, cada una de ellas decorada con detalles dorados que representaban laureles y águilas, símbolos de victoria y poder. El peto estaba adornado con un águila dorada extendiendo sus alas, simbolizando el dominio de Roma sobre el mundo. Los brazales y las grebas, finamente detallados, eran tan hermosos como funcionales, diseñados para proteger sin sacrificar movilidad. A un lado de la armadura, descansaba un casco de bronce, rematado con una cresta de plumas rojas.

El Último Emperador [Leondy]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora